1 ...7 8 9 11 12 13 ...17 Finalmente, los griegos también mostraron un sentido práctico de la existencia muy agudo. El enfrentamiento con los persas les había inmunizado de todo lo que pudiera acercarse a la tiranía, pues eran muy celosos de su libertad y de su autonomía. La organización en poleis (ciudades) completamente autónomas, más que en grandes y extensos imperios, posibilitó una organización más racional del gobierno que la que alcanzaron sus contemporáneos. La primera Constitución de Atenas data del 594 a. C., es decir, un siglo antes de las batallas de Maratón y Salamina. Un noble conocido como Solón propuso una constitución que se conoció como «solónica» y que establecía que los ciudadanos tenían que decidir por sí mismos cómo organizarse. Por ello se denominó a ese sistema político democracia —literalmente, «gobierno del pueblo»—. Los notables atenienses se reunían periódicamente en la plaza del mercado de Atenas para tomar sus decisiones y elegir a unos hombres experimentados que las pusieran en práctica. No era desde luego un tipo de «democracia» tal como la entendemos hoy, porque solo una élite, el grupo de los ciudadanos, podía tomar esas decisiones, y muchos otros habitantes de la ciudad (empezando por los esclavos y las mujeres) quedaban fuera. Pero el sistema fue lo suficientemente justo como para funcionar como modelo para esa denodada lucha contra la tiranía y el despotismo que todas las sociedades deben librar de un modo u otro.
La civilización griega clásica tuvo, como todas las culturas, sus luces y sus sombras. La esclavitud siguió muy arraigada en ese pueblo, la tiranía dominó por lo general sobre el buen gobierno, y su edad de oro fue verdaderamente efímera, quebrantada de forma prematura por las luchas intestinas de unas élites siempre insatisfechas y por la irreconciliable ruptura entre el modelo ateniense y el espartano. Pero en la balanza de lo que legó a la posteridad pesan desde luego mucho más los aciertos que los fracasos; y no solo por el hecho de habernos legado la costumbre lúdica de las Olimpiadas, que seguimos realizando con su misma periodicidad, cada cuatro años, y que nos proporciona tantos bellos ejemplos de superación y nobleza. Ellos fueron quienes, por primera vez, ofrecieron un modelo clásico en el comportamiento, en la vida pública, en el arte y en el pensamiento, digno de ser imitado permanentemente por los pueblos que estaban por llegar en la historia.
Capítulo 3 Roma y la civilización
La civilización romana – Los orígenes de Roma – Rómulo y Remo – La monarquía – Tarquinio el Soberbio – El Consulado – Patricios y plebeyos – La expansión en Italia – Alianzas y conquistas – Las Guerras Púnicas: Cartago y Aníbal – La helenización – Hispania – Las Galias – Julio César – Augusto y el Imperio – La «transmisión» del imperio – La racionalización de la administración – Las obras públicas y la ingeniería – El régimen fiscal – El derecho romano – La ciudadanía romana – El Mediterráneo, un espacio común – La romanización – El legado de Roma – Romanismo y germanismo – Paganismo y cristianismo
Cuenta la leyenda que Roma fue fundada en el año 753 a. C. Roma encarna —para la sabiduría popular— el sentido práctico de la existencia, como Jerusalén el de la religiosidad y Atenas el de la sabiduría. La figura del jurista romano se presenta como uno de los paradigmas de la nueva civilización, como lo habían sido antes la del profeta judío o el pensador griego. Como todas las generalizaciones, estas deben ser matizadas. Pero nos sirve como arranque de este capítulo dedicado a la civilización romana, que ha funcionado y sigue funcionando como inspiración y modelo de algunos de los valores occidentales más asentados: la planificación racional de los medios para conseguir unos fines determinados, el sentido práctico y jurídico de la existencia y la infatigable búsqueda de la aplicabilidad de los avances teóricos y técnicos.
El término que expresa mejor la contribución romana para la posteridad es el de civilización. Este concepto nos remite a valores completamente asimilados en nuestra mentalidad como el respeto a unas reglas previamente consensuadas, la planificación administrativa, la protección de los derechos básicos, la seguridad de los caminos, la representatividad política, la estabilidad social, el fomento del desarrollo económico, el cuidado de la higiene, el arreglo del vestuario, la preservación de unas normas básicas de educación, el acomodo en el habla, el fomento de la cultura y la provisión de la instrucción a los más jóvenes. Obviamente, no es que los romanos consiguieran unos estándares elevados en todos estos ámbitos, pero sí que procuraron fomentarlos no solo en su capital, Roma, sino también en todos los territorios que iban conquistando. Por este motivo, hoy día consideramos prácticamente sinónimos los conceptos de romanización, civilización, colonización, culturización, progreso y desarrollo.
Roma se preocupó, al igual que Israel, por el relato de sus orígenes. Lo hizo, cómo no, a través de un lenguaje mitológico y legendario, utilizando un lenguaje simbólico. Pero, así como los judíos se remitieron a los orígenes de la humanidad, a los romanos les bastó con remontarse a los orígenes troyanos. Estos relatos cuentan que un troyano huido, Eneas, se había refugiado en Italia. Dos notables descendientes suyos, Rómulo y Remo, habían tenido por padre a Marte, el dios de la guerra, siendo amamantados en el bosque por una loba salvaje. Uno de los hermanos, Rómulo, fundó Roma en el año 753 a. C. Los romanos comenzaron a contar la historia desde esa fecha ( Ab urbe condita [desde la fundación de la ciudad]), del mismo modo que los griegos lo hacían desde las primeras olimpiadas y más adelante Occidente lo haría desde el nacimiento de Cristo o los musulmanes desde la Hégira de Mahoma.
La ciudad se organizó pronto en torno a una monarquía, que era el sistema que predominaba en las grandes civilizaciones del momento. Esta estructura acabó resultando ineficaz, sin embargo, para una ciudad que se desarrolló, ya desde sus orígenes, con un enorme dinamismo. El último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio, fue asesinado por un noble llamado Bruto. Se instauró entonces el gobierno de los aristócratas, que en Roma recibían el nombre de patricios. Estos solían ser grandes terratenientes que tenían el derecho de elegir a los principales funcionarios de la ciudad, llamados cónsules, y que tenían una dominación efectiva sobre los pobres, llamados plebeyos. Al principio los plebeyos no tenían ningún derecho, y por supuesto no podían formar parte del gobierno de la ciudad. Pero finalmente, tras una lucha que duró siglos, los plebeyos consiguieron equiparar sus derechos a los de los patricios y compartir con ellos el gobierno de la ciudad. De los dos cónsules que cada año regían la ciudad, uno debía ser patricio y el otro plebeyo.
Esto sucedió durante el siglo IV a. C., entre el humillante saqueo de Roma por los galos en el año 390 y el inicio de las conquistas de Alejandro Magno en el 336. A finales de ese siglo los romanos iniciaron una expansión muy agresiva por la península itálica, que se alargó aproximadamente hasta el año 250. Durante ese largo período se consolidó el modelo de conquista romano, que sería utilizado durante los siguientes siete siglos de su existencia. A diferencia de la estrategia de los modelos griegos, persas y helenistas, la expansión romana tenía como objetivo la estabilidad de una colonización duradera más que el fogonazo de una presencia militar efímera. La anexión de territorios se producía por alianza, a través de la coalición con una ciudad que reclamaba protección militar, o por la conquista de las temidas legiones romanas.
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