Como yo conocía aquella amistad trabada en Bucarest, di conversación al nuncio con un tema relacionado con Rumanía: la vinculación de aquel país con Paul Morand, que había sido allí embajador de Francia.
Pasó el tiempo y resultó que el nuncio al que en París habíamos arrancado de su soledad, tras ser arzobispo de Venecia, se convirtió en el papa Juan XXIII. Angelo Roncalli, descendiente de labradores, era un hombre tímido y muy inteligente, con una gran experiencia en los países balcánicos dominados por los soviéticos. En su época de París, el después papa Juan XXIII trabó amistad con quien fue presidente de la Asamblea Francesa, Édouard Herriot, alcalde de Lyon durante más de treinta años.
Hay que recordar la enorme influencia que ejercieron los pocos años de su papado en la evolución de la Iglesia católica al convocar el Concilio Vaticano, que después continuó su sucesor, el papa Pablo VI. En España tuvieron un muy importante eco sus encíclicas, en especial la titulada Pacem in terris , en la cual señalaba la incompatibilidad del pensamiento cristiano con la política totalitaria. Esta encíclica fue censurada por el Ministerio de Información, y la versión auténtica sólo se publicó en Montserrat. Tuvo consecuencias en la nueva generación de clérigos catalanes y de otras partes de España, entre ellos, por ejemplo, el famoso cardenal Tarancón, que antes había sido obispo de la diócesis de Solsona.
Casa-Rojas tenía un concepto de su rol completamente apolítico, en el sentido que se consideraba el embajador de España y, por lo tanto, el intérprete de todos los españoles. Esto motivó, por ejemplo, un hecho que lo consternó y que me explicó el mismo día que tuvo lugar: Casa-Rojas asistió a una conferencia que pronunciaba Claudio Sánchez Albornoz. Éste había sido anteriormente presidente de la República en el exilio, pero en aquellos momentos había dejado toda actividad política. El tema de la conferencia era la España visigótica. El embajador consideró que era muy adecuado que como tal asistiera a la conferencia de un tan eminente historiador. Cuando tras la conferencia, Casa-Rojas volvió a la embajada, ya lo había telefoneado el ministro de Asuntos Exteriores quien, a su vez, había sido llamado por el ministro del Movimiento. Su ministro, el de Exteriores, le mostró su desaprobación. Ignoro la intensidad de la reprimenda pero sí, en cambio, recuerdo cómo aquel hecho dejó a Casa-Rojas visiblemente afectado.
El embajador conde de Casa-Rojas –José Rojas Moreno– hombro con hombro con Salvador de Dalí, en París. A la izquierda, Carles Sentís
Había en París un corresponsal de la prensa del Movimiento, que era una especie de comisario político. Estuvo en el origen de diversas situaciones fastidiosas. Ninguna, sin embargo, fue de tanta envergadura como la que surgió tras una visita del entonces jefe de prensa del Movimiento, Juan José Pradera. El embajador lo invitó a comer, e ignoro de qué hablaron, pero sí supe que Pradera salío enojado. Incluso se disgustó porque le sirvieron criadillas en el menú, cosa que él consideró una falta de atención. Se equivocaba absolutamente porque el embajador, que tenía un cocinero italiano muy bueno, al que pagaba de su bolsillo, solía ofrecer a sus invitados platos poco corrientes en las mesas francesas. El caso es que Pradera volvió a Madrid con una doble intención: cargarse al embajador y también a mí. Su principal propósito, que hizo llegar a El Pardo, fracasó. Franco pasó por alto la denuncia contra Casa-Rojas. ¿Por qué? Franco, cuando le fue mostrada la terna de los posibles embajadores en París, sin decir nada señaló a Casa-Rojas. El ministro de Asuntos Exteriores desconocía que esta posición de Franco obedecía a un hecho acontecido en Tánger durante los años de la República. Casa-Rojas, que había debutado como diplomático en el gabinete del presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, fue tiempo después cónsul de España en Tánger cuando esta ciudad era una plaza internacional con especial intervención hispano-francesa.
Un día el consulado fue invadido por un grupo de sindicalistas españoles. Durante la protesta pincharon los neumáticos del coche del cónsul, cortaron los teléfonos y ocuparon la sede. Casa-Rojas hizo frente a los asaltantes con este argumento: “Si me elimináis, hay otros en el escalafón que esperan ocupar mi lugar. Yo soy el cónsul de España y vosotros sois españoles. Yo os atenderé si hay una petición. Pero, naturalmente, debo mantener mi autoridad de cónsul. Si no lo soy, seré sólo José Rojas Moreno y no os serviré de nada. Por lo tanto, tenéis que arreglar las ruedas del coche, activar de nuevo los teléfonos, evacuar el consulado y nombrar una comisión de cuatro o cinco, y yo los recibiré”.
Entonces Franco residía normalmente en un campamento del interior de Marruecos. Aquel día, sin embargo, se encontraba de permiso en Tánger, donde vivió de primera mano lo que sucedió en el consulado. Parece que quedó impresionado por el coraje mostrado por Casa-Rojas. Esta anécdota, ignorada por la mayoría, provocó que la denuncia de Juan José Pradera contra Casa-Rojas le resbalase. Otro fracaso de Pradera no se podía repetir en el caso de mi persona. Entonces yo era como un pájaro en un árbol seco.
Casa-Rojas me defendió hasta donde pudo. Podía poco, porque él mismo estaba tocado. Le supo tan mal que años después, en una situación política distinta, me nombró agregado honorario de la embajada. Así, los que podían creer que mi salida obedecía a razones oscuras, me vieron reivindicado en aquella situación honoraria , que significaba no percibir ningún emolumento, pero sí, en cambio, disponer de las franquicias diplomáticas, como por ejemplo el distintivo CD (cuerpo diplomático) en la matrícula del coche.
Retrato y dedicatoria de José Rojas Moreno a Carles Sentís y su esposa Maria Casablancas
Abandonada la embajada, no me expulsaron de París. Retomé la actividad de corresponsal de prensa, que siempre ha sido mi norte. Primero un corto periodo por el ABC , que acabó cuando su director pretendía enviarme a Londres –equiparado a París, pero que para mí significaba un gran traslado, con los problemas familiares que comportaba–. Luego, enterado de que La Vanguardia iba a cambiar su corresponsal, hablé con don Juan de Borbón, el cual incluso escribió al conde de Godó.
Además de La Vanguardia , al poco tiempo tuve la corresponsalía de Clarín de Buenos Aires. El dr. Roberto Noble era director y propietario de esta cabecera. Venía a menudo a Europa, pero muy especialmente a París un par de semanas durante la primavera y durante el otoño. A veces también en verano. En un cierto momento le alquilé un yate en Cannes y lo acompañé hasta Italia. Él continuó hacia Grecia con unos amigos suyos.
Como corresponsal de Clarín tenía acceso a países del bloque comunista, lo que no era posible desde España. El pasaporte español no era válido para entrar en esos países. Pero en cambio, con una credencial de Clarín , pude viajar varias veces a Alemania Oriental y a Polonia, donde construyeron un gran petrolero para Argentina en los astilleros de Dansk. Clarín , como es lógico, tenía mucho interés en explicar el significado y alcance de esta construcción naval. En la recepción por la botadura del barco, un capataz me desafió con un vaso de vodka en la mano: “A ver si un argentino puede con un polaco”. No quise que los argentinos cargaran con ningún fracaso y le dije que era español. Él me respondió: “Es igual, todos habláis el mismo idioma”. Recordé que una cosa parecida experimentó Ernest Hemingway. Lo explica en Por quién doblan las campanas . Cuando se encontraba en un frente de la guerra española, unos milicianos le gritaron de lejos:
Читать дальше