Mónica Biaggio - Sexualidad y muerte - Dos estigmas clínicos

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Sexualidad y muerte: Dos estigmas clínicos: краткое содержание, описание и аннотация

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"Si no hay destino, si el destino es siempre fantasma, si toda «historia fixional dicha y desdicha en un análisis» es lo que debe perderse en él, en un psicoanálisis se trata entonces de sacar «lo que sobra»
¿Qué queda? Un carozo.
Podríamos decir que el eje de este libro se sostiene en esa idea que es desplegada de diferentes maneras.
El ejemplo más claro: la manera en que Miguel Ángel describió su obra maestra: «el David siempre estuvo metido dentro de la piedra, yo sólo saqué lo que sobraba».
Desde el vamos está en juego esa perspectiva: «sacar lo que sobra en el acto artístico, sacar lo que sobra por la vía de un análisis».
Esto significa, como afirma Miller en «El lugar y el lazo» que un psicoanálisis apunta a un «no hay».
Si desprendemos el «no hay» del axioma «no hay relación sexual» advertimos rápidamente todo lo que podemos incluir en él «no hay» en psicoanálisis: el sujeto barrado, el Otro barrado, la fórmula «no hay La mujer», no hay la verdad toda, no hay el goce total por más que se apunte a él, no hay el Otro del Otro, etc.
La autora recorre distintos temas sostenida en estas premisas y vale la pena recorrer los mismos.
Solo mencionaré algunos: un análisis del fort-da, un retorno a la noción de deseo sostenida en la idea de que este implica una negatividad esencial a diferencia del goce que, justamente es una positividad (Miller en «Sutilezas analíticas»)
Así que no se trata solamente del «no hay» sino también del «hay» y sus relaciones posibles…e imposibles.
Y si nos quedamos junto a la autora del lado del «hay» recurrimos a la teoría del exceso en Bataille para ejemplificarlo: «…los hombres tienen más energía que la que necesitan y este excedente debe ser gastado sí o sí».
Luis Tudanca

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Así, por ejemplo, cuando el paciente dice: “Ahora usted pensará que quiero decir algo ofensivo, pero realmente no tengo ese propósito”, lo comprendemos: es el rechazo, proyección, de una ocurrencia que acaba de aflojar.

O bien: “Usted pregunta quién puede ser la persona del sueño. Mi madre no es”. Nosotros rectificamos: “Entonces es su madre”. Nos tomamos la libertad, para interpretar, de prescindir de la negación y extraer el contenido puro de la ocurrencia. Es como si el paciente hubiera dicho en realidad: “Con respecto a esa persona se me ocurrió, es cierto, que era mi madre, pero no tengo ninguna gana de considerar esa ocurrencia” (7), agrega.

Traté de transmitir cómo desde la constitución del aparato psíquico hay algo traumático que no tiene inscripción. Agujero en el que se aloja el sentido obturando el acceso al propio goce.

Por otra parte, en lo ominoso también eso real se inmiscuye. Unheimlich designa aquello que debió permanecer oculto y salió a la luz. Lo familiar que es al mismo tiempo extraño. A nivel del lenguaje, el Un introduce la negación, pero conserva en la misma su carácter afirmativo. Dice Freud en su texto “Lo ominoso”, del año 1919: “Si esta es de hecho la naturaleza secreta de lo ominoso, comprendemos que los usos de la lengua hagan pasar lo « Heimlich » {lo «familiar»} a su opuesto, lo « Unheimlich »”, (8) y esto es a través del prefijo Un que es la marca de la represión. Y luego de un largo desarrollo, dirá que lo siniestro tiene que ver con: “… la puerta de acceso al antiguo solar de la criatura, el lugar en que cada quien ha morado al comienzo”. (9) Por eso cuando el soñante dice: “Ya estuve ahí”, la interpretación autorizada es el vientre materno. Esto alude a lo real, eso que acontece en un momento mítico y que puede irrumpir en lo simbólico bajo la forma, por ejemplo, del déjà vu.

El exceso que no pudo ser simbolizado, que no fue atrapado por la represión y en cambio fue Aufhebung, para el neurótico implica uno de los posibles tratamientos de lo real, porque es el modo en que se presenta en lo simbólico. No es lo real puro, podríamos decirlo así.

Lo traumático en el ser hablante está determinado por ser sexuado y mortal, ahí su soledad más radical. Frente a esta soledad, como decía Laurent, viene el objeto transicional winnicottiano, el osito de peluche, o para decirlo en términos de Lacan viene eso que se agrega, que es el objeto a . Se agrega y queda enmascarado por el Otro. Y es por eso por lo que solemos culpar al Otro de nuestro goce. Como digo siempre, esto no quiere decir que en más de una ocasión los otros tengan que ver en lo que nos pasa. Pero siempre tras esa inculpación, se aloja el propio goce.

Solo de lo real no hay responsables. Porque lo real irrumpe y el parlêtre queda indemne frente a ese real. Y vaya paradoja, porque justamente muchas veces frente a esto real, del que el sujeto nada tuvo que ver, escuchamos en el consultorio cómo se culpan o se reprochan el no haber hecho las cosas de otro modo, pensando que podrían haberlo evitado. Como si se tuviera el poder de detener lo real cuando aparece.

No se puede detener, pero está el oso de peluche que puede ser lo que cada uno encuentre para vestir eso real.

Las ceremonias, las fiestas o los rituales mortuorios vienen a vestir eso. Es así porque el hombre muere, pero no es solo un hecho biológico. Como dice G. Agamben en El lenguaje y la muerte. Un seminario sobre el lugar de la negatividad, con relación al concepto de Dasein heideggeriano: “El Dasein es, en su estructura misma, un ser-para-el-fin; es decir, para la muerte, y, como tal, está siempre en relación con ésta. –Y cita a Heidegger– «Siendo para la propia muerte, este muere ficticia y constantemente hasta que llega a su deceso. La muerte así concebida, no es, obviamente, la del animal; es decir, que no es simplemente un hecho biológico. El animal, el solo-viviente no muere, sino que cesa de vivir»”. (10)

La muerte en el hombre alude más a lo simbólico. Es la lápida, la escritura de su nombre en la tumba que indica que alguna vez vivió. La muerte biológica en cambio es el cesar de vivir.

Por eso el drama de Antígona: cuando muere su hermano da la vida para que Creonte le dé sepultura. Ella abogaba por las leyes de los dioses y en cambio despreciaba las leyes de los hombres, y es de acuerdo con las leyes de los dioses que se ve compelida a enterrar a su hermano, para que su alma no quede vagando. Así habla Antígona casi al final de la tragedia de Sófocles: “En cuanto a ti, Polinices, por observar el respeto debido a tu cuerpo, he aquí lo que obtuve... Las personas prudentes no censuraron mis cuidados, no, porque, ni se hubiese tenido hijos ni si mi marido hubiera estado consumiéndose de muerte, nunca contra la voluntad del pueblo hubiera sumido este doloroso papel. ¿Que en virtud de qué ley digo esto? Marido, muerto el uno, otro habría podido tener, y hasta un hijo del otro nacido, de haber perdido el mío. Pero, muertos mi padre, ya, y mi madre, en el Hades los dos, no hay hermano que pueda haber nacido. Por esta ley, hermano, te honré a ti más que a nadie (…) El caso es que mi piedad me ha ganado el título de impía, y si el título es válido para los dioses, entonces yo, que de ello soy tildada, reconoceré mi error; pero si son los demás que van errados, que los males que sufro no sean mayores que los que me imponen, contra toda justicia”. (11)

Como Antígona, en este país madres y abuelas buscando a sus nietos desaparecidos. Sus hijos fueron arrebatados de la segunda muerte, esa que paradójicamente inscribe lo que alguien fue en vida.

Leía a propósito de lo imposible de decir el tercer libro de la trilogía de Primo Levi. Para los que no saben, fue un escritor italiano de origen judío sefardí. Resistió al fascismo y sobrevivió al Holocausto. Es conocido sobre todo por las obras que dedicó a dar testimonio sobre dicho Holocausto, particularmente el relato de los diez meses que estuvo prisionero en el campo de concentración de Monowice. Escribió relatos, poemas y novelas. La última trilogía fue: Si esto es un hombre , La tregua y Los hundidos y los salvados . Luego se suicidó en 1987, tenía 67 años.

Paradójicamente, Primo Levi testimonia lo imposible de testimoniar. Dirá que los sobrevivientes no son los verdaderos testigos, porque según sus propias palabras son los que no han tocado fondo. Quien ha visto a la Gorgona, dice, no ha vuelto para contarlo (Medusa era una de las Gorgonas). Él dice que los que han visto a los hundidos pueden contarlo pero que lo que digan siempre será una narración por cuenta de un tercero. Y agrega: “La demolición terminada, la obra cumplida, no hay nadie que la haya contado, como no hay nadie que haya vuelto para contar su muerte”. (12)

Esta imposibilidad de testimoniar será su tormento; ni los hundidos, según él, podrían haber escrito su testimonio, puesto que su muerte había comenzado mucho antes de dejar de vivir.

Se trata de un libro muy difícil de leer, muy duro, pero se los recomiendo.

Leyéndolo recordé un relato de Margarite Duras, publicado en La v ida material; se titula “Figon Georges”. Duras escribe en primera persona, y cuenta sobre el destino de su amigo Figon Georges. Había estado preso y le ocurre que cuando es puesto en libertad no puede soportarlo. Nada de lo que diga podrá dar cuenta del infierno pasado allí, en Fresnes, la cárcel. Si bien no se trata del horror del Holocausto, como Primo Levi, por no haber podido testimoniar sobre lo que significa la cárcel. Había escrito un libro que según él iba a cambiar el mundo. Pero nada de lo que escribió pudo dar cuenta de eso real vivido. No sirvió, nos dice Duras, que Figon conociera minuciosamente a todo el personal de todas las cárceles en las que había vivido. Cuenta Duras que ella y sus amigos lo escuchaban durante horas, pero finalmente quedaban exhaustos. Dice Duras: “…sin duda, entre el que ha vivido la cosa contada y el que la escucha hacen falta lugares comunes de la existencia, por ejemplo, el trabajo, el oficio, la moral, la pertenencia política. Entre la cárcel y la vida libre, por relativa que sea, no hay nada común, ninguna similitud, ni siquiera lejana. Hasta el sueño es diferente, la lectura es diferente”. (13)

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