Víctor Navarro Brotons - Disciplinas, saberes y prácticas

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Entre los siglos XV y XVIII Europa fue escenario de una serie de novedades, cambios o transformaciones en los saberes acerca de la naturaleza, en los procedimientos y métodos empleados para describirla y explicar sus procesos, y en la manera de organizar las actividades o prácticas relacionadas con estos saberes. El presente libro ofrece un conjunto de trabajos basados en los resultados de investigaciones del autor realizadas a lo largo de varias décadas y en una amplísima bibliografía, dedicado todo ello a la actividad desarrollada en el ámbito de las disciplinas matemáticas o físico-matemáticas y sus aplicaciones, así como en filosofía natural, en la sociedad española de los siglos xvi-xviii. Todo ello, desde una perspectiva comparada y dejando de lado estériles apriorismos o construcciones ideológicas acerca de la «ciencia española».

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Cabe plantearse si Muñoz abandonó la cosmología aristotélica como resultado de sus estudios sobre la supernova, o si, como él mismo sugiere, ya estaba preparado para «ver» el fenómeno con los dos ojos, es decir, con los de la razón, por emplear un metáfora usada por Copérnico. 34 Para responder a estas cuestiones contamos con el manuscrito dedicado a comentar el segundo libro de la Historia Natural de Plinio, elaborado hacia 1568, es decir algunos años antes de la aparición de la supernova. Como es sabido, la Historia Natural de Plinio es la obra más importante y difundida entre las dedicadas a divulgar los conocimientos sobre la naturaleza, de las escritas por los autores latinos de la Antigüedad. Los humanistas, en particular, se interesaron por esta obra en relación con su afán por familiarizarse con la civilización clásica. En este sentido, además de la información factual, los humanistas valoraron mucho la obra desde el punto de vista literario y lingüístico, y se esforzaron por entender el contenido y valor científico de sus ideas. En algunas universidades europeas se propuso el texto de Plinio como manual en las enseñanzas de la facultad de Artes, lo que se puede relacionar con una cierta insatisfacción con las autoridades escolásticas tradicionales. 35

En la España del siglo XVI se publicaron varios comentarios a Plinio, como el de fernando Núñez de Guzman (el Pinciano), de orientación fundamentalmente filológica, que es sin duda uno de lo mejor de este género de todo el siglo; el de Pedro Juan Olivar, sobre el «estilo de Plinio»; y el del médico francisco López de Villalobos, que se esforzó, con desigual fortuna, por hacer comprensible el texto de Plinio, criticándolo ocasionalmente desde la filosofía aristotélica o la teología cristiana. Quedó manuscrito el extenso comentario del médico y destacado naturalista francisco Hernández, a quien le interesaron menos las cuestiones filológicas que la información factual y las ideas, y el del humanista valenciano Juan Andrés Strany. Aunque el comentario de Strany es fundamentalmente filológico, su interés por Plinio cabe relacionarlo también con las ideas expuestas en la obra y su orientación predominantemente estoica, dado el conocido interés de Strany por la tradición estoica, hasta el punto de que era conocido como «barón estoico». 36 Luis Vives también utilizó la enciclopedia pliniana en diferentes contextos de sus obras. En relación con la astronomía, por ejemplo, en sus Comentarios al Sueño de Escipión , Vives usa a Plinio para describir los movimientos de Mercurio y Venus, así como a Martianus Capella, del que tomó la idea del modelo heliocéntrico para estos planetas. 37

Palmireno, por otro lado, en su Cathálogo de Autores Cathólicos para Dialéctica y Philosophia Natural y Moral (1560), proponía completar el corpus aristotélico en la enseñanza de la filosofía con los Comentarios a Plinio, las Cuestiones naturales de Séneca y de De Igne et Ventis de Teofrasto, además de recomendar la consulta de las obras de Galeno. En metafísica, Palmireno recomendaba, además de Aristóteles, estudiar a Platón y los neoplatónicos, junto a Cicerón. 38

En este contexto de apertura, eclecticismo y cierto pluralismo doctrinal reclamado por los humanistas valencianos, Muñoz se decidió a servirse del texto de Plinio para exponer sus ideas cosmológicas y teológicas. El manuscrito autógrafo de los comentarios de Muñoz a la astronomía y cosmología plinianas, conservado actualmente en Copenhague, parece el texto de las lecciones o conferencias extraordinarias que impartió nuestro matemático y hebraísta en la Universidad de Valencia el verano de 1568.

Muñoz empieza su explicación de Plinio con una típica oración humanista orientada a la captatio benevolentia de los oyentes y a exponer sus intenciones al comentar a Plinio: «Se admirará tal vez, benévolos oyentes, alguno de entre los teólogos ampliamente versados en los Concilios Generales o en derecho canónico, preguntándose qué se le haya podido ocurrir a un teólogo expositor de las Sagradas Escrituras al emprender una exposición pública de la Historia Natural de Cayo Plinio Segundo». Como ya he adelantado, las ideas cosmológicas que Muñoz presenta en este texto se pueden calificar en gran manera como afines a la tradición estoica. En síntesis, todo el Universo, desde la Tierra, que ocupaba el centro, hasta sus confines, estaba lleno de aire, que, además, impregnaba todas las cosas del mundo y servía de conexión entre ellas; aire, que en otros lugares compara con el espíritu que se difunde desde el corazón para vivificar el cuerpo. Muñoz, por tanto, no acepta la dicotomía aristotélica entre la región celeste y la sublunar, ni la división del cielo en orbes, ni la existencia de la esfera de fuego. El cosmos de Muñoz no tiene dimensiones precisas, aunque es pequeño, comparado con el nuestro, y finito: acaba allí donde el aire, que se enrarece progresivamente, ya no puede ser más tenue. Su límite superior no tiene una forma definida y más allá, siguiendo los postulados estoicos, es posible que exista un inmenso vacío. El Universo puede tener cualquier forma, si bien por razones astrológicas –predominio de las constelaciones frías próximas al polo– seguramente debe tener la forma de una calabaza. Es inmóvil y los planetas se mueven, gracias a su propia fuerza o naturaleza, por el aire cósmico, como los peces por el mar o los pájaros por el aire que rodea en la Tierra, según trayectorias irregulares, de polos variables, que llama espiras, y no arrastrados por orbes. Las estrellas se mueven de la misma manera; así pues Muñoz no acepta tampoco la existencia de una esfera que arrastra a las estrellas fijas, los cielos son corruptibles y los planetas y estrellas contienen en su composición elementos y cualidades análogas a las terrestres, aunque en estado más puro. Los cometas se forman en el cielo y son, por tanto, cuerpos celestes.

El comentario de Muñoz se ajusta muy bien a los cánones del humanismo. Trata de entender a Plinio, de examinar sus fuentes, de ponderar sus aciertos y errores, de contextualizar debidamente sus ideas, al mismo tiempo que expone las suyas propias. Usa hábilmente su doble condición de teólogo –profesor de Sagradas Escrituras– y matemático-astrónomo para legitimar sus críticas a la cosmología aristotélica y proponer sus ideas alternativas. Pone en juego, según el gusto de los humanistas, un amplísimo repertorio de citas de autores de la Antigüedad: poetas, historiadores, geógrafos, matemáticos y filósofos. Pero este recurso no es meramente literario o retórico, sino que cumple la función de situar al mismo nivel de opinión cualquier afirmación filosófica, que valdrá lo que valgan sus argumentos. Junto a esto y aunque Muñoz insiste en la distinción entre verdades de fe y verdades de razón, no deja de señalar la mejor adecuación de la cosmología que él propone con la teología cristiana, y, en general, que la razón debe ser compatible con la fe. Citemos, en este sentido, por ejemplo, su crítica a Aristóteles, Teofrasto y otros autores que afirmaban la eternidad del mundo. Crítica que Muñoz realiza desde la «verdadera fe», pero que es consistente, por otro lado, con su adhesión a la doctrina que el cosmos está rodeado de vacío, ya que se debe incendiar: «ahora bien, las cosas que se incendian, convirtiéndose en una sustancia más sutil, es preciso que ocupen un espacio mayor; será por consiguiente más amplio el lugar del mundo entero en llamas». 39

Una de las ideas centrales de la cosmología que propone Muñoz es la del aire cósmico o, como dice Plinio, «el espíritu, que los autores griegos y los nuestros llaman con el mismo término, “aire”, algo vital que puede penetrar todas las cosas y que está extendido por todo». Muñoz, en el comentario al texto de Plinio, cita los famosos versos de Virgilio: «desde el principio del mundo un mismo espíritu interior alimenta el Cielo, la Tierra y las líquidas llanuras y el globo luminoso de la Luna y los astros titánicos» (p. 383ss.). Junto a Virgilio, en el mismo lugar y a propósito del aire, cita a Arato y Manilo, famosos autores de poemas didácticos de contenido astronómico-astrológico, también de influencia estoica. No obstante, el autor sobre el que más se detiene es Hipócrates, cuyas afirmaciones le permiten concluir que su opinión sobre la sustancia del Cielo «no es nueva, sino antiquísima, aunque un tanto oscurecida por los comentarios aristotélicos». Aquí y en otras ocasiones Muñoz recurre a las credenciales de veracidad y autenticidad que proporcionan las cosas más antiguas u «originales»: otro tema caro a los humanistas, relacionado con la concepción cíclica de la historia de la cultura humana. Eso no le impide, en ocasiones o contextos diferentes, subrayar el carácter progresivo y de empresa colectiva del saber. Así, en la carta a su amigo Reisacherus, decía que en las cosas que pueden demostrarse no hay que dar crédito a nadie: ni a Ptolomeo, ni a Alfonso, ni a Regiomontano, ni a Copérnico. 40

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