AAVV - Letras desde la trinchera

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Con motivo del centenario de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), este volumen trata de rastrear el conflicto bélico como tema, espacio y personaje en la producción literaria de los principales países que participaron en él, como España, que reflejaron el enorme impacto en su literatura y prensa. Los estudios aquí reunidos toman como marco geográfico interdisciplinar las literaturas de Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia, Estados Unidos y Canadá, y aúnan diferentes perspectivas genéricas que incluyen el teatro, la poesía y la narrativa. De este modo, a partir de acercamientos críticos derivados de los estudios culturales, estos artículos pretenden ejemplificar la construcción estética de la Gran Guerra por parte de autores contemporáneos del conflicto, así como por aquellos posteriores a él, y que crecieron como testigos directos de sus consecuencias más inmediatas.

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Esta contribución desde el mundo de la cultura en España al imaginario colectivo en torno al enemigo-otro se colige no solo de la prensa española en Francia sino, como se ha comentado ya, de la correspondencia editorial de autores como Blasco, que vive con efervescencia la necesidad de mostrar en su Historia las «atrocidades alemanas», apoyadas en fotografías, para dar a conocer al público el lado más brutal de los soldados alemanes «de tipo feroz» (71). Un tipo de «bárbaro germano espurio de toda tradición», según las tendenciosas palabras de Valle-Inclán (12).

Mientras tanto, algunos intelectuales españoles ganan el aprecio del entorno de Poincaré. La labor de ataque dialéctico alemán era contrarrestada, por tanto, por la militancia espiritual en el bando opuesto, de ahí que en sus encuentros con el presidente de la República, Blasco hiciera gala de la gran fuerza e importancia de su» casa editorial como instrumento de difusión y propaganda» y de que estaban «a las órdenes de la República Francesa, para trabajar por la causa de la libertad y la civilización» (114-115).

La guerra en la literatura fue, también, la guerra del lenguaje utilizado con entusiasmo por los diferentes sectores sociales tras el estallido del enfrentamiento bélico: de un modo violentamente crudo en el caso de los políticos alemanes, en cuyas palabras se reflejó el impacto de Clausewitz –o más bien su apropiación intencionada por parte de la política alemana–, que darían sustento a los escritos y al pensamiento filosófico de Ernst Jünger, que se alistó voluntariamente con diecinueve años en el 73º Regimiento de Fusileros.

En el polo retórico opuesto, al menos aparentemente, se estableció una disimulada agresividad en las declaraciones públicas y privadas de los mandatarios rusos y franceses, para quienes la guerra y la paz suponían una drástica alternativa existencial (Clark 2014: 558-559). Así lo confirman los españoles que fueron testigos de las proclamas de ambos bandos. Gaziel, que se encontraba en París en agosto de 1914, relata su interpretación de ambas posturas publicadas en los periódicos:

La del presidente de la República revela, a las claras, el espíritu del pueblo francés. Nadie quiere la guerra en Francia, y la nación está dispuesta a todos los intentos decorosos para conjugarla. El estilo de la proclama del Presidente es natural y reposado; los sentimientos que la inspiran son absolutamente pacíficos. La corta arenga que el Emperador ha dirigido a la multitud [...] es, por el contrario, vibrante y amenazadora. Su estilo lacónico y rudo no deja de tener un sello de grandeza (Gaziel 1915: 11).

Más allá de los tratados y pactos diplomáticos, la euforia belicista o antimilitarista se expresó simultáneamente a voces por las calles, en manifestaciones populares y, por supuesto, en los periódicos.

En España y en Francia, los intelectuales, los escritores, los científicos no solo lideraron en la prensa diaria debates humanitaristas o belicistas, aliadófilos o neutrales, sino que introdujeron la cotidianidad de la contienda en los hogares mediante una manipulación estetizante y una idealización del militar que permitiera involucrar a la población en enfrentamientos que transcurrían en frentes alejados. Los periodistas, cuando no eran ellos mismos escritores, asimilaron el lenguaje literario y practicaron el oficio de distinto modo que en el XIX, pues ahora era necesario aderezar y decorar la información con opiniones, tópicos e impresiones, según se lamentaba Krausen 1912 en «El ocaso del mundo por la magia negra» (Kovacscics 2007: 74).

Los escritores emplearon sistemáticamente mecanismos de propaganda para publicitar el conflicto como si fuera un producto, mediante la trasmisión de hazañas militares, de discursos dirigidos al refuerzo moral de la tropa y de la población o mediante el recurso a la tan criticada difusión de la «ilusión de una guerra breve» (Clark 2014: 644). De hecho, esta se mostraba como una guerra breve entre príncipes, al estilo del XVIII, en la que se estaría en casa antes de Navidad, como solía decirse (ibíd.). Desde el otoño de 1915 la percepción generalizada empezó a cambiar.

Pero antes, desde el principio, la maquinaria propagandística en Francia, en Alemania, en Austria, en Inglaterra, ya se había puesto en marcha para instrumentalizar la cultura a su favor. En casos ilustrativos como los de Viena, en lugar de alistarse, escritores como Rilke ponen su firma al servicio de la propaganda nacional en instituciones creadas ex profeso. Se trataba del Grupo Literario del Archivo de Guerra, del que el gran poeta consigue ser liberado y apartado en un despacho independiente, lejos de otros reclutados como Stefan Zweig.

La campaña militar necesitó exaltadores, divulgadores y portavoces. Requería más que nunca a los escritores (Kovacscics 2014: 80), por eso en Alemania se emitió una declaración oficial de sus catedráticos el 16 de agosto de 1914, en pro de la libertad no solo de Alemania sino de la salvación de la cultura europea (Kovacsics 2014: 67). Paralelamente, en Francia, Henri Bergson, presidente de la Académie des Sciences Morales, manifestó que la lucha engagée contra Alemania era la lucha misma de la civilización contra la barbarie (Rolland 1915); se iniciaba una fiebre patriótica y combativa alentada por los artículos de Barrès de El alma francesa y la guerra , entre otros. Mientras, intelectuales de la talla de Romain Rolland o André Spire en J’ai voulu la paix lanzaban proclamas humanitarias que posteriormente han acabado formando parte del corpus contemporáneo de discursos antibelicistas.

Uno de los textos emblemáticos es todavía hoy «Au-dessus de la mêlée», escrito el 15 de septiembre de 1914. En él, Rolland realiza una laudatio funebris de «la juventud heroica del mundo», de los «hermanos enemigos» (21) que iban a morir, expresando la necesidad de altura moral para afrontar el conflicto; un conflicto, también, contra las ideologías que exaltaban los beneficios catárticos de la guerra, innecesaria, según Rolland, para fomentar el patriotismo nacional. Un patriotismo impostado que pocas novelas han criticado de un modo tan corrosivo como La peur de Gabriel Chevallier, centrada en el miedo atroz que acosa al soldado, cuyo deseo más imperioso es huir. Puesto que la palabra deserción fue tabú en la vida y la literatura francesa, La peur de Chevallier se convirtió en un libro tildado de antipatriótico hasta la segunda guerra mundial; causó tanto revuelo por su enfoque como la enorme producción fotográfica sobre las trincheras aparecida tras la guerra. De este ingente legado visual, complemento imprescindible para el estudio de las imágenes literarias y del campo semántico y retórico del lenguaje belicista, el más impactante fue por el fotolibro de Ernst Friedrich Kriegdem Kriege ( Guerra a la guerra , 1924), en el que el fotógrafo recopiló imágenes de soldados mutilados acompañadas sarcásticamente con pies de fotos propios del lenguaje de la propaganda de guerra: citas como «Campo de honor», para referirse al cadáver mutilado de un combatiente, o «La tumba del héroe», a modo de indicación de una fosa común, etc.

Al emplear un método comparativo, se comprueba cómo el lenguaje militar se fue apoderando del lenguaje de la literatura y del periodismo. Los propios escritores de la vanguardia de entreguerras hicieron partícipes del fenómeno a sus personajes. En La fin de Chéri , de Colette, incluso Charlotte Peloux, la antigua amante del protagonista, Chéri, actúa con «furor guerrero» (13) en su repentino lanzamiento al mundo de los negocios; y el mismo Chéri, que ha ocupado un lugar protagonista en el nutrido grupo de personajes de la ficción de los años veinte, se conduce instintivamente como en la pasada guerra al hablar, al saludar, al pensar. Vemos, hasta aquí, cómo el lenguaje de la guerra propició modelos de literatura que se han mantenido como el paradigma en diferentes tradiciones literarias, en forma de novelas episódicas distribuidas a través de cuadros presentados al lector como fragmentos de vida. Junto a estos esquemas, el prototipo literario durante la guerra y la postguerra es el del escritor total, como Vicente Blasco Ibáñez, Eugeni d’Ors o Gaziel, es decir, mitad periodista, pero sobre todo intelectual comprometido públicamente, en la línea del «J’accuse» de Zola, que conquista las estrategias de la opinión sociopolítica del tiempo presente, y que se vale de las armas literarias para ganar la batalla de los lectores, los suscriptores, los editores y los premios Goncourt.

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