Es muy fácil de entender. El poder ejecutivo suele mandar proyectos de leyes de derecho positivo. El poder legislativo las sanciona y el poder ejecutivo las promulga. Luego, los jueces velan por su cumplimiento. Todos son funcionarios del Estado y todos viven de los medios políticos que pueden crecer y aumentar a expensas de los medios económicos. En este contexto, las leyes que crean, sancionan, promulgan y hacen cumplir son casi siempre tendientes a hacer crecer al Estado e hieren el derecho natural de los seres humanos. En este marco, el derecho positivo no será nunca inmutable, sino que siempre estará sujeto a permanente cambios, que dependerán de los intereses, voluntades y circunstancias de la casta política.
En concreto, la legislación de los burócratas suele cambiarse, modificarse y adaptarse a lo largo del tiempo, creando injustica o justica en la medida en que se aleje o solo se circunscriba al derecho natural, respectivamente. Por un lado, si el derecho positivo estuviera totalmente alineado con el derecho natural y no lo excediera, la legislación alimentaría el principio de justicia. Por el contrario, cuando la legislación excede el derecho natural, sus normas inexorablemente terminan contradiciéndolo y, por ende, generando injusticia. En un régimen de gobierno como la democracia universal representativa, de propiedad pública, estamos condenados a enfrentar esto último.
No obstante, si, a raíz del avasallamiento de los derechos naturales, hay cada vez más injusticia, los hombres y las mujeres no solo tienen el derecho sino la obligación y el deber de levantarse contra los parlamentarios, exigiéndoles que alineen el derecho positivo con el derecho natural. En este sentido, no hay que perder de vista que toda legislación que avasalle los derechos naturales del ser humano se convierte en un instrumento que alimenta la dictadura parlamentaria. El hecho de que los legisladores sean votados por el pueblo no asegura que no se caiga en una dictadura parlamentaria, ya que una dictadura no es definida por el sistema de elección del gobierno, sino por su accionar. Si los burócratas del parlamento sancionan en forma sostenida y creciente leyes que avasallen el derecho natural de las personas, estos legisladores terminarán convirtiéndose en una dictadura parlamentaria, sin importar como hayan sido elegidos previamente. Es decir, una dictadura no se define solo por cómo llegaron al cargo, sino por lo que hacen permanentemente en ese cargo. Si los legisladores, por ejemplo, viven sancionando leyes que aumentan la presión tributaria en forma creciente a lo largo de los años, en realidad no hacen otra cosa que confiscar (por la fuerza) una porción (cada vez mayor) del fruto del esfuerzo, intelecto, energía y trabajo ajeno, lo cual es lisa y llanamente una violación a la propiedad privada ajena, es decir, un atentado contra el derecho natural. Dicha confiscación persigue como objetivo esquilmar en forma creciente el producido del esfuerzo ajeno con el único objetivo de tener más financiamiento para el gasto propio: un aumento de la explotación de unos (sector privado) por otros (burócratas del Estado). Es un aumento de los medios políticos a expensas de los medios económicos. La casta política, mediante la legislación de los parlamentos, cada vez se apropia de más días de trabajo ajeno. Del otro lado, las personas trabajan cada vez más días para los burócratas del Estado y menos para sí mismas. La esclavitud es creciente. El derecho natural es cada vez más avasallado. Los legisladores elegidos por el pueblo se han convertido en dictadores que avanzan constantemente sobre los derechos naturales de los seres humanos, y el derecho positivo no ha sido otra cosa que el vehículo que se los permite.
Queda en evidencia que el derecho positivo ha desplazado y violentado el derecho natural y, como sin derecho natural no hay justicia, las normas escritas han terminado sustituyendo la justicia por la injusticia. Así, el derecho positivo consiste en una toma violenta de autoridad y dominio de parte de los burócratas del Estado, que en realidad no tienen ningún derecho a ejercer esa autoridad y esa dominación. No es más que un absurdo, una intrusión violenta que sustituye la justicia por su propio poder, regulando el comportamiento ajeno bajo un manto de usurpación y tiranía. El derecho positivo, al avasallar el derecho natural, es un crimen. El peor de los crímenes, porque se comete con la certeza de la impunidad, sin correr riesgos: los delincuentes tienen el monopolio de la violencia, la ley, la seguridad y la justicia. Escriben, sancionan, promulgan, hacen cumplir y castigan el incumplimiento de la ley, pero, sobre todo, se benefician de ella.
La historia del derecho positivo o legislación siempre tiene el mismo hilo causal y origen: ser un instrumento de dominación de unos sobre otros. El derecho positivo es inseparable del Estado. Hay Estado, entonces debe haber legislación; porque las normas escritas son las que perpetúan la dominación de los burócratas del Estado por sobre el resto de la población. El rol del derecho positivo es expandir sistemáticamente el saqueo, conservando un bando que roba y confisca de un lado, contra un bando de esclavos que es robado del otro lado. Estas leyes, como se las suelen llamar, “no son más que pactos que los políticos juzgan útil concertar entre sí con el fin de conservar su organización, de ponerse de acuerdo para despojar y dominar a los demás, y de garantizar la parte del botín a repartir. Tales leyes no pueden obligar más que los pactos que los asaltadores, bandidos y piratas establecen unos con otros a fin de perpetrar más fácilmente sus crímenes y poder compartir con la máxima tranquilidad el producto de sus robos. Así, por tanto, en lo fundamental, toda la legislación del mundo tiene por origen la voluntad de una clase de hombres empeñados en el expolio y la dominación de los otros, la manera de cómo hacer de estos últimos propiedad suya”.(2)
Igualitarismo e injusticia
Acabamos de entender que es el derecho natural el que establece lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, para todos, en todo lugar y en todo momento. En este sentido, si el derecho positivo se ajustara estrictamente al derecho natural y no lo sobrepasara, entonces habría justicia. Por el contrario, explicamos que cuanto el derecho positivo más excediera al derecho natural, más injusticia (y menos justicia) habría. Obviamente, el derecho positivo, es decir, el caudal de normas escritas por los burócratas de carne y hueso, crece año tras año, lo cual hace que el derecho natural sea cada vez más excedido y la injusticia avance a expensas de la justicia. Es que hay que comprender que el crecimiento de la legislación positiva empodera a la casta política y aumenta el poder político a expensas del poder social. Fortalece los medios políticos y debilita los medios económicos, atentando contra la ética de la libertad. Ejemplos de esto último son el sostenido aumento del derecho público y el crecimiento del derecho administrativo, que son columnas sobre los cuales avanza la intervención estatal en los más variados aspectos de nuestras vidas: derecho administrativo orgánico, derecho administrativo funcional, derecho procesal administrativo, responsabilidad del Estado, derecho ambiental, derecho urbanístico, derecho vial, derecho aduanero, derecho migratorio, derecho de contratación pública, etc.
Sin embargo, más allá de cada avance del Estado, más allá del análisis puntual del instrumento con el cual el Estado avanza y más allá del estudio de las consecuencias de dicho avance, es importante visualizar que el Estado y sus burócratas siempre justifican su accionar a partir de la justicia. Es decir, el Estado pretende legitimar su constante y sistemático avance aduciendo que su accionar tiene como fin lograr y asegurar la justica. En este marco, cobra suma relevancia observar qué “vara” de justicia utilizan los burócratas estatales. Si su vara justiciera se encontrara alineada con la esencia del ser humano y lo derechos naturales, la obtención de Justicia sería una posibilidad. Por el contrario, si su vara justiciera estuviera totalmente desalineada con la esencia del ser humano o, peor aún, fuera a total contramano de su naturaleza, el universo de la injusticia siempre terminaría estando más cerca que el reino de lo justo.
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