Édgar Velasco - Ciudad y otros relatos

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"En «Ciudad», su primer libro de relatos, Édgar Velasco construye una urbe literaria para que sus lectores andemos entre la sonrisa y la carcajada abierta, pero también entre imágenes de viva aspereza y el 'horror vacui' que, por ejemplo, produce imaginarse a sí mismo como el conductor sin nombre de un vehículo pletórico de cadáveres. Nos hace, por decirlo de alguna manera, partícipes y cómplices de una ficción en la que caben todas las realidades posibles"". -Mariño González

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2014 2015 2017 Édgar Velasco 2014 2015 2017 Editorial Paraíso Perdido - фото 1 картинка 2

© 2014, 2015, 2017 Édgar Velasco

© 2014, 2015, 2017 Editorial Paraíso Perdido

Barra de Navidad 76-C

Guadalajara|México|44110

editorialparaisoperdido@gmail.com

primera edición, noviembre 2014

primera reimpresión, febrero 2015

primera edición digital, agosto 2016

corrección ortotipográfica

Isabel Jazmín Ángeles

imagen de portada

© Dánae Kótsiras

diseño de la colección

Antonio Marts

diagramación y diseño editorial

typotaller

isbn

978-607-8098-93-4

Se autoriza la reproducción de este libro

total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro,

siempre y cuando sea para uso personal y sin fines de lucro.

editado en méxico

A Cecy,

Rúbem y Joaquín

no todas las letrinas

son iguales

(o el día que la diarrea

salvó la revolución)

Sentado en la letrina, el Guerrillero fumaba un cigarrillo y leía el titular que el periódico Ciudad ponía, a ocho columnas, en la primera plana: «El Guerrillero llega; el gobierno calla». No tuvo tiempo para leer el resto de la nota: el retortijón lo hizo doblarse. «Puta madre», dijo entre dientes mientras exhalaba humo por nariz y boca. Ya había perdido la cuenta de las diarreas, que comenzaron una semana después de salir de la selva. Se levantó y estuvo a punto de alumbrar con su lámpara de bolsillo el interior de la fosa séptica. Curioso, quería comprobar si el fondo de las letrinas era igual en todas partes. Un retortijón lo obligó a sentarse de nuevo en el asientillo de madera. «¡Jefe! ¡Jefe!», gritó Ricardo, el dueño de la finca. «¡Qué quieres!», contestó a duras penas. «¡Ya llegó el Güero!», fue la respuesta.

Caminando trabajosamente, el Guerrillero salió del cuartito. «No puede uno cagar a gusto, chinga’o», masculló. Además de Ricardo, en la sala lo esperaban el Güero, dirigente del Grupo Resistencia Social y que servía, además, como enlace entre el movimiento del Guerrillero y sus simpatizantes en el estado. Junto a él estaban otros dos hombres: «José, el de la llantera, y Ramiro, de la sección XIII del Sindicato Nacional de Trabajadores Emancipados», dijo el Güero a manera de presentación.

«Y tú eres...», preguntó el encapuchado a uno que, detrás de la comitiva, cargaba una mochila. «Éste es Carlos Maximiliano González, reportero de Ciudad», respondió el Güero y agregó: «No se preocupe mi comandante. Este güey es un cabronsísimo y está de nuestro lado».

Sin abrir la boca, el reportero se limitó a asentir con la cabeza.

«Pues entonces, a lo que venimos», sentenció el Guerrillero y tomó la pipa que estaba sobre la mesa. Aunque prefería los cigarrillos sin filtro, una vez leyó que el Huracán Ramírez era un coleccionista empedernido de pipas y pensó que, como luchador libre de las causas justas (y fan del Huracán), debía seguir su ejemplo.

~~~

Cuando entró en la sala me quedé frío. Y es que una cosa es verlo por televisión, en fotos, leer sus comunicados, y otra, muy distinta, verlo ahí de pie, a sólo unos metros. Para desencanto de dos o tres compañeras del diario, no es tan alto como parece y está pasado de peso. Supongo que cuando un hombre carga con la nueva revolución sobre sus hombros, además de llevar la esperanza de los excluidos en sus espaldas, se puede dar esos lujos.

En cuanto dijo «a lo que venimos» todos nos sentamos. Arnoldo Castro, mejor conocido por todos como el Güero, se sentó a su lado izquierdo y el comandante Renato, mano derecha del Guerrillero y que salió de la cocina con un par de cervezas, se sentó, como corresponde, a su derecha. Quedé frente a él. Las ventajas de ser un líder enmascarado y con uniforme, pensé, es que en cualquier momento se quita la capucha, se viste de civil y se va a dar el rol sin que nadie se dé cuenta.

Seguro lo ha hecho más de una vez.

Yo lo haría.

El Güero le informó al Guerrillero la agenda que le habían preparado, y que yo conocía de antemano porque llegó, vía fax, al diario: por la tarde, mitin en la plaza principal de la ciudad. Al día siguiente, por la mañana, una reunión con estudiantes y, después, un encuentro con los dirigentes sindicales de la llantera. Su salida estaba programada para el martes por la mañana.

Al verlo frente a frente, dudé. ¿Podría con el encargo?

Mientras el Güero y el Guerrillero discutían el itinerario, coordinando horarios y haciendo roles para tomar el micrófono en cada mitin, me puse a recapitular las cosas.

Hacía una semana, un par de individuos me abordaron en La Oficina, la cantinucha que está en la esquina del diario. Uno de ellos dejó un sobre amarillo en la mesa y, sin decir nada, regresaron por donde habían llegado. «Ábralo hasta que esté completamente solo», decía, rotulado con marcador, el paquete. Nada más llegar a casa abrí el sobre. Tuve que leer dos veces el mensaje:

«Señor Carlos Maximiliano González:

Como ya se dio cuenta, junto con esta carta hay 500 mil dólares. Una cantidad generosa sí, pero incompleta. Le falta otro tanto. ¿Los quiere? Estamos seguros que sí. Sólo tiene que hacer una cosa: matar a Miguel Tinajero Pérez, ridículamente apodado El Guerrillero. Sabemos que usted ha seguido de cerca el movimiento liderado por el señor Tinajero, así que confiamos en que encontrará la manera de liquidar el encargo. Sabemos, también, algunas cosas interesantes de ese pasado que tanto se empeña en ocultar. Por eso lo elegimos. Si acepta, pasaremos a buscarlo al mismo lugar el viernes por la noche. Si no, iremos a su casa a recoger el dinero. No trate de buscarnos».

Y ya.

Ni membrete ni firma ni nombre en la hoja.

En eso estaba cuando comenzaron a hablar de las medidas de seguridad que tomarían para el mitin en la plaza, evento en el que El Guerrillero estaría más expuesto por ser al aire libre. Cuando la reunión terminó, no pude evitar sonreír al constatar mi teoría: los socialistas de la ciudad pueden ser los reyes de la retórica, pero de estrategia no saben nada.

~~~

La plaza estaba abarrotada. Desde que anunció su salida de la selva para hacer pública su Política nueva: somos los de abajo y queremos ser de arriba los simpatizantes y adherentes habían seguido el recorrido paso a paso. Darketos, skinheads, anarcolibertarios, altermundistas, globalifóbicos, skatos, prostitutas, punks, lesbianas, homosexuales, indígenas, encapuchados, hippies, fresas... una mayoría de minorías. Mientras un trovador insurgente cantaba sobre el estrado para hacer más llevadera la espera, los fotógrafos de los medios de comunicación oficiales, independientes y alternativos, intercambiaban opiniones acerca del Guerrillero y su causa.

—Yo creo que es puro cuento—, decía Benito Rolón, fotoperiodista del semanario Así pasó.

—No mames — respondió Rodolfo Sanromán, de Ciudad — si fuera puro cuento, no tendría tanto tiempo encabezando la lucha y toda esta gente no estaría aquí. No son enchiladas. Además, hay que tener güevos para convocar a tanta banda.

—Pues yo no sé si está güevudo o no, pero el cabrón tiene unos ojos pre-cio-sos— dijo Ruth Oceguera, de la revista La lucha sigue.

—Pinche Ruth— le reviró, al instante, Sanromán. —Eso mismo dijiste del mesero anoche y ya viste la putiza que te paró.

—Chinga tu madre—, fue la respuesta de la fotoperiodista.

—Oye Sanromán— dijo Rolón para calmar las cosas—, ¿y el mamón de Carlitos? No lo he visto en toda la tarde. ¿No se supone que es el que se las sabe de todas todas sobre el Guerrillero?

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