Diego Giacomini - La revolución de la libertad

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Desde muy jóvenes se nos dice que el Estado es imprescindible. Se nos enseña que este debe intervenir en aspectos tan variados como concretos de la vida social (la administración de la justicia y de la seguridad, el cobro de impuestos, la regulación de los mercados, el diseño de los planes educativos y la emisión monetaria, entre muchos otros) con el objeto de construir una sociedad más justa, igualitaria y libre. Sin embargo, el resultado no puede ser más distinto. El accionar del Estado, que está formado por un grupo de personas de carne y hueso organizadas para extraer violentamente la riqueza producida en el sector privado, solo conduce a la coacción del individuo y a la destrucción de la libertad. Si queremos recuperarla, hay que dejar de creer en él. A partir de un sólido análisis interdisciplinar, Diego Giacomini deslegitima una por una las instituciones del Estado y deja al descubierto las estafas con las que los burócratas estatales y sus socios inmorales perjudican al conjunto de la sociedad. También ofrece algunos modelos más ajustados a la esencia del ser humano para reemplazar las oxidadas estructuras del poder. En esto consiste la revolución de la libertad, un camino largo y no exento de obstáculos que llevará a la prosperidad individual y al desarrollo de la civilización.

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Nosotros pensamos que es imprescindible volver al liberalismo radical. Estamos convencidos de que el liberalismo debe ser optimista y pensar en el largo plazo: los cambios deben ser de fondo y se van a lograr. Coincidiendo con Jorge Luis Borges, nosotros no somos optimistas para el corto y mediano plazo, pero sí lo somos cuando ponemos el foco en el largo plazo. En este sentido, pensamos que en el futuro de corto y mediano plazo el Estado seguirá creciendo y avasallando nuestros derechos individuales. El Estado seguirá avanzando en el corto y mediano plazo. Sin embargo, visualizamos un futuro de largo plazo sin Estado. Sin embargo, este futuro no se dará solo, ni mágicamente. Hay que construirlo. Ninguna casta dominante ha entregado jamás voluntariamente el poder. Tampoco lo hará en el futuro.

La sociedad sin Estado surgirá en el largo plazo solo como resultado de nuestro accionar. No caerá de un árbol. Será un cambio que tendremos que provocar y será posible solo con una revolución, que a su vez será fruto de una evolución; y puede ser pacífica y sin violencia. Primero y ante todo, hay que deslegitimar el sistema imperante. En este sentido, la historia ilustra que los procesos de cambio se iniciaron con un grupo de intelectuales que comenzaron a deslegitimar intelectualmente tanto los fundamentos como el funcionamiento del sistema a cambiar. Al comienzo, fueron unos pocos intelectuales que criticaban el sistema de organización social, político y económico imperante, poniendo en evidencia no solo su falta de ética con los derechos naturales del ser humano, sino también la injusticia de los medios políticos para con la mayoría de las personas que viven de los medios económicos. Obviamente, esta deslegitimación intelectual siempre terminó convirtiéndose en un ataque a los burócratas del Estado y al propio Estado, lo cual nunca fue gratis para dichos intelectuales. Por el contrario, en la mayoría de los casos tuvo altos costos, ya que la respuesta del Estado, de los burócratas y de los cortesanos nunca tardó en aparecer. Generalmente, la contraofensiva de los medios políticos nunca se centró en argumentos sólidos, ya que no los poseían, sino que se focalizaba en ataques personales. En todas las ocasiones fueron acusados de locos, delirantes y, en el mejor de los casos, de utópicos, pero la realidad era que solo se pretendía esconder lo que los intelectuales mostraban, que no era sino lo que los burócratas en poder de los medios políticos y sus cortesanos inmoralmente asociados paralelamente pretendían esconder. Es más, la lógica de los burócratas del Estado y de sus cortesanos inmoralmente asociados solía y suele ser errada. Por ejemplo, en el siglo XVII y en el siglo XVIII a los primeros liberales —hombres que comenzaban a deslegitimar tanto la monarquía como la monarquía absolutista y la esclavitud y que en su lugar proponían una democracia universal y representativa con todos hombres libres y eligiendo su gobierno por medio del voto universal— se les decía: “Eso es imposible, todos los países desarrollados del mundo tienen monarquía y un sistema de producción basado en la esclavitud. Decime dónde hay un país cuyo gobierno sea elegido por medio del voto por todos sus habitantes y que el voto de todos valga uno”. Suena conocido, ¿no? De hecho, no tiene ninguna diferencia con la frase “es imposible un mundo sin Estado, todos los países tienen Estado. Decime dónde hay un país sin Estado y que viva en el caos de la anarquía”.

Hay que deslegitimar el sistema actual. Después, hay que dejar de creer en el Estado. Hay que comprender que el Estado no existe ontológicamente, sino que son un grupo (creciente) de personas de carne y hueso muy bien organizadas, que se coordinan entre sí para extraernos sistemática y permanentemente nuestra riqueza. Si entendemos que el Estado vive de los medios políticos, entendemos que son burócratas que viven de coaccionarnos, violentarnos y agredirnos. De ahí, y siguiendo a Hobbes, vamos a comprender que las agresiones tienen lugar en ámbitos de lucha por el poder de los medios políticos. Ergo, nos daremos cuenta de que la única forma de que la violencia, la coacción y la agresión tiendan a minimizarse es que desaparezca la organización con base en los medios políticos, o sea, suprimir el Estado.

Ahora bien, una sociedad organizada sin medios políticos y sin Estado no es otra cosa que una sociedad organizada en torno a la anarquía. No hay que tenerle miedo a esta palabra. La anarquía no es caos, como se enseña en la educación pública (una mentira más de la casta política, que está, siempre y en todos los lugares, interesada en esparcir el miedo funcional a la expansión de su poder: si la gente piensa y cree que la anarquía es caos y terror, la gente entrega el poder a los medios políticos y a los burócratas del Estado para que la cuiden). La sociedad se puede organizar en anarquía, es decir, sin organización de medios políticos, sin coacción, ni violencia institucional sistematizada. La anarquía no quiere decir que no haya gobernantes, sino que la organización gubernamental es por medio de los medios económicos, no de los medios políticos. Hay anarquía cuando no hay poder real, cuando no hay medios políticos dentro de la organización. O sea, en anarquía, hay gobierno, hay una organización que este coordinada y organizada por el mutuo interés y la conveniencia, por ideas, dinero, filosofía, códigos de honor, etc.

En este marco, la anarquía de libre mercado es la única forma de anarquía posible, porque, al organizarse en torno al libre mercado, tiene sistema de ordenamiento social. Las personas deben comprar su dinero en el mercado para, con él, adquirir los bienes y servicios destinados a satisfacer sus necesidades y placeres. Y ese dinero lo podrán comprar solo si subrogan su comportamiento a las necesidades de su prójimo, que solo les comprará los bienes y servicios que producen si estos sirven para satisfacer sus necesidades. La anarquía de libre mercado es posible porque tiene un sistema de ordenamiento social mediante la cooperación. Por el contrario, la anarquía que no cree en el libre mercado se queda sin sistema de ordenamiento social y cae en una inconsistencia y una contradicción cuando debe recurrir a la violencia estatal para ordenar el entramado socioeconómico.

Además, la teoría económica ya ha demostrado que el Estado no puede funcionar, y la realidad también ya ha ilustrado que el Estado genera muerte, violencia, genocidio y guerras. Por ende, no hay nada que temer, ni perder, yendo hacia la anarquía. A lo sumo, lo peor que puede pasar es que la situación evolucione a una sociedad como la que tenemos ahora.

En pocas palabras, la anarquía de libre mercado es el futuro a largo plazo. Es la opción que se encuentra más alineada con la esencia del ser humano, convirtiéndose en el mejor sistema para ordenar la sociedad, propulsar el progreso e incentivar el desarrollo de la población. La praxeología demuestra que la anarquía de libre mercado no es caos, ni utopía: esto es una mentira construida por los políticos persiguiendo su propio interés. De hecho, la anarquía está en todos lados y no solo funciona, sino que ha funcionado en todo tiempo. El punto es que los políticos están interesados en que no veamos ni internalicemos esto. No la quieren ver. Las coaliciones políticas son anárquicas en esencia. Sus jugadores entran y salen cuando quieren y se encuentran coordinados por medios económicos. De hecho, la corrupción coordina la casta política sin utilizar la violencia, es decir, anárquicamente. No hay Estado dentro del Estado. Los bandidos que crearon los primeros Estados estaban articulados y organizados por convenciones entre ellos. Estaban en anarquía. Es más, los Estados son anárquicos entre sí dentro del contexto internacional. No hay una coacción violenta supranacional. A nivel de la vida de todos los días entre los privados, una empresa está organizada en anarquía, ya que un trabajador puede dejar de ir cuando quiera o lo decida, y nadie puede hacer que vaya por la fuerza. Del otro lado, una banda de delincuentes es anarquía. Hay que entender que la anarquía es cooperación y una coordinación espontánea que no necesita, ni usa, la fuerza, la coacción.

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