Diego Giacomini - La revolución de la libertad

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Desde muy jóvenes se nos dice que el Estado es imprescindible. Se nos enseña que este debe intervenir en aspectos tan variados como concretos de la vida social (la administración de la justicia y de la seguridad, el cobro de impuestos, la regulación de los mercados, el diseño de los planes educativos y la emisión monetaria, entre muchos otros) con el objeto de construir una sociedad más justa, igualitaria y libre. Sin embargo, el resultado no puede ser más distinto. El accionar del Estado, que está formado por un grupo de personas de carne y hueso organizadas para extraer violentamente la riqueza producida en el sector privado, solo conduce a la coacción del individuo y a la destrucción de la libertad. Si queremos recuperarla, hay que dejar de creer en él. A partir de un sólido análisis interdisciplinar, Diego Giacomini deslegitima una por una las instituciones del Estado y deja al descubierto las estafas con las que los burócratas estatales y sus socios inmorales perjudican al conjunto de la sociedad. También ofrece algunos modelos más ajustados a la esencia del ser humano para reemplazar las oxidadas estructuras del poder. En esto consiste la revolución de la libertad, un camino largo y no exento de obstáculos que llevará a la prosperidad individual y al desarrollo de la civilización.

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1. La ética de la libertad . Murray Rothbard. Unión Editorial, 2009, pág. 45.

2. Ley natural de la justicia . Lysander Spooner. 1882, pág. 16.

3. Poder y mercado . Murray Rothbard. Unión Editorial, 2015, pág. 259.

EL ESTADO: EL ÚNICO ENEMIGO

El monopolio de la ley y la justicia como anabólico del crecimiento del Estado

El Estado es el único enemigo. Esta es nuestra idea faro. Todo movimiento en esta dirección tiene dos certezas. Primero, y lo más importante, es un movimiento en el sentido correcto. Segundo (esto nunca hay que perderlo de vista), mientras que no termine de desaparecer el Estado ese camino será incompleto. Ese avance será solo un eslabón de una cadena más larga que la humanidad debería inexorablemente recorrer para alcanzar su libertad. O sea, no hay que contentarse con el logro alcanzado, sino que hay persistir e insistir en la misma dirección.

Hay muchas diferencias entre el anarquismo de libre mercado o liberalismo radical(4) y cualquier otra filosofía política, pero la más importante de todas es que nosotros entendemos que el Estado es el máximo agresor, el criminal supremo, el origen de los mayores males que enfrenta el hombre, porque es el delincuente mejor organizado a partir del monopolio de la seguridad, la ley y la justicia, con lo cual tiene siempre la legislación positiva de su lado para violentar en forma permanente, sistemática y creciente nuestros derechos naturales. Los liberales radicales no esperamos nada del Estado. De hecho, nuestra intención es combatirlo y desobedecerlo hasta exterminarlo. Pensamos que la desaparición del Estado nos devolverá la libertad que siempre deberíamos haber tenido y nunca perdido. La desaparición del Estado eliminará la verdadera y única grieta que hay en la sociedad, ya que hará que los medios políticos desaparezcan y todos los seres humanos vivamos solo de los medios económicos, subrogando nuestro comportamiento al prójimo. La desaparición de los medios políticos implica que no habrá más invasión, violencia, confiscación, robo y explotación de unos por otros, con lo cual desaparecerá la relación entre amos (burócratas del Estado) y esclavos (resto de los ciudadanos). Todos viviremos de los medios económicos, comprando nuestro dinero en el mercado, vendiendo los bienes y servicios que producimos a nuestros prójimos, que los comprarán voluntariamente solo si valúan subjetivamente que lo que producimos e intentamos vender son un medio que les sirve para alcanzar sus fines, es decir, para satisfacer sus necesidades de sobrevivir, vivir, progresar, desarrollarse y ser feliz. De esta manera, todos estaremos persiguiendo nuestros fines y beneficios, pero siempre sujetos a prestar atención a la voluntad, deseos y necesidades de nuestro prójimo, descubriendo y creando en forma permanente nuevos fines y medios, y con ellos nuevos desajustes sociales que serán corregidos por nuestra propia acción. En este sentido, la desaparición del Estado potenciará el poder social y desbaratará el poder político, encumbrando la libertad y menoscabando el poder. O sea, la eliminación del Estado resolverá en forma favorable la verdadera dialéctica que siempre estuvo presente en la historia de la humanidad: poder vs. libertad; política vs. individuo. La eliminación del Estado empoderará a los individuos y su interacción en libertad, la acción humana. Y la acción humana es el único motor del progreso del individuo y en consecuencia del desarrollo de la sociedad. En síntesis, la eliminación del Estado solo potenciará el poder social y el desarrollo de la civilización, permitiendo que vuelva a haber justicia de verdad, es decir, la única justicia posible, la que nunca cambia, la que es válida en todo tiempo y lugar y para todos los seres humanos, sin importar su edad, sexo, credo o color de piel: la justicia del derecho natural. La justicia del derecho natural, aquella que jamás debería haber sido abandonada ni vilipendiada, es el único marco de justicia posible que permitirá que todos los seres humanos vivamos en armonía, paz y persiguiendo nuestra felicidad.

Sin Estado, la legislación positiva escrita a mano por hombres de carne y hueso desaparecerá, y con su abolición será desterrada la injusticia a manos de los burócratas del Estado, que siempre cambian la ley positiva a su conveniencia, avanzando sobre nuestros derechos naturales y menoscabando nuestra libertad. Sin Estado, y sin la ley positiva de los burócratas de este, desaparecerá la esclavitud de unos (ciudadanos de a pie) en manos de otros (burócratas del Estado). Por el contrario, sin Estado, como dijimos, habrá justicia porque la ley será solo el derecho natural y el sistema de administración de justicia estará basado en el derecho consuetudinario, bajo el cual las personas acatarán la norma natural porque tendrán incentivos a hacerlo. Las normas serán respetadas no por las instituciones que las respaldan, sino porque cada uno de los individuos advertirá los beneficios de comportarse como todos las otras demás personas esperan que se comporte, obviamente, siempre que estos también tengan una conducta como él espera. Tampoco hay que creer que no habrá delitos, no estamos diciendo eso. Seguramente, los habrá, pero serán menores y serán juzgados en libre mercado, como veremos más adelante, por medio de una justicia basada en el derecho natural y el derecho consuetudinario, que es el único andamiaje filosófico institucional en línea con la ética y la moral de las ideas de la libertad y, como consecuencia de esto último, será el sistema más eficiente.

Sin Estado y, por ende, sin monopolio estatal de la justicia, la ley no será impuesta coercitivamente desde arriba por una minoría, porque ya no será necesaria la coacción para imponerlas y hacerlas respetar. Por el contrario, las normas respetarán la ley y estarán basadas en el derecho consuetudinario, y estarán hechas desde abajo, y a partir y por medio de la mutua aceptación y el respeto. Este marco legal en el cual se hará respetar y hacer cumplir las normas estará basado en un sistema de derecho consuetudinario cuyo origen será la reciprocidad. Es decir, los individuos, en su propio beneficio, aceptarán y acatarán ciertas normas legales. Esta relación de reciprocidad surgirá de un acuerdo voluntario entre las partes, que son quienes crean ese deber. Esta reciprocidad, que implica necesariamente equivalencia entre las partes, une a los hombres en sus diferencias, ya que la reciprocidad surge de las diferencias. Esta reciprocidad implicará que las obligaciones entre las partes sean reversibles, es decir, si una parte (A) le debe hoy a otra parte (B), es probable que mañana la parte B se lo deba a la parte A.

Hay que tener bien claro que todo este sistema, basado en el derecho natural, la reciprocidad y el respeto al derecho a la propiedad privada y los derechos individuales, será el pilar fundacional tanto del sistema legal construido sobre el derecho consuetudinario como de la administración de la justicia en el libre mercado que surgirá con la desaparición del Estado y la consecuente emancipación del nuevo hombre libre. Más allá de los delitos que surjan y que deberán ser juzgados, el acatamiento voluntario de las leyes y la participación en la defensa de su observancia tendrán lugar como consecuencia de que este comportamiento traerá beneficios netos sustanciales para todos los individuos que, actuando en libertad, potenciarán la acción humana, la función empresarial y el desarrollo y el progreso de la civilización. Los individuos acatarán las normas porque esperan ganar más respetando las normas de lo que les cuesta acatarlas voluntariamente. Los ciudadanos escogerán acotar voluntariamente las reglas ya que hacerlo les trae más beneficios que costos, porque la defensa de la propiedad y de los derechos individuales objetivos a proteger son un incentivo muy potente para hacerlo. La norma se convierte en parte del ordenamiento social solo si el grupo la acepta, y no porque es coercitivamente impuesta por alguna autoridad. En este tipo de régimen consuetudinario, los delitos son considerados como daños a otras personas, o sea, una responsabilidad civil, y no como crímenes, es decir, un atentado contra la sociedad o contra el Estado.

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