Caryl Férey - Zulú

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Tras una infancia traumática en la que asistió al asesinato de su padre y de su hermano por el mero hecho de ser negros en la Sudáfrica del apartheid, Ali Neuman ha conseguido superar todos los obstáculos hasta convertirse en jefe del Departamento de Policía Criminal de Ciudad del Cabo. Pero si la segregación racial ha desaparecido, se impone otro tipo de apartheid, basado en la miseria, la violencia indiscriminada y el contagio del Sida a gran escala. Tras la aparición del cuerpo sin vida de Nicole Wiese, hija de un famoso jugador de rugby local, Ali Neuman deberá introducirse en el mundo de las bandas mafiosas dedicadas al tráfico de drogas.

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– ¡Teniente! -gritó por el pasillo-. ¡Teniente Epkeen! ¡Por favor!

El afrikáner se detuvo delante de la fuente de agua mineral. Había buscado alguna pista de la chica a la que había conocido en la choza, pero no le sonaba ninguna de los cientos de caras que había visto en los ficheros de la central. Tampoco había reconocido al tipo al que había herido con su knut. Demasiadas juergas: memoria, cero. Fletcher sí habría sabido. Era el disco duro del equipo. Pero Fletcher ya no estaba… Ahí venía corriendo su colaboradora, precisamente, embutida en su uniforme azul marino.

La agente de información conocía a Epkeen por su reputación (de lunático) o por cotilleos (femeninos), pero prefería fiarse de la apreciación de Dan: un hombre al que no le interesaba el poder, aunque muy puntilloso respecto a la forma en que se ejercía, un dandi sin equilibrio que se olvidaba de sí mismo en los brazos de mujeres bonitas. Era imposible que sustituyera a Dan.

– Si tiene un minuto, teniente -dijo, jadeante por la carrera-, he encontrado algo que podría interesarle…

Epkeen consultó su reloj -no era el mejor momento para llegar tarde- y le concedió cinco minutos.

Las cosas de Dan seguían en los estantes del despacho, con la foto de Claire junto al ordenador. Janet Helms se instaló ante la pantalla:

– La policía de Simon's Town ha encontrado el cuerpo de un tal De Villiers -dijo al cabo de un momento-, un surfista de la península… Una patrulla lo sorprendió hace dos días cuando trataba de atracar una farmacia de guardia. De Villiers iba armado y abrió fuego para cubrir su huida: fue abatido en la calle…

Un rostro apareció en los cristales líquidos de la pantalla: un rastafari blanco de unos veinte años, con una larga perilla rematada con una perla.

– Según los testimonios de los empleados, De Villiers se mostró particularmente agresivo durante el atraco -prosiguió la agente-. Histérico perdido. La policía local ya lo había detenido en el pasado por posesión de estupefacientes -marihuana, cocaína, éxtasis-, pero nunca por agresión o atraco a mano armada… Simon's Town no está muy lejos de Muizenberg -añadió-: me he permitido solicitar una autopsia.

Janet temía su reacción -había ido más allá de sus prerrogativas- pero Epkeen consultó su reloj.

– ¿Tenemos ya los resultados?

– Acabamos de recibirlos -la mestiza fue perdiendo el miedo-: De Villiers estaba bajo los efectos de la droga durante el atraco. Un producto a base de tik, que parece haberle hecho perder la razón…

– ¿Metanfetamina y una molécula no identificada?

– Exactamente.

Epkeen encendió un cigarrillo en el despacho, pese a ser zona de no fumadores. Sin duda, De Villiers no sería un caso aislado. ¿Cuántos más se habrían enganchado a esa droga?

– Y hay otra cosa más, teniente -dijo la agente, al notar su impaciencia por marcharse-: al cuadricular el perímetro alrededor de la playa, he reparado en la presencia de una casa deshabitada junto a Pelikan Park. Eso está a cerca de un kilómetro de la choza. He tratado de ponerme en contacto con los propietarios, pero hasta ahora no lo he conseguido.

– Quizá se hayan marchado de vacaciones…

– No: lo que ocurre es que no he obtenido ningún nombre -precisó la mestiza-. Al parecer la venta se efectuó a través de un testaferro, o a nombre de una sociedad a través de un banco extranjero.

– ¿Eso es posible?

– Es perfectamente legal -aseguró Janet-. De la operación se ocupó una agencia de gestión de capital: les he llamado por teléfono, pero nadie ha sabido decirme nada más.

Epkeen torció el gesto: esos idiotas de las inmobiliarias…

– ¿No vive nadie en esa casa?

– No. No se ha alquilado nunca… Quizá la adquirieran con fines especulativos -avanzó Janet-. Si hubiera una ampliación del parque vecino, el terreno estaría en un enclave protegido, lo que doblaría o triplicaría su valor. La casa parece abandonada, a la espera de días mejores. No sé dónde nos lleva todo esto -añadió-, sea como fuere, es la única vivienda situada entre la choza y la reserva de Pelikan Park…

– Siga investigando -dijo Epkeen-. Tiene plenos poderes en este asunto.

Janet Helms era una simple agente de información.

– ¿Quiere decir que paso a formar parte del equipo del capitán?

Su cerebro bullía con una mezcla de ambición y estrellas muertas. Epkeen se encogió de hombros:

– Si le gusta que un zulú la llame a cualquier hora de la noche para restaurar la justicia en nuestro hermoso país…

– ¿Es adicto al trabajo?

– No, insomne.

Janet se quedó pensativa, sonriendo, mientras Epkeen salía del despacho: con un solo golpe de machete, la mestiza acababa de ponerse el traje de Dan.

***

Epkeen encontró un hueco en el aparcamiento del tanatorio. El cuerpo de su amigo descansaba en un féretro para la velada fúnebre, antes de la incineración… Dejó el Mercedes bajo una palmera a la que le quedaban pocas hojas y se dirigió hacia el edificio de ladrillo. Neuman esperaba en la escalera, enfrascado en sus pensamientos.

– Hola, Alteza.

– Eres puntual.

– Me ocurre de vez en cuando…

Trataron de sonreír, pero el azul del cielo, la sombra apacible sobre los escalones, su amistad, nada de eso parecía real. Apenas se habían visto desde el drama. Neuman no había ido al hospital. Lo había dejado solo con Claire. Había desaparecido hasta el día siguiente, sin dar la más mínima explicación…

– ¿Qué pasó con el hermano Ramphele? -quiso saber Brian.

Se acababa de enterar.

– Una depresión profunda, según Kriek.

– ¿Tú te lo crees?

– No.

– Kriek es un hijo de puta -aseguró Epkeen-. Si lo ha matado una banda de la prisión, él no moverá un dedo.

– Seguramente. Le están haciendo la autopsia, pero no nos llevará muy lejos.

Morir en la cárcel parecía de lo más natural en Sudáfrica.

– ¿Y Krugë, qué dice de esto?

– Por ahora nos cubre -contestó Neuman-. Por poco tiempo.

– No podíamos saber lo que iba a ocurrir.

– Unos tipos armados esperándonos para quitarnos de en medio, yo a eso no lo llamo un accidente -dijo Neuman entre dientes-. Nos vieron venir desde lejos, y uno de ellos me conocía. Encendieron una barbacoa un poco más lejos para separarnos, con la perspectiva de liquidarnos si las cosas se complicaban… Caímos en una trampa, Brian. Es todo culpa mía.

– ¿Le has dicho a Krugë que yo estaba bailando abrazado a una negra mientras os hacían pedacitos?

– No habría servido de nada. A Sonny Ramphele lo han matado porque nos contó lo de la playa de Muizenberg. Esta mafia tiene antenas en la cárcel y una guarida en los townships. Me encontré con uno de ellos en Khayelitsha. Se estaba ensañando con un niño de la calle, Simón Mceli, al que mi madre conoce…

Brian se sentó a su vez en los escalones.

– Mira, tío, los dos estamos metidos en esto, lo quieras o no.

– La operación la dirigía yo -insistió Ali.

– Me traen sin cuidado tus historias de jefe.

Eran amigos, no subalternos. Una mirada basta para entenderse.

– Bueno, ¿hemos hablado ya con todos los confidentes?

– Khayelitsha está fuera de nuestro territorio -contestó Neuman-. En cuanto al tráfico de drogas en Muizenberg, al parecer de eso nadie sabe nada. O Stan era el único camello, o se nos escapa algo…

Un gorrión avanzaba a saltitos sobre la losa de mármol: se detuvo a su altura y los miró con hostilidad.

– Hay una casa aislada en la playa -dijo entonces Epkeen-: a cerca de un kilómetro de la choza. Parece abandonada, pero el nombre del propietario no figura en ninguna parte. Quizá se trate de una historia de especulación inmobiliaria… Tenemos también un muerto en Simon's Town, un surfista. Lo abatió una patrulla, pero según la autopsia, el tipo estaba colocado, se había metido el cóctel a base de tik. El mismo que nuestros dos jóvenes.

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