Manuel Alvar Ezquerra - Lo que callan las palabras

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¿Quién no se ha preguntado alguna vez por qué los azulejos reciben ese nombre si suelen ser de los más variados colores, o por qué la chaqueta también se llama americana, o cómo surgen las palabras yuyu o chuchería? Recuerda el autor la cara de asombro de una alumna cuando contó en clase algo tan obvio como que el boquerón se llama así por el tamaño de su boca en comparación con el de su cabeza, y eso que sus padres tenían una pescadería.
En este libro se pretende dar contestación a preguntas que nos surgen cotidianamente sobre las palabras, lo que significan, su origen e historia. No es un diccionario etimológico por más que se pretenda escudriñar algo de la verdad que encierran y que habitualmente no se manifiesta;
etimología significa, precisamente, lo verdadero de las palabras. Aquí se busca a través del origen de cada una de ellas, la explicación de su forma actual y significado, de las relaciones que mantienen con otras voces.
El mundo de las palabras resulta fascinante. Conocerlas sirve para enriquecernos, para saber algo más sobre el léxico y sobre nosotros mismos. Esta obra viene a des velarnos las huellas que el paso de los años ha ido dejando en la lengua y por qué y cómo se han originado las palabras que utilizamos en nuestro hablar cotidiano.

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aniquilar Esta palabra significa, según la definición de su primera acepción en el diccionario de la Academia, ‘reducir a la nada’, que es el sentido etimológico. La voz procede del bajo latín annichilare, que parte del latín tardío annihilare, compuesto de AD- ‘a’ y NIHIL ‘nada’, más el sufijo verbal. La h de NIHIL sufrió un proceso similar al que se produjo en MIHI para llegar a tiquismiquis (véase este artículo). El cambio lo explican Corominas y Pascual: «La forma medieval nichil (con annichilare), en lugar del clásico nihil, se debió a un esfuerzo por pronunciar la h y evitar así la contracción en nil, reputada vulgar; en lugar de h se pronunció primero una chi griega o jota castellana, y luego k». Por ello tenemos aniquilar de annihilare.

anodino, -na Una cosa anodina es algo ‘insignificante, ineficaz, insustancial’, como define la palabra el diccionario académico en su primera acepción, a la que sigue otra de la medicina, poco usada, ‘dicho de un medicamento o de una sustancia: que calma el dolor’. No parece que haya mucha relación entre los dos valores, aunque si miramos la procedencia del término podremos encontrar alguna explicación. Procede del latín ANODY̆NUS, a su vez del griego anodinos ‘sin dolor’, compuesto de an, partícula privativa, y odís, inos ‘dolor de parto, dolor fuerte’, que por su parte viene de odyne ‘dolor’, relacionado con la raíz indoeuropea ed- ‘comer, corroer’. A la vista de ello, y sabiendo que la primera documentación española puede ser la del Dioscórides traducido y anotado por Andrés Laguna (1555), no es difícil concluir que la voz procede del lenguaje médico en el que significaba algo así como ‘que no causa dolor’ o ‘que calma el dolor’, y al extenderse en la lengua vino a ser lo ‘insustancial’, lo ‘insignificante’, lo que no provoca en nosotros reacción alguna.

antojo La palabra antojo es bien conocida por los hablantes de nuestra lengua debido a dos de los sentidos que posee, definidos en el diccionario académico como ‘deseo vivo y pasajero de algo’ y ‘lunar, mancha o tumor eréctil que suelen presentar en la piel algunas personas, y que el vulgo atribuye a caprichos no satisfechos de sus madres durante el embarazo’, que, sin duda, deriva de aquella. Lo que, tal vez, no sea tan sabido es el origen de la voz, que procede del latín ANTE OCŬLUM, literalmente ‘delante del ojo’. Con esa expresión se quería designar aquello que se tiene presente en la mente, como si estuviera físicamente delante de los ojos, el antojo que no se puede apartar de la imaginación. Después, las creencias populares relacionaron las manchas de la piel de algunos niños con los deseos no satisfechos de la gestante, queriendo percibir, incluso, la forma del objeto deseado por la madre, y de este modo esos lunares también se llamaron antojos. Sebastián de Covarrubias (1611), haciéndose eco de las interpretaciones vulgares, escribe a propósito de la palabra: «antojo, algunas veces significa el deseo que alguna preñada tiene de cualquier cosa de comer, o porque la vio o la imaginó o se mentó delante de ella. Unas mujeres son más antojadizas que otras, y no podemos negar que no sea pasión ordinaria de preñez, pues se ha visto mover la criatura o morírsele en el cuerpo cuando no cumple la madre el antojo. Este se llama en latín pica libido, del verbo pico, as, por antojársele algo a la preñada […]. Es alusión de la pega o picaza, que es antojadiza y suele comer cosas que no hacen al gusto, como hierro y trapillos y otras cosas […]. Antojadizo, el que tiene varios apetitos y toma ansia por cumplirlos. Como muchas veces se engaña la vista, al que dice haber visto tal cosa, si los presentes le quieren deslumbrar o desengañarle, dicen que se le antojó». Esta es la misma voz antojos con la que se nombraban los anteojos, sentido todavía presente en el repertorio de la Academia, si bien calificada como anticuada.

antología Dice el diccionario académico que la palabra antología significa ‘colección de piezas escogidas de literatura, música, etc.’ La voz procede del griego anthología, construida a partir de anthos ‘flor’, y el verbo lego ‘escoger’. Esto quiere decir que etimológicamente significa ‘recolección de flores’. De manera figurada llegó al significado con el que conocemos la palabra en la actualidad. Los latinos crearon una palabra con el modelo griego, FLORILEGIUM, a partir de FLOS, FLORIS ‘flor’, y LEGĔRE ‘escoger’, como se ve con el mismo valor originario el término griego. Parece ser que fue Erasmo de Rotterdam (1466-1536) el primero en emplear la palabra latina con el valor de ‘colección de piezas escogidas’, de donde tenemos florilegio en español, que la Academia define como ‘colección de trozos selectos de materias literarias’.

añorar Si miramos la voz añorar en el diccionario académico veremos que la única acepción que registra es la de ‘recordar con pena la ausencia, privación o pérdida de alguien o algo muy querido’, y que procede del catalán enyorar, sin añadir nada más. La forma catalana procede del latín IGNORARE, cuyo valor primitivo en esta lengua era el de ‘ignorar, desconocer, no saber’, y más tarde se concretó en el de ‘no saber dónde está alguien’, ‘no tener noticias de un ausente’. La voz se introdujo en nuestra lengua en época reciente, a finales del siglo XIX, habiéndole dado tiempo a extenderse de tal manera que ya nadie la tiene como extranjera, poco más de un siglo después de habernos llegado, ampliando su sentido, pues ya no solo se añoran las personas, sino también las cosas, los hechos. Continuamente vemos cómo los españoles que residen en otros países añoran la tortilla de patatas y la cerveza, por ejemplo, y cómo los de aquí añoran los tiempos pasados. No se ignoran, muy al contrario, se echan en falta.

apagar El uso habitual de la palabra apagar es el sentido que consigna en primer lugar el diccionario académico, ‘extinguir el fuego o la luz’, que, al decir de Corominas y Pascual, es el resultado de una audaz innovación semántica en la voz, pues antiguamente significaba ‘satisfacer, apaciguar’, y modernamente ‘aplacar, extinguir (la sed, el hambre, el rencor, etc.)’, que se corresponde con la segunda acepción de nuestro diccionario, ‘extinguir, disipar, aplacar algo’. A partir de aquí surge el primer sentido. Es un derivado de del verbo antiguo pagar ‘satisfacer, contentar’, procedente del latín PACARE ‘pacificar’, ‘domar, someter, reducir, vencer’. Sebastián de Covarrubias (1611) fue preciso al explicar el origen del término: «apagar el fuego, matarlo y extinguirlo, o con el agua, su contrario, o con tierra, o esparciéndolo, pisándolo o quebrantándolo. Latine extinguere. Díjose apagar del verbo paco, as, por apaciguar, tomada la metáfora de los que con las armas apaciguan los amotinados y rebeldes, que es un fuego tan pernicioso como el material, y más».

apéndice Un apéndice es una ‘cosa adjunta o añadida a otra, de la cual es como parte accesoria o dependiente’, como lo define el diccionario académico en su primera acepción, junto a la que hay otras relacionadas con ella. Procede la voz del latín APPENDĬCE ‘apéndice, aditamento, suplemento’, derivado del verbo APPENDERE ‘pesar, colgar de algo’, formado a partir de PENDERE ‘colgar, estar colgado’. Esto es, un apéndice es lo que cuelga de otra cosa.

apoteosis El empleo más común de la palabra apoteosis se corresponde con la tercera acepción del diccionario académico: ‘manifestación de gran entusiasmo en algún momento de una celebración o acto colectivo’, si bien no son ignoradas las dos anteriores, ‘ensalzamiento de una persona con grandes honores o alabanzas’ y ‘escena espectacular con que concluyen algunas funciones teatrales, normalmente de géneros ligeros’, todas ellas con una relación que no es difícil de ver. Sin embargo, al leer la cuarta acepción, ‘en el mundo clásico, concesión de la dignidad de dioses a los héroes’, surge la sorpresa, y la pregunta necesaria es la de ¿qué tienen que ver los dioses con las otras apoteosis? La explicación se encuentra en el origen de la voz, pues procede del latín APOTHEOSIS, que, a su vez, viene del griego apotheosis ‘deificación’, compuesto de apó ‘con’ y theosis ‘cualidad de divino’, derivado de theós ‘dios’. Es decir, la apoteosis era la conversión en dios de un héroe, ascendiendo en su consideración, que corresponde con el ensalzamiento de la primera acepción del DRAE, de donde surge el valor de escena espectacular, que, probablemente, tenga que ver con la solemnidad en la que se concedían honores divinos a los emperadores cuando morían, y a continuación el de la manifestación entusiasta, la aclamación, por el júbilo de quienes contemplan esa escena. La palabra es relativamente moderna en nuestra lengua, y en el DRAE no aparece hasta la 2ª edición (1783), pero solamente con el sentido de deificación. Las otras comienzan a figurar en la 11ª (1869).

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