Del mismo modo, cuatro siglos más tarde perecieron las monarquías absolutas, que, al igual que los Estados democráticos modernos, se proponían como única forma posible de orden social. Desapareció del mapa la Inquisición y el Index librorum prohibitorum pasó de ser ley a un vulgar boletín de sugerencias dominicales. Sucumbió el Imperio español y trastabilló el británico, al tiempo que el ser humano se despidió de una vez por todas de su mayor pecado: la esclavitud. Nada de esto fue resultado del azar. TODO se lo debemos a los movimientos revolucionarios y a los cambios culturales paulatinos que derivaron de una sola filosofía: el liberalismo.
El siglo XIX tuvo como best sellers y líderes editoriales indiscutidos primero a Thomas Paine, luego a Frederic Bastiat y finalmente a Herbert Spencer en materia filosófica. Sin nada que se le parezca a la World Wide Web, el periódico bostoniano Liberty unió las almas y las plumas de sus discípulos: el belga Gustave de Molinari, el británico Auberon Herbert y el norteamericano Spooner, que coincidieron en declarar obsoleta la farsa de la división de poderes, puesto que la experiencia empírica ya había refutado dicha ensoñación, la de un Estado que se limita a sí mismo contra su propio interés. Todos ellos proclamaron que el nuevo desafío consistía en vencer a la tiranía de los parlamentos, cuya deshonestidad suprema convierte a muchas de sus víctimas, los votantes, en cómplices de sus cadenas. Pueden elegir cada cierto tiempo a su carceleros, pero jamás se les permite definir si serán realmente soberanos de sí mismos. Destutt de Tracy lo llamó ideología social; Marx, superestructura; Gramsci, hegemonía. Las ideas que prevalecen sobre los pueblos determinan su destino.
El autor de este libro desmiembra magistralmente distintos conceptos que resultaron imprescindibles para abolir la efervescencia libertaria de aquellos años e inaugurar el siglo de la muerte, el siglo XX, que Antony Sutton llamó con razón el siglo de los tres socialismos: el soviético, el nacional/fascista y el corporativo, que termino por imponerse por su condición pragmática y su eficiencia superior a los anteriores, convirtiéndose en hegemonía del nuevo milenio y caldo de cultivo de la dictadura sanitaria.
Desde la democracia hasta la educación pública, pasando por el dinero fiduciario, Diego Giacomini replica la formidable destreza argumentativa que caracterizó a los padres fundadores del liberalismo. Y, armado de la ventaja de ser nuestro contemporáneo, alerta sobre cada uno de los ardides que cimientan la cárcel estatal. No conforme con ello, redobla la apuesta destrozando los cantos de sirena de impostores que usurpan el buen nombre del liberalismo y hace más de cien años alimentan el sistema liberticida en busca del privilegio personal, tal y como advirtió Spencer en El hombre contra el Estado y confirmó Buchanan con su public choice theory .
El presente trabajo, que revitaliza lo mejor del pensamiento liberal clásico, de su inevitable evolución anarquista y de la mirada prexeológica austríaca, no se limita a la crítica de lo existente, sino que postula una posible escapatoria, realista y acorde a la naturaleza humana. Sin mesías ni atajos facilistas.
Los invito, sin más, a beber de este vaso de agua en el desierto, a cometer el acto subversivo de pensar y cuestionarlo todo y a motivarse para emprender el necesario esfuerzo de poner nuestro grano de arena por la revolución de la libertad.
Nicolás Morás
Montevideo, marzo de 2021
EL DERECHO NATURAL Y LAS IDEAS DE LA LIBERTAD
¿Qué es el derecho natural?
El derecho natural es la piedra fundamental de las ideas de la libertad. O sea, las ideas de la libertad emanan del derecho natural, le deben su existencia. Por ende, hay que entender acabadamente el derecho natural para comprender en profundidad las ideas de la libertad. En este sentido, hay que saber qué es y qué postula el derecho natural, ya que solo así se toma conciencia de que el derecho natural es inherente al ser humano y de que, por ende, las ideas de la libertad hacen a la esencia del hombre y la mujer. Una vez que se comprenda qué es el derecho natural y qué son las ideas de la libertad, el lector podrá advertir que ambos son el mejor paraguas debajo del cual los individuos podrán prosperar más y, en consecuencia, la civilización mejor podrá desarrollarse. Del otro lado, una vez comprendido el derecho natural y las ideas de la libertad, el lector pasará a no tener ninguna duda de que el Estado es nuestro único enemigo, ya que visualizará correctamente que el Estado no es otra cosa que la más aceitada maquinaria diseñada para violentar en forma permanente, sistemática y organizada el derecho natural, avasallando la esencia del ser humano, su libertad. Paralelamente, el lector también comprenderá que la legislación positiva, o sea, las normas redactadas por los burócratas del Estado, son la carga de infantería que ametralla y hiere de muerte al derecho natural, y se convierten en un instrumento para que un grupo de hombres (burócratas del Estado) someta a otro grupo de hombres (ciudadanos). En este sentido, el conocimiento del derecho natural es lo que desnuda que la legislación es violencia física, invasión, conquista y explotación de un grupo de hombres por otro grupo de hombres. Es la apropiación por un grupo de hombres del derecho de abolir de un mazazo artero todos los derechos naturales y toda la libertad, también natural, de todos los otros seres humanos, convirtiéndolos en esclavos para su propio beneficio, ordenándoles qué pueden o no tener, dictaminando qué pueden hacer y qué no pueden hacer, decretando qué pueden ser y qué no pueden ser; es decir, destruyendo su propia esencia.
El derecho natural es la ciencia de la justicia y establece los derechos inherentes y esenciales del hombre y de la mujer como individuos y del ser humano interactuando con su prójimo. El derecho natural establece que el ser humano tiene el derecho a la vida, a la libertad y a la persecución de su propia felicidad. También establece que dichos derechos deben ser perseguidos siempre sin lesionar los derechos naturales de las otras personas, o sea, sin invadir su propiedad, ni vulnerar su libertad. En palabras coloquiales, el derecho natural marca qué es de cada uno (“lo mío” y “lo tuyo”). El derecho natural es la ley que establece qué derechos le pertenecen a cada ser humano por el mero hecho de haber nacido y existir; en consecuencia, qué derechos le seguirán perteneciendo y serán inviolables durante toda su vida, ya que no pueden ser eliminados de la propia existencia de la persona. Los seres humanos nacen desnudos, pero con derechos naturales, los cuales estarán presentes a lo largo de toda la vida. Así, el derecho natural es una ley que nos dice qué es justo y qué es injusto, qué es honesto y qué no lo es, cuáles son mis derechos sobre mi persona y mis bienes y cuáles son los derechos de mis prójimos sobre su persona y sus bienes, y dónde está el límite entre mies derechos y los derechos de mi prójimo, así como entre cada uno de los míos y cada uno de los de mi prójimo.
En este marco, el derecho natural es la ciencia de la honestidad, de la convivencia y de la paz, marcándonos qué comportamiento individual hay que tener para vivir en armonía con el prójimo. Como esquema de reglas, es realmente muy sencillo. Todo hombre, con su comportamiento y en lo relacionado con el prójimo, debe abstenerse de hacer sufrir a otro o hacerle lo que el derecho natural le prohíba, renunciando a robarle, agredirlo, lastimarlo, asesinarlo o cualquier otro crimen sobre su persona o sus propiedades o bienes. Y si lo hiciera, el derecho natural lo obligaría a devolver cualquier bien tomado prestado o robado a su legítimo propietario, reparar cualquier daño o sufrimiento propiciado a la persona o a los bienes del otro, así como pagar y saldar las deudas de los prestamos recibidos. Si el derecho natural no se respetara, los seres humanos entrarían en guerra entre sí, y la violencia se propagaría entre los individuos y, consecuentemente, en la sociedad.
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