Colección Biblioteca de cultura histórica
Dirigida por Almudena Blasco Vallés y Manuel Lucena-Giraldo
JAUME AURELL
GENEALOGÍA DE OCCIDENTE
Claves históricas del mundo actual
BIBLIOTECA DE CULTURA HISTÓRICA
Colección Biblioteca de cultura histórica
Dirigida por Almudena Blasco Vallés y Manuel Lucena-Giraldo
Título original: Genealogía de Occidente - Claves históricas del mundo actual
© Jaume Aurell, 2017
© De esta edición: Pensódromo 21, 2017
Diseño de cubierta: Pensódromo
Editor: Henry Odell
e-mail: p21@pensodromo.com
ISBN print: 978-84-947050-4-5
ISBN e-book: 978-84-120166-9-7
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Este libro propone una revisión de la historia de Occidente. Su objetivo es rastrear las improntas del pasado que son todavía reconocibles en nuestro presente. He intentado descifrar las huellas todavía perceptibles de los lugares esenciales, los personajes célebres, los eventos trascendentales y las tendencias intelectuales que Occidente reconoce como propias. He tratado de construir algo así como la genealogía de Occidente, lo que hoy llamaríamos su ADN. Siempre he partido del convencimiento de que el conocimiento de nuestra identidad histórica es una herramienta esencial para mejorar como personas, para mejorar como ciudadanos, para mejorar como profesionales, para mejorar en definitiva nuestra sociedad.
Me he embarcado en un crucero en el que he alcanzado algunas ricas metrópolis de la Antigüedad como Jerusalén, Atenas, Roma, Antioquía de Siria, Alejandría y Constantinopla; la prodigiosa expansión del cristianismo; la dolorosa escisión entre Roma, Constantinopla y La Meca; las opulentas ciudades comerciales medievales y renacentistas como Florencia, Venecia, Génova, Brujas, Amberes y Barcelona; las inconmensurables figuras de humanistas y científicos que mostraron una curiosidad universal como Leonardo da Vinci, Galileo y Newton; los imperios transoceánicos español, portugués y británico; la consolidación de los valores modernos como el Estado, el capitalismo y la ciencia moderna; el racionalismo de la Ilustración; los deslumbrantes centros intelectuales, culturales y artísticos del Londres de la época victoriana, la Viena fin-de-siglo, el París de principios de siglo y el Berlín de entreguerras; y, más recientemente, el idealismo de los años sesenta y la perplejidad algo titubeante pero también esperanzada del presente.
Mis colegas historiadores me podrán recriminar, con razón, que esto no es un libro de historia convencional sino una genealogía histórica. Las genealogías se suelen empezar en el presente y desde ahí se van rastreando, de forma retrospectiva, cada uno de los jalones de la familia, llegando así hasta donde hay recuerdo o algún documento acreditativo con el que poder seguir la pista. Mi intención al embarcarme en este libro ha sido acercarme a nuestro pasado con el filtro del presente. Me he interesado por los aspectos políticos, sociales, económicos, culturales, intelectuales, artísticos y religiosos de las civilizaciones del pasado centrándome en los que han dejado alguna huella en los valores del presente.
Sin embargo, no he pretendido acercarme al pasado para justificar o legitimar el presente sino con el ánimo de comprender mejor quiénes somos, de dónde venimos, cómo somos y lo que debemos a cada período del pasado. Mi presentismo , si es que existe, se manifiesta en el criterio de selección que he realizado de los eventos históricos, más que en su uso o manipulación para legitimar el presente. Por ello, este libro no es una historia sistemática del pasado, una historia universal a modo de la bella Breve historia del mundo que Ernst H. Gombrich escribió para su hija Elsie o la admirable y comprehensiva Europe de Norman Davies, sino un relato de los procesos, las ideas y los eventos experimentados por Occidente que han pasado a formar parte de su identidad.
Una de las intenciones implícitas de este libro es fomentar la autoestima de Europa. Basta una sencilla exploración en Google para acreditar que Europa sigue siendo el continente más visitado por los turistas de todo el mundo, el destino soñado por emigrantes de todo el planeta, el espacio político donde las coberturas sociales son mayores, el territorio donde los derechos de las minorías son más respetados y el lugar con los mayores índices de seguridad. No nos vale enorgullecernos de nada, porque muchos de estos valores son compartidos con otros territorios (o deberían serlo todavía más) y porque parte de ellos (sobre todo los que hacen referencia a la riqueza material) se han formado a partir de los despojos de la colonización europea, lo que nos debería espolear todavía más para comunicarlos.
Pero también es necesario levantar la cabeza, tomar perspectiva, aumentar la confianza en nosotros mismos y procurar expandir, con mayor entusiasmo, algunos valores que son patrimonio de Occidente (en particular de Europa) y que pueden contribuir a una mejora objetiva del mundo: la creación de unas instituciones públicas eficaces y respetadas por todos, la connivencia entre la iniciativa privada y la planificación pública, el igualitarismo social, la seguridad jurídica, la preservación de los derechos civiles, el establecimiento de una red educativa y asistencial universal y gratuita, un sistema de pensiones digno, el respeto a la diversidad étnica y religiosa aunque sean minoritarias, la autonomía entre lo político y lo religioso, el aprecio por el arte y la cultura, la compatibilización entre lo particular y lo global, el sentido cívico de la existencia y el sentido solidario.
La historia nunca es aburrida. La hacemos aburrida, en todo caso, quienes la contamos. Pero ella siempre nos ayuda a revisar nuestro pasado colectivo, del mismo modo que nuestra memoria nos ayuda a revisar nuestro pasado personal. Se ha dicho alguna vez que quien olvida el pasado está condenado a repetir sus errores. Personalmente me gusta plantearlo de modo más positivo: quien se interesa por su pasado se enriquece, porque se conoce mejor, reafirma su propia identidad, su propia autoestima y procura mejorar lo que no se ha hecho bien. Los historiadores, a diferencia de los literatos, no tratamos de lo que podría haber pasado , sino de lo que ha pasado . Las dos actividades son esenciales para el hombre, porque sin sueños tampoco se puede vivir. Pero es obvio que los historiadores tenemos experiencia no solo de lo que nos gustaría que hubiera pasado (reflejado por la literatura), o incluso de lo que debería haber pasado (reflejado por la filosofía) sino de lo que, en realidad, sobria y llanamente, ha pasado. Esto nos aleja de los extremos del escapismo de determinadas ficciones insensatas o de las utopías de determinadas especulaciones ideológicas manipuladoras.
Por tanto, los historiadores tenemos una especial responsabilidad en alertar a la sociedad de las posibles ideas políticas, económicas, sociales o culturales que suscitan una gran fascinación porque se presentan como grandes novedades, cuando en realidad son modelos periclitados, que ya han sido aplicados en el pasado y no han funcionado. A lo largo del libro presento algunos ejemplos, como los neoimperialismos, los neofascismos o los neomarxismos que vuelven a presentarse periódicamente ataviados con ropajes mesiánicos, pero que son incapaces de superar el juicio sumarísimo de la práctica. Como tenemos el conocimiento de lo que ha funcionado o no en el pasado, los historiadores sufrimos cuando resurgen ideas e ideologías que han traído desgracias a las sociedades del pasado, pero por olvido, ingenuidad, engaño o simplemente por la imposición de los intereses de los poderosos, nos volvemos a sumergir de forma insensata en ellas.
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