Juan Gossaín - Las palabras más bellas y otros relatos sobre el lenguaje

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Compilación de crónicas sobre el idioma de Juan Gossain, un amante y apasionado investigador del idioma, escritor y cronista de primera línea. Escritas durante los últimos diez años, algunas han sido ya publicadas en el periódico El Tiempo, otras las escribió especialmente para este libro. Historias de antiguas palabras que han sobrevivido al tiempo, de palabras bellas, exóticas, extrañas así como casos insólitos del uso del lenguaje que aborda con fino humor.

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Hace cientos de años se le usaba para indicar que se tenía necesidad de algo o urgencia de alguna cosa. Por ejemplo: “Tengo uebos de dinero para pagar el arriendo”. O este otro: “En la ciudad tenemos uebos de buenos dirigentes”.

Si les parece que esa es una curiosidad muy cómica, miren ahora lo que me encontré por andar buceando en las aguas profundas del idioma, en sus orígenes y curiosidades. En los primeros años de nuestra lengua se usaba una palabra, mamporrero , que todavía figura en el diccionario oficial.

¿Cómo explicarles, sin que parezca una espantosa patanería, lo que significa mamporrero? Era uno de los oficios más extravagantes del mundo. Ahí voy. En las fincas castellanas le decían así al peón encargado de dirigir, hasta su destino final, el miembro viril del caballo, a la hora de copular con la yegua, para que no cometiera equivocaciones. Imagínese usted cómo le fregarían la vida al pobre hombre. Proviene de mamporro , que significa golpe, coscorrón, trompada o puñetazo. Muy apropiado.

Epílogo

Ahora vengo a enterarme de que yo soy un glabro . Cuando vi la palabra por primera vez me sentí aterrado, y hasta estuve a punto de desmayarme, porque pensé que se trataba de una enfermedad incurable o de alguna chifladura mental. Después, para tranquilizarme, me explicaron que un glabro no es más que un recalvastro . Fue entonces cuando el asunto se puso peor de bueno, como dicen sabia y graciosamente en Bogotá. Comencé a recuperar la respiración cuando supe, a través del diccionario que todo lo resuelve, que esos dos sinónimos significan lo mismo que calvo, lampiño, pelón o pelado.

Por fortuna, no tuve que apelar a ninguna ceremonia apotropaica porque soy un hombre de regolaje que solo aspira a ser bienquisto y que hasta ahora no ha sufrido yacturas . (Averígüenlo ustedes. Ya es hora de que aporten algo).

Epílogo al epílogo

Leonardo Archila es el director editorial de Intermedio Editores, que hace unos años publicó una selección de mis crónicas. Ahora me propone escribir otro libro, esta vez sobre la historia de las palabras, las más hermosas y las más feas, sus venturas y quebrantos, sus curiosidades y rarezas. Desde aquí le sugiero a Leonardo que, para empezar, vaya guardando esta página...

Permítame su educación: ¿qué es un corroncho y qué viene siendo un cachaco?

Mi primera reacción, cuando recibí aquel mensaje de España, en octubre del año 2016, fue negarme a creer lo que me proponían. Casi me caigo de la emoción.

Cristina Fuentes Laroche, directora del Hay Festival de Literatura de Cartagena, escribió un correo electrónico para preguntarme si me gustaría participar en una gran tertulia pública sobre lo que es un corroncho auténtico, sus orígenes, sus características, su manera de ser. Participar en lo que ahora llaman “un conversatorio”, que es uno de los términos más feos del idioma, siendo tan bonita la palabra conversación . La propuesta de Cristina me dio en la vena del gusto: llevo como doscientos años dedicado a leer sobre la corronchería, a investigarla, a comentarla con mis amigos.

Como si fuera poco, y para terminar de completar la dicha, Cristina me informaba que mis compañeros de palique serían Daniel Samper Pizano, uno de los periodistas que más admiro en esta vida, y Hernán Villa, que ha asumido para sí mismo el seudónimo de “El Corroncho”, compositor de música popular, el hombre que inventó la única receta que se conoce para preparar la ensalada corroncha de suero costeño con cebolla picada y huevos.

Yuca, sombrero, abarcas

A finales de un enero, en una espléndida noche de verano corroncho, salpicada de viento y moteada de estrellas, nos reunimos con un público incontable en el legendario y hermoso Teatro Heredia, al pie de las murallas históricas.

A manera de adorno apropiado pusieron en el centro del escenario una mesa en la que había dos yucas harinosas, un par de abarcas de cuero cimarrón, un sombrero de vueltas –pero sin barboquejo– y un plato de suero sabanero. Solo faltó el burro pollino.

Pocas veces en mi vida me he divertido tanto y pocas veces mi corazón se ha sentido tan regocijado. Me dieron ganas de ponerme a cantar. Por lo que vi, el auditorio estaba en las mismas. Al día siguiente, bien temprano, el propio Daniel Samper me escribió para sugerirme que dejara por escrito todo lo que había dicho, el rastreo de los diccionarios, la historia de corronchos y cachacos.

De manera que aquí estoy, cumpliendo la recomendación de Samper, porque a mí me enseñaron en la casa que a los mayores hay que obedecerlos.

Orígenes del corroncho

A finales del siglo diecinueve el término corroncho surgió en la costa caribe colombiana casi como un elogio amoroso para describir al campesino de esa región, limpio e incontaminado, elemental, de espíritu candoroso, sencillo y puro como la rama de un matarratón, como el caminito que hacen las hormigas, como el cagajón fresco de un burro.

El corroncho nunca había visto un carro ni el grifo de un acueducto, porque bebía el agua de la acequia; ni luz eléctrica, porque lo alumbraba la Luna, y comía de lo que le daban el río y el suelo.

La palabra, según los testimonios confiables de aquellos tiempos, provino inicialmente de la corteza más ordinaria de los árboles, la concha rasposa que se agrieta con el calor. Eso era lo que llamaban “corroncha” en las soleadas sabanas de lo que son hoy los departamentos de Bolívar, Córdoba y Sucre. Mi propia tierra, a mucha honra.

Luego le dieron ese mismo nombre a un árbol fuerte y resistente que no tenía fruto. Y después lo heredó un pescado de la misma región, que poblaba los ríos, y que más tarde pasó a llamarse “coroncoro”, al cual le dedicaron hace algunos años una célebre canción popular.

Del candor al agravio

El problema comenzó a principios del siglo veinte, cuando las primeras oleadas de jóvenes costeños fueron a estudiar en Bogotá, viajando por el río Magdalena hasta Honda y La Dorada.

Los discretos caballeros de la capital, perplejos ante aquellos muchachos que reían a carcajadas y hablaban en voz alta, comenzaron a usar la expresión corroncho para referirse a una persona ordinaria, de mal gusto, grotesca. Y así fue como se regó por todo el país.

En Venezuela, como dato curioso, la palabra fue introducida por los peones colombianos que buscaban trabajo en las grandes haciendas, al contrario de la que ocurre hoy con la migración, que es de allá para acá. Pero en ese país solo queda un uso de la palabra corroncho: llaman así a un pescado que puebla el Lago de Maracaibo.

De modo que he invertido media vida en la tarea de rastrear viejos libros y diccionarios venerables en busca de materiales que el tiempo se ha ido llevando, como la sobrevienta de enero cuando sopla en los playones, una brisa recia pero fugaz.

¿Pescado o flacuchento?

Ahí les va una pequeña muestra de lo que he encontrado:

1. Diccionario de Colombia , de Jorge Alejandro Medellín y Diana Fajardo Rivera. Publicado en el 2005. “Corroncho. Adjetivo despectivo. Costeño de mal gusto. Usado especialmente en el interior del país. En Colombia, ignorante y de modales burdos”.

2. Diccionario de costeñismos colombianos , del padre Pedro María Revollo, edición de 1942. Trae una de las más curiosas e inesperadas definiciones: “Corroncho. Expresión que se usa en Riohacha para referirse a una persona enjuta, seca, flacuchenta, escuálida. Corroncho también llaman en Medellín al pescado que en la Costa se denomina coroncoro”.

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