Las palabras más bellas © 2018, Juan Gossain © 2018, Intermedio Editores S.A.S.
Primera edición, abril de 2018
Edición, diseño y diagramaciónEquipo editorial Intermedio Editores
Diseño de portadaAndrea del Pilar Penagos
Foto portadaArchivo El Tiempo
Intermedio Editores S.A.S.
Av Jiménez No. 6A-29, piso sexto
www.eltiempo.com/intermedioBogotá, Colombia
Este libro no podrá ser reproducido,
ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.
ISBN:
978-958-757-739-6
Impresión y encuadernación
A B C D E F G H I J
Diseño epub: Hipertexto – Netizen Digital Solutions
La hormiga y la utopía
La discriminación social de las letras
Descubra por qué el lenguaje es el juguete más divertido del mundo
La sastra y el usitado
El disfemismo
El pobre Fernandito…
La verdad sobre la W
El perro chino
Epílogo
La marca del destino
Las palabras más bellas, más largas y más curiosas del castellano
Campeón y subcampeón
Las más bellas
Curiosidades
“Tiene uebos”
Epílogo
Permítame su educación: ¿qué es un corroncho y qué viene siendo un cachaco?
Yuca, sombrero, abarcas
Orígenes del corroncho
El cachaco
Todos contra todos
Epílogo
Hombres y “hombras”
Del tubérculo tropical a la consorte del gallo
“Con un guayabo llegué a la elle…”
Declaración de amor a un diccionario
“El calceto me salió jeto”
El sabor de la venganza
Etiopía y la utopía
Epílogo
De diccionarios y cartas apócrifas: dos crónicas por el precio de una
La virgulilla
¿Y el rasguillo?
Palabras de contrabando
Y la carta
Epílogo
Palenquero: el idioma que crearon los negros en Cartagena
De yolofos y lucumíes
Aparece el palenquero
Epílogo
Los milagros del “Papa” Guerrero
Dios y los signos de puntuación
La voz, la quemadura, la abuelita
“¿Me regala la otra mano?”
@.com
De bárbaros y vándalos
Perdone la pregunta: ¿de dónde proviene la palabra ‘carajo’?
La canastilla del marinero
¿Es palabra americana?
Carajillo, carajito, carajear…
Epílogo
El cliché en el lenguaje escrito
Periodistas y pistolas dantescos
Reveses y goles caniculares
Pies en polvorosa
Vacaciones a pierna suelta
Un ramillete de verdades
Colombia, un país donde hasta el lenguaje se corrompe
Entre la vaca y el perro
Deportes y lenguaje
Borrachos al volante
De profesiones y oficios
La gran parranda del idioma
Los hallazgos
El español, lengua de comunicación universal
De gallinas y verbos
Canto de amor por el cazabe
Lenguaje entre jóvenes, un reto para la comprensión
Cocteles y regalos
Galletas y verbos
Emoticones y abreviaturas
Cuando el general se llama Guerrero y el veterinario se apellida Toro
Misterios de la vida real
Epílogo
¿Cuál es el origen de la expresión “poner los cuernos”?
Del orinal a la infidelidad
El primer cornudo
De España a América
Los cuernos cristianos
Infiel por contrato
Colombia y los cachos
Epílogo
“Vaina”, la palabra más útil del lenguaje colombiano
Regaño y chiripazo
La vaina de la vagina
La vaina llega a América
Colombia es una vaina
Epílogo
Los curiosos apodos de las ciudades colombianas
La Ciudad Luz
Rosario de perlas
Primaveras y sultanas
Epílogo
Miguel de Cervantes: el hombre que inventó un idioma
¿Sabe usted cuántas palabras castellanas terminan en ‘j’?
Propias y adoptadas
La letra más humilde
El reloj
La lista completa
Epílogo
Si quiere sentirse orgulloso, acompáñeme a conocer el Caro y Cuervo
Don Miguel y don Rufino
El comienzo
Revistas, libros y coreanos
Epílogo
Vestido con sus mejores galas, el vallenato ingresa al diccionario
Los orígenes
¿Dónde nació el vallenato?
La palabra vallenato
Epílogo
Alguna vez escribí –y es probable que usted lo encuentre en estas mismas páginas– que no hay un arma más poderosa que el lenguaje. Pero tampoco la hay más débil. Esa es la gran paradoja.
La palabra es tan demoledora que puede destruirse incluso a sí misma. Por eso abundan en lengua castellana los proverbios y refranes con los cuales la palabra devora palabras: el silencio es oro, en boca cerrada no entran moscas, nadie se arrepiente de lo que calla, cada uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras. He ahí unos pocos ejemplos apenas.
Se trata, como pueden comprobarlo, de un insólito caso de autofagia en el cual el caníbal se come su propio cuerpo. (Bueno: no la busquen más, que la palabra autofagia la inventé yo porque no figura en el Diccionario de la Real Academia. Parece que también se devoró a sí misma).
Cuando digo que el lenguaje es el arma más demoledora que se conoce, me siento en la obligación no solo de explicarme sino de ponerles algunos ejemplos. Vean este: con solo cambiar cuatro letras se pueden crear dos mundos que no son únicamente diferentes, sino contrarios, opuestos, adversos, enfrentados, antagónicos.
El caso más elocuente que he encontrado en nuestra lengua castellana es el de utopía . La vida entera se nos ha ido soñando con esa quimera, el mundo ideal, un universo donde las ilusiones se vuelven realidad, donde no existen el dolor ni la angustia. La Arcadia feliz. La maravilla. El hombre ha soñado con ese reino de la utopía desde que pasó lo que pasó entre los matorrales del paraíso terrenal y la humanidad fue condenada a padecer por cuenta de Adán y Eva.
La palabra utopía fue inventada hace casi quinientos años por Tomás Moro, un sacerdote católico inglés. En el idioma griego antiguo significaba “lugar que no existe”. Con ella describió Moro una isla desconocida en la que se había organizado la sociedad ideal, sin injusticias ni deferencias, sin padecimientos, en la que reinaba la dicha completa.
Por el contrario, la vida real es tan malvada que, como prueba de que no existe ese mundo feliz, el propio Moro murió decapitado por orden del rey de Inglaterra. El vaticano lo canonizó como mártir del catolicismo.
Hasta ahí la historia es conocida en todas partes. Lo curioso, como dije al comienzo, es que basta cambiar unas cuantas letras para que aparezca el antagonismo. Mucho tiempo después de la vida y muerte de Moro, varios escritores también ingleses inventaron a principios del siglo veinte el término contrario, dis-utopía, que las gentes de nuestra época no conocen, y que significa “lugar indeseable”.
Novelistas como George Orwell y Aldous Huxley escribieron obras que ocurren en un mundo futuro donde todo es terrible, una sociedad alienada y triste en la que no hay sueños ni existen las ilusiones y se llama, precisamente, distopía .
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