Entre otros tópicos, este libro aborda el derecho positivo y su máscara demagógica (“leyes votadas por nuestros representantes”), una estafa perpetrada para encubrir la cruenta verdad. No hemos dejado de ser esclavos de nuestros amos, quienes, con mayor o menor benevolencia y de acuerdo con la cambiante coyuntura, deciden permitirnos una menguante cuota de autonomía personal. En palabras del autor, el crecimiento de la legislación positiva empodera a la casta política y alimenta la injusticia.
Giacomini ahonda sobre la génesis teórica y práctica del fracaso constitucionalista, ofreciendo una explicación insuperable a esta situación que aqueja a muchos de nuestros contemporáneos, a quienes les resulta un enigma deprimente puesto que adoraban con fervor mitológico a Alberdi, ignorando simultáneamente el descomunal aporte jurídico de Lysander Spooner, citado en más de treinta pasajes de este libro.
En la actualidad la libertad de tránsito es una costumbre extinta, porque oportunamente usted puede ser arrestado por el temerario acto de rebeldía consistente en atravesar la puerta de su hogar. En países tan cercanos como Perú, difícilmente equiparables hasta ahora con los paisajes de una guerra civil africana, el gobierno de Martín Vizcarra avaló el fusilamiento policial, la ejecución sumaria, de todo aquel que ose incumplir la cuarentena.
Sin llegar a explicitar semejante barbarie, el grupo de bandidos autodenominado Gobierno de la República Argentina hizo lo suyo terminando con la vida de 411 civiles entre marzo y noviembre de 2020, muchos de los cuales murieron pura y exclusivamente por esa misma razón, pisar la calle que pavimentaron con sus impuestos. Así da cuenta el último reporte sobre muertos a manos de las fuerzas represivas elaborado por CORREPI.
A su vez, nuestra cotidianidad se rige por un léxico propio de planes quinquenales estalinistas: “fases”. Ya en “fases” de aislamiento menos estrictas, los vuelos en avión comercial permanecen severamente restringidos y circular trayectos ínfimos dentro del territorio que supuestamente yace bajo una misma soberanía nacional precisa del permiso especial del Estado, salvoconducto que los jerarcas comunistas de antaño le reservaban a quien avalaran para atravesar la cortina de hierro. Con el “permiso para circular” puede trazarse otra analogía histórica: la autorización que debía verbalizar el señor feudal a aquel siervo que quisiera moverse de un sitio a otro sin arriesgar su vida y la de sus seres queridos.
Sorprende, ¿verdad? En pleno siglo XXI, cumbre del progreso tecnológico y cima de la civilización según algunos exégetas entusiastas del statu quo , nos toca revivir postales de la rutina gris que caracterizó al totalitarismo soviético o la agobiante oscuridad de esa larga noche trágica que cubrió a Europa de peste, miseria obligatoria y sumisión resignada durante el milenio medieval. Sin embargo, el vasto recorrido de nuestra especie también ofrece escenas alentadoras, desconocidas por la gran mayoría del público. Por citar solo un ejemplo, la inmensa capacidad autogestiva de la sociedad inglesa antes de que el Estado conquiste, no sin dificultad, sus numerosos espacios de libertad pura. Aprenderemos de este libro que la seguridad privada no es una mera utopía anarcocapitalista, sino que fue lo normal para este pueblo hasta muy avanzada la edad moderna.
Volviendo al presente, carecemos, ahora más que nunca, de dosis mínimas de libertad de expresión. Se han avanzado causas judiciales de diversa índole contra médicos y pacientes que afirmaron que hospitales supuestamente repletos, según la información oficial, estaban en realidad vacíos. También merecen mención los oligopolios de las big tech , encabezadas por Alphabet (Google, Android, YouTube), Microsoft, Facebook (con WhatsApp e Instagram), Apple y Amazon, que han avanzado un paso en la ominosa sinergia con sus aliados y delegados de la política, que, a través de privilegios fiscales, subsidios y leyes a medida, garantizan la posición de privilegio.
Estos nuevos sóviets californianos, ministerios de la verdad orwelliana cuyo alcance excede los más excitados delirios megalómanos de cualquier tirano anterior, resolvieron entregar sus usuarios a distintas policías y organismos sanitarios toda vez que detectaran, vía geolocalización, que salieron de sus hogares o realizaron búsquedas relativas a los síntomas del covid-19. Así mismo y como si se tratase de una sola corporación monopólica, el conjunto de las big tech prohibió explícitamente discutir las directrices sanitarias gubernamentales, aun si se hace a partir de evidencias epidemiológicas y fuentes científicas de la jerarquía de Science o Nature .
Como periodista, y siendo uno de los comunicadores más influyentes de YouTube en lengua castellana, he de admitir que jamás imaginé que los “medios de comunicación alternativos” terminarían ejerciendo sobre nuestro trabajo una presión tanto más superior que la de los viejos editores de los grandes periódicos impresos o los productores de platós televisivos, por donde también pasé.
Este libro reflota la trágica decepción de Thomas Paine, un héroe que arriesga la vida por un ideal fallido, la democracia liberal, y que su propio ejercicio de libertad de conciencia lo obliga a abandonar las dos repúblicas que construyó con sus propias manos: Estados Unidos y Francia. Salvando las enormes distancias, reafirmo que abundan en esta época los desconcertados ante la desintegración de su optimismo. Las big techs ya no obedecen a la presión de anunciantes, ejecutan automáticamente los mandatos de gobiernos amigos, a los que también, sorprendentemente, imparten órdenes. Son las mismas compañías que hace una década desenmascararon a un objetor de conciencia, Edward Snowden, y a un verdadero revolucionario liberal, Julian Assange.
Nos mostraron, con documentos oficiales en la mano, que cada conversación, cada like , cada lectura, cada actividad realizada en cualquiera de estas plataformas es registrada y conservada a perpetuidad por los servidores de una lista creciente de instituciones estatales, en flagrante violación de los términos contractuales establecidos con los usuarios. Han vuelto Torquemada y la Inquisición y, en otra muestra de doble pensar, gusanos intrascendentes que osan llamarse a sí mismos “liberales” los defienden en nombre de una propiedad privada que no es tal, puesto que nadie con dos dedos de frente puede omitir que los tentáculos de estas compañías se extendieron por y para las necesidades espurias de sus socios gubernamentales. Porque a fin de cuentas, todo el mal del que son capaces las corporaciones puede resumirse en una sola palabra: Estado.
Acierta una vez más este libro en sentenciarlo como nuestro único enemigo real. Cito: “La más aceitada maquinaria diseñada para violentar en forma permanente, sistemática y organizada al derecho natural, avasallando la esencia del ser humano, es decir, su libertad”. Esta crisis mundial planificada no solo se explica a través del deseo de exacerbar a una velocidad increíble el poder de la clase política y sus aliados sobre la gran mayoría de sus víctimas, los que vivimos de los medios privados. También se trata de encubrir el colosal desastre económico que previamente han generado las políticas monetarias de emisión salvaje y gasto público desmesurado. El autor, uno de los mejores economistas en nuestra lengua y tiempo, lo explica con lujo de detalles y sin abundar en tecnicismos, fiel a la tradición del pensamiento austríaco y a la fluidez del estilo narrativo de sus precursores intelectuales.
No conforme con ello nos recuerda, datos mediante, que la inflación es el arma confiscatoria por antonomasia, y la moneda prostituida es vector de las peores guerras y catástrofes humanitarias. Y esta no es la excepción a la norma. El caso es que buena parte de la sociedad global decidió trocar una vez más libertad por comodidad, hacer la vista gorda y entregarse voluntariamente a la vejación, la indignidad, el sometimiento absoluto, tal y como Étienne de La Boétie retrató en su tratado más célebre cinco siglos atrás.
Читать дальше