1 ...6 7 8 10 11 12 ...17 De hecho, hay dos manifestaciones en la Grecia clásica que expresan perfectamente esta complementariedad entre el mito y el logos, entre lenguaje mitológico y lenguaje racional: la historia y el teatro. Uno de los sabios griegos, Heródoto, es considerado el padre fundador de la historia. Heródoto es el historiador de las Guerras Médicas, a las que ya hemos hecho referencia al hablar del relato que era elaborado por los vencedores. La intención de Heródoto en su Historia (una palabra cuya etimología en griego parece responder al concepto contemporáneo de «encuesta») era realizar una investigación lo más objetiva posible de lo que había sucedido en esas batallas. Para ello, se entrevistó de modo sistemático con los protagonistas de esas contiendas, o al menos con quienes oyeron esas historias directamente de quienes las habían experimentado —claro que lo hizo sobre todo con los combatientes griegos—.
Aun con todas las limitaciones de su rudimentario método, Heródoto consiguió que sus contemporáneos distinguieran sus descripciones reales de otras narraciones como las leyendas homéricas o las poesías, que no tenían que reflejar con exactitud los hechos acaecidos. Heródoto, junto a otros célebres historiadores griegos como Tucídides y Polibio, rompió también con otra convención, ya que no presentaba sus escritos en la forma habitual, en versos poéticos, sino en una monótona sucesión de sentencias que hoy llamamos «prosa». La forma en prosa era un signo externo que distinguía sus narraciones históricas de la forma poética de las narraciones legendarias y mitológicas. A los griegos les gustaba oír las narraciones legendarias, en las que se contaban sucesos extraordinarios de dioses y héroes, una y otra vez, en forma de verso, y a ser posible declamadas musicalmente, para poder retenerlas mejor y poder así transmitirlas a sus hijos. Es lo que nos sucede hoy con la música moderna: aunque seamos gente de escasa memoria, conseguimos recordar las letras de las canciones de nuestros grupos preferidos, porque están presentadas en cortos versos y además concuerdan bien con el ritmo musical. Pero Heródoto debía tratar de los sucesos reales de personas de carne y hueso, no de las hazañas sobrenaturales de héroes y dioses. Por esto eligió la prosa humilde, lo que le permitía además alargarse en sus reflexiones morales. Él sabía que en sus narraciones históricas no era tan importante retener literalmente todas las frases en la memoria, sino reflexionar sobre los acontecimientos, las ideas y las consecuencias morales de los hechos que se relataban.
Todos los historiadores estamos de acuerdo en que la verdadera revolución de la historia, la que le hizo entrar en el panteón de las disciplinas científicas, se dio gracias al historicismo germánico decimonónico, liderado por Leopold von Ranke. Pero nadie duda tampoco a la hora de atribuir a Heródoto la paternidad de la primera separación entre historia y literatura, lo que le otorgó el mencionado título imperecedero de «el padre de la historia». A partir de él, la historia y la literatura se separan en teoría, pero como ambas se presentan como una narración, no siempre es sencillo distinguirlas. Lo más importante para los historiadores es comprometerse con la búsqueda honesta de la realidad histórica, aunque a veces el modo de presentarla sea algo más aburrido que el de la literatura porque las conexiones entre una sentencia y otra no surgen de la propia imaginación sino que deben sujetarse a la esclavitud de los eventos. Esta preocupación por la belleza narrativa, incluso si se está escribiendo un libro de historia, existe ya desde muy antiguo: el último libro histórico de la Biblia, el segundo libro de los Macabeos, compuesto en torno al año 100 a. C. en un ambiente claramente helenizante, termina con una exhortación a los historiadores para que presenten sus narraciones no solo de un modo veraz, sino también bello:
Así se desarrollaron las cosas referentes a Nicanor, y, puesto que desde aquel tiempo la ciudad está en poder de los hebreos, yo también terminaré aquí la narración. Si la composición ha quedado bella y bien compuesta, eso es lo que yo quería; si resulta de poco valor y mediocre, esto es lo que he podido hacer. Así como beber vino solo —lo mismo que el agua sola— es perjudicial, mientras que el vino mezclado con agua es saludable y tiene un agradable sabor, así también la distribución del relato agrada los oídos de los que llegan a leer la composición. Y que aquí sea el final.
(2 Macabeos, 15: 37–39.)
Hoy día, en lo único en que no estaríamos de acuerdo los historiadores con el autor de esa cita es en que beber el vino sin agua es perjudicial para la salud. Pero sus palabras deberían ser un modelo a seguir para quienes nos dedicamos profesionalmente a la escritura histórica: otra cosa muy diferente es que seamos capaces de emular la belleza con que el autor sagrado consiguió expresar esta idea.
Junto a la escritura de la historia, los griegos también hicieron un importante descubrimiento: la utilización de una interpretación escénica, que llamaron teatro, para transmitir de un modo racional las verdades más profundas insertas en la naturaleza humana. Llegó un momento que los griegos se dieron cuenta de que debían idear un sistema para poder transmitir a una mayor audiencia el contenido de sus mitos más ancestrales, aquellos que hacían referencia a los valores que eran compartidos por toda la sociedad. Algunos antropólogos han definido al teatro griego como una «racionalización del rito», puesto que todas sus formas externas (la compenetración entre actores y espectadores, la transmisión de realidades profundas a través de una trama ficcional, el dramatismo de la representación) equivalen a las de los ritos, pero se les ha desgajado ya de sus connotaciones mágicas. Las obras teatrales empezaron siendo breves, pero pronto se alargaron un día entero, habitualmente festivo. Las actuaciones tenían lugar en lugares que facilitaran al máximo la audición y la visión, por lo que se solían aprovechar espacios que presentaran de forma natural un medio círculo, tal como podemos admirar todavía hoy en muchas de las ciudades de pasado griego y romano. Los actores llevaban grandes máscaras que les cubrían la cara, entre otras razones para prevenir a la audiencia de identificar a los actores con los personajes que estaban representando.
Poco a poco se fueron distinguiendo algunos géneros dentro del teatro, que respondían a su vez a las diferentes demandas de la audiencia. El género más popular fueron las tragedias, puesto que permitían ahondar en un tono solemne y majestuoso, pero gráfico y comprensible a la vez, en algunos de los grandes dilemas humanos, como el destino, el bien y el mal, o la muerte, con los que los ciudadanos se sentían muy identificados. A distancia de los siglos, sigue siendo estremecedor releer algunas tragedias clásicas como Antígona y Edipo Rey de Sófocles o Medea y Orestes de Eurípides porque sus mensajes más profundos tienen una actualidad sobrecogedora. Otro género muy apreciado por los griegos fueron las comedias, puesto que su condición irónica les permitía afrontar temas muy serios, de contenido político y moral muy profundo, sin las connotaciones tremendistas connaturales a las tragedias. El autor más representativo de las comedias fue Aristófanes, y entre sus obras podríamos destacar Los caballeros , una obra satírica que bajo su máscara ficcional es una sátira brutal contra Cleón, uno de los políticos más influyentes de la época inmediatamente posterior a la de Pericles. Por lo demás, las comedias permitían a los griegos, que pasaban por ser gente muy seria, abandonar, por lo menos durante un rato, su calculada gravedad, y les proporcionaba una ocasión para reírse de sí mismos, una actitud de la que debemos seguir aprendiendo día a día.
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