Caryl Férey - Zulú

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Tras una infancia traumática en la que asistió al asesinato de su padre y de su hermano por el mero hecho de ser negros en la Sudáfrica del apartheid, Ali Neuman ha conseguido superar todos los obstáculos hasta convertirse en jefe del Departamento de Policía Criminal de Ciudad del Cabo. Pero si la segregación racial ha desaparecido, se impone otro tipo de apartheid, basado en la miseria, la violencia indiscriminada y el contagio del Sida a gran escala. Tras la aparición del cuerpo sin vida de Nicole Wiese, hija de un famoso jugador de rugby local, Ali Neuman deberá introducirse en el mundo de las bandas mafiosas dedicadas al tráfico de drogas.

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El grupo estaba constituido por músicos y amashinga, luchadores especializados en el arte marcial zulú, el izinduku, bastón tradicional, cuyos nombres variaban según la forma y el tamaño. Según la tradición, el izinduku permitía salvaguardar la expresión de la pertenencia a la etnia zulú, argumentando que la descontextualización y su explotación con fines políticos habían dado una imagen negativa de ese arte. La bailarina hacía referencia a las marchas de protesta zulúes durante el apartheid, cuando los miembros del Inkatha, y su jefe Buthelezi, habían reivindicado y obtenido el derecho a llevar los bastones tradicionales, hasta entonces prohibidos por el régimen, lo que había provocado revueltas y violencia entre éstos y los miembros del ANC, de mayoría xhosa. Con Mandela encarcelado, suponía legitimar la oposición zulú. Dividir para reinar mejor: una táctica que había desencadenado un baño de sangre.

Para muchos, el izinduku se había convertido en sinónimo de violencia y ya no de arte, ni siquiera marcial. Ya no se celebraban umgangela, esas competiciones interétnicas antes tan valoradas, tan sólo en las regiones con poca tensión política, y eso que la función de ese arte era la de integrar a los jóvenes en la sociedad y transmitir las normas de la comunidad, a la vez que constituía una manera de dominar cuerpo y mente: las actuaciones del grupo tenían como objetivo reconsiderar esa parte perdida de la cultura zulú modernizándola a la vez; vídeos, instrumentos eléctricos, sonidos…, la compañía tendía puentes entre el arte tradicional y las corrientes actuales, en aras de una cultura viva…

Neuman empezaba a calar a Zina Dukobe. Mkonyoza actuaba en Ciudad del Cabo desde el inicio del festival, y terminaba su gira en las discotecas del centro… Volvió a ver las cintas de vigilancia del Sundance. Se concentró en la del miércoles, la noche que Nicole no había ido a dormir al apartamento: las once, las doce, las doce y cinco, las doce y seis… Las doce y doce minutos: se veía a la joven estudiante salir de la discoteca, sola, como había comprobado el otro día con Dan… Neuman siguió viendo la cinta.

El portero, de espaldas, balanceaba el cuerpo de una pierna a otra, entraban clientes, otros salían, con la tez grisácea… Transcurrieron cuatro minutos, y entonces una silueta pasó delante de la cámara, sin sospechar que el ojo la vigilaba.

Neuman rebobinó la cinta, con un hormigueo bajo la piel: era un movimiento fugaz, pero habría podido reconocer esa silueta entre un millón… Zina.

4

– ¡Cuando mato a un blanco, mi madre se alegra!

Para salir del bantustán donde el gobierno del apartheid los había confinado, los negros sudafricanos debían tener un pass, que regulaba su tránsito por la zona blanca. Sacando provecho de las rivalidades interétnicas o familiares, el poder había dejado la autoridad de los bantustán en manos de jefes locales que tenían el encargo de colaborar con las autoridades, so pena de ser depuestos. Algunos de ellos no habían dudado en recurrir a milicias, o vigilantes, armados de porras que, llegado el caso, sustituían a la policía en el interior del enclave o del township. Tras la prohibición del ANC, el jefe Buthelezi había formado el Inkatha zulú, un partido que, aunque se proclamaba antiapartheid, había aceptado erigirse en autoridad del bantustán de KwaZulu. Al considerar esta colaboración como un juego a dos bandas, Oscar, el padre de Ali, le había dado la espalda y se había vuelto hacia el grupo de la Conciencia Negra dirigido por Steve Biko, cuyas intervenciones furiosamente contrarias al apartheid habían despertado un movimiento de resistencia seriamente afectado por quince años de represión policial.

– ¡Cuando mato a un blanco, mi madre se alegra!

Biko provenía del entorno universitario, y Oscar era profesor de Economía en la Universidad del Zululand. El tono del joven militante era radical, al desprecio al negro se respondería con el odio al blanco, y se terminaría de una vez por todas con la mentalidad de esclavo. Biko proponía un sindicato estudiantil, boicots para protestar contra la deficiente enseñanza prodigada a los negros [34], un movimiento de resistencia activo. Oscar luchaba para hacer comprender a sus alumnos que su destino les pertenecía, que nadie los ayudaría. Había organizado una tribuna para el líder de la Conciencia Negra en la universidad, pese a la hostilidad del Inkatha. Debido a su situación geográfica en el interior de las fronteras territoriales del KwaZulu, era en la universidad donde el gobierno del bantustán reclutaba a sus funcionarios, sus expertos y sus ideólogos: el Inkatha no necesitaba un líder estudiantil impetuoso que exhortaba al asesinato; al contrario, necesitaba técnicos del poder para asentar su movimiento de resistencia. El mitin de Oscar había sido interrumpido por enfrentamientos, y la policía antidisturbios había dispersado a la multitud a golpe de purple rain [35] .

Tres meses más tarde, Biko murió a manos de esa misma policía.

– ¡Cuando mato a un blanco, mi madre se alegra!

Ali nunca había visto llorar a su padre: Oscar era una suerte de semidiós bueno que lo sabía todo y que hablaba varias lenguas, un hombre de aspecto tranquilo bajo sus gafas de intelectual, que comprendía a su enemigo pero no le perdonaba nada, alguien que besaba a su mujer delante de todo el mundo y que había conocido la cárcel. Ali recordaba sobre todo sus manos, que los llevaban a él y a su hermano a contemplar las estrellas desde el tejado de la casa, sus manos calientes y suaves que contaban cuentos de reyes zulúes, de viejos monos, de leopardos y de leones…

– ¡Cuando mato a un blanco, mi madre se alegra!

Neuman conocía ese himno zulú: Biko y sus activistas lo habían convertido en su grito de guerra, era una manera de decir a los defensores del apartheid que aunque no tenían armas, eran peligrosos, incluso después de muertos. Cuando Biko fue asesinado, el ANC clandestino se adueñó del himno.

– ¡Cuando mato a un blanco, mi madre se alegra!

Las voces resonaban bajo las vigas de ladrillo del Armchair. Neuman estaba de pie entre el público, inmóvil ante su tótem: viejos monos que hacían muecas subían a la superficie…

– ¡Cuando mato a un blanco, mi madre se alegra!

Sobre el escenario lleno de humo, Zina y sus zulúes bailaban el toi, la danza de guerra de los townships: golpeaban el suelo con los pies, levantando una nube de polvo, como en los enclaves en los que los habían segregado, los tambores retumbaban bajo los focos, fotos de manifestantes se proyectaban como flashes sangrientos sobre una pantalla situada al fondo del escenario, pisoteaban el suelo abrazando unos AK-47 imaginarios, como antaño, sin dejar de corear:

– ¡Cuando mato a un blanco, mi madre se alegra! ¡Trrrrrrrrrrrr!

Zina disparó una ráfaga sobre la multitud aglutinada. El polvo revoloteaba en torbellinos sobre el escenario, respondiendo al estruendo de los tambores. Distinguió entonces entre el gentío el rostro de Neuman, que dominaba todos los demás… Con una sonrisa, lo decapitó.

***

– ¿Qué está haciendo aquí?

– Antes no me ha visto -dijo Neuman.

Sus ojos resplandecían en el pasillo del camerino.

– Se habrá movido usted -dijo-: y la prueba es que está aquí ahora.

Zina estaba descalza, sudorosa y cubierta de polvo de los pies a la cabeza. El policía la estaba esperando al final del espectáculo, y ella se sentía eléctrica, confusa y vulnerable.

– El otro día no me lo contó todo -dijo Neuman, directo al grano.

Su expresión, la de un hombre que sabe muchas cosas, la puso un poco más a la defensiva:

– Será que usted no hizo las preguntas adecuadas…

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