Diego Giacomini - La revolución de la libertad

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Desde muy jóvenes se nos dice que el Estado es imprescindible. Se nos enseña que este debe intervenir en aspectos tan variados como concretos de la vida social (la administración de la justicia y de la seguridad, el cobro de impuestos, la regulación de los mercados, el diseño de los planes educativos y la emisión monetaria, entre muchos otros) con el objeto de construir una sociedad más justa, igualitaria y libre. Sin embargo, el resultado no puede ser más distinto. El accionar del Estado, que está formado por un grupo de personas de carne y hueso organizadas para extraer violentamente la riqueza producida en el sector privado, solo conduce a la coacción del individuo y a la destrucción de la libertad. Si queremos recuperarla, hay que dejar de creer en él. A partir de un sólido análisis interdisciplinar, Diego Giacomini deslegitima una por una las instituciones del Estado y deja al descubierto las estafas con las que los burócratas estatales y sus socios inmorales perjudican al conjunto de la sociedad. También ofrece algunos modelos más ajustados a la esencia del ser humano para reemplazar las oxidadas estructuras del poder. En esto consiste la revolución de la libertad, un camino largo y no exento de obstáculos que llevará a la prosperidad individual y al desarrollo de la civilización.

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En definitiva, el Estado ha surgido a partir de la dominación de un grupo de hombres sobre otro conjunto de personas, y su justificación no es otra que la explotación económica de los dominados en beneficio de los dominantes. En este sentido, solo comprendiendo que los seres humanos tenemos dos únicas formas (trabajar o robar) de hacernos de los medios (instrumentos) para alcanzar nuestros fines (objetivos) de sobrevivir, vivir, progresar y desarrollarnos, podemos comprender qué es el Estado y qué implicancias tiene su existencia. El Estado es violencia física, coacción, explotación y transferencia de riqueza desde los explotados (medios económicos), que la generan, hacia los explotadores (medios políticos), que viven parasitariamente de los primeros sin producir nada para sus prójimos. Los medios económicos son pacíficos, voluntarios y enriquecen a todos los que viven de ellos. Por el contrario, los medios políticos enriquecen solo a los ladrones que se organizan para saquear sistemáticamente desde el Estado y empobrecer a los explotados, a quienes se les sustrae, por medio de la fuerza y la violencia, la riqueza que generan. Y el problema es que los medios económicos exigen esfuerzo y trabajo, mientras que los medios políticos son parasitarios. Es decir, es mucho más fácil y cómodo vivir de los medios políticos que hacerlo de los medios económicos. Y esto último es un problema, ya que siempre existirá la tentación de pasarse del bando ético (medios económicos) al bando inmoral. Como decía Albert Nock: “Debido a que la gente tiende a actuar con el menor esfuerzo posible, en la búsqueda de sus fines preferirán siempre los medios políticos antes que los económicos, un rasgo que ha producido el moderno corporativismo estatal”.(11)

En este marco y, como muy bien explica Franz Oppenheimer, el Estado podría definirse “como la organización de una única clase que domina sobre todas las otras. Una organización como tal solo puede darse de una forma: mediante la conquista y el sometimiento de grupos étnicos por parte de un grupo dominante”.(12) Esta característica se ha mantenido invariable a lo largo de toda la historia. La dominación, explotación, confiscación y robo de muchos a manos de pocos se ha ido sofisticando, haciéndose más velada y oculta, pero, paradójicamente, incrementándose con el paso del tiempo. Primero, el Estado y su inherente violencia fueron tan solo un Estado terrestre organizado en un territorio delimitado. Posteriormente, se pasó del Estado terrestre al Estado feudal. Luego, el Estado empezó a avanzar sobre la administración de justicia y comenzó a alejarse sistemáticamente del derecho natural y a dictar su propia legislación, creando el derecho positivo. Los medios políticos avanzaron en forma creciente sobre la esfera jurídica, aumentando su poder y el yugo sobre los explotados. Más tarde, el creciente avance del Estado sobre la creación de la legislación, sumado a su marcha sobre la vigilancia del cumplimiento de dichas normas creadas por él mismo y la obtención del monopolio de la administración de justicia, terminaron dando lugar al Estado absolutista de las monarquías que sobrevivieron, para citar dos ejemplos, hasta 1688 en Inglaterra y 1789 en Francia. Posteriormente, a partir de las ideas del liberalismo clásico, el Estado absolutista fue derrocado y surgió el Estado constitucional.

En la actualidad, el estado constitucional tiene como forma de gobierno la democracia universal representativa o las monarquías parlamentarias. Sin embargo, más allá de las mutaciones de tipo o forma de explotación, la esencia del Estado sigue manteniéndose e incluso aumenta con el paso del tiempo; por eso es que sigue habiendo explotación de muchos (medios económicos) a manos de pocos (medios políticos); caso contrario, el Estado habría dejado de existir. El punto es que más allá de la mutación estatal, la administración, la creación de leyes, la vigilancia del cumplimiento de las leyes (seguridad), el castigo de su incumplimiento (administración de justicia), la defensa nacional y la política internacional continúan siendo un Estado que surge a partir de la fuerza física y la violencia. Así, hoy en día nada ha cambiado y el Estado, al igual que a lo largo de toda la historia, sigue alimentando la única y verdadera grieta que existe entre los seres humanos. Por un lado, las personas que viven de los medios económicos produciendo bienes y servicios que sus prójimos eligen voluntariamente en el libre mercado, generándose la riqueza, y, por el otro, los individuos que viven de los medios económicos, es decir, que viven sin producir nada, sino que tan solo se dedican a confiscar y robar el producido del esfuerzo ajeno.

En este marco, hay que entender que el Estado, ya sea terrestre, feudal, mercantilista, monárquico, monárquico absolutista, republicano o monárquico parlamentario, siempre y en todos los lugares es una organización de los medios políticos, lo cual implica lisa y llanamente sacar todo el dinero posible a alguna clase de ciudadanos para dárselo a otro grupo de ciudadanos. Y hay que advertir que aquellos que piensan que las constituciones escritas y la división y los frenos y contrapesos entre poderes pueden proteger al individuo de la violencia y el saqueo del Estado se aferran a la mayor utopía sin fundamento de la historia de la humanidad, cuando es el propio Estado, a través de su Corte Suprema, el que tiene que juzgar si su propia acción es legítima o ilegítima. Parafraseando a Herbert Spencer,(13) estamos en condiciones de afirmar que el Estado está engendrado por y para la agresión y la violencia.

Estado y gobierno: dos cosas distintas

En la última frase del punto anterior, parafraseando a Herbert Spencer, nosotros sostenemos que el Estado está engendrado por y para la agresión, mientras que el autor británico del siglo XIX le asignaba esa cualidad al gobierno. Por consiguiente, en este punto nos parece muy relevante hacer una distinción, y queremos aclarar que gobierno y Estado no son lo mismo. Es más, en este sentido, y teniendo en cuenta que somos liberales radicales o anarquistas de libre mercado, consideramos muy importante remarcar que en anarquía puede haber gobierno, pero nunca Estado, ya que anarquía implica, por un lado, la ausencia total de medios políticos y, por el otro, entraña que los seres humanos se organicen en total libertad y de común acuerdo, coordinándose exclusivamente a partir de los medios económicos, lo cual no es contradictorio con la presencia de un gobierno, pero sí con un Estado, porque este último implica medios políticos que avanzan sobre los medios económicos.

La teoría demuestra (y la historia ilustra), como ya explicamos, que el Estado ha tenido su origen y se ha perpetuado con la conquista, la confiscación y el robo. Absolutamente todos los Estados han hecho esto último, tantos los primitivos y antiguos como los modernos y actuales. A lo largo de la historia y del futuro, la característica invariable del Estado es la explotación de una clase vencida por otra. Los explotados son los privados que generan riqueza. Del otro lado, el equipo de los explotadores está conformado por los burócratas estatales de carne y sus socios inmorales y cómplices solidarios, como puede ser el sector bancario y los empresarios prebendarios que hacen negocios con el Estado a cambio de una parte del botín.

El accionar de los burócratas del Estado no tiene ninguna diferencia con el comportamiento de una banda de criminales profesionales. Los burócratas en nombre del Estado roban parte del producido de la sociedad y lo transfieren hacia ellos mismos para gastar dicha riqueza discrecionalmente en lo que ellos juzgan pertinente, sin tener ningún sistema de precios de por medio que les informe en qué, cuánto, dónde y de qué calidad gastar, es decir, sin que haya ningún tipo de revelación de preferencia de parte de los consumidores. De ahí que el gasto no solo sea inmoral, ya que es financiado con un acto violento (impuestos, impuesto inflacionario o devaluatorio, tasas y deuda), sino que también sea ineficiente desde un punto de vista utilitarista. Por consiguiente, queda claro que los intereses del Estado y de sus burócratas son directamente opuestos a los intereses de la sociedad y, en consecuencia, un aumento del poder estatal implica una reducción del poder social. A más poder estatal, menos poder social y menos libertad. Esto es así siempre. Y si tenemos en cuenta que el progreso y el desarrollo de la civilización dependen positivamente de la potencia de la acción humana, que a su vez también depende positivamente de la libertad y negativamente del poder estatal, concluimos que a más Estado menos desarrollo del ser humano. Todo el progreso de la humanidad fue a pesar del Estado, nunca gracias a él.

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