Esto real que irrumpe cada día más, puesto que el hombre se ha volcado a tratar de manipular la naturaleza, a lo real que habita en ella, y entonces tenemos como respuesta la irrupción con una furia inusitada de eso real que no se deja manipular ni domeñar.
Lo real irrumpe y cuando lo hace, al decir de Eric Laurent, se presenta viva “la angustia desolada de la Cosa”. (1) Esa angustia primera que advino cuando la madre se fue y nos dejó solos.
Por eso es necesario en esos momentos tener desde donde sostenernos. No se trata una vez más solo de la necesidad, sino que los actos de solidaridad, el compartir con amigos, con seres queridos están al servicio de producir amarres que nos permitan continuar con la vida.
Y retomar el hilo, volver a andar, lleva su tiempo.
Eso real que se presentó en el momento mismo de nacer.
Un nacimiento también es un real, porque no solo tiene la dimensión imaginaria y simbólica. Es un real que se viste con los festejos y a veces con las peleas familiares que suelen irrumpir cuando acontece: “Que vinieron muchos a vernos”, “No vino nadie y no nos ayudan”, “Que mi mamá”, “Que mis suegros”, etc., etc., etc. Pero lo cierto es que son argumentos que sirven para velar ese real de la carne. Porque un hijo es un cuerpo, una dimensión hecha carne investida, un grito, un llamado y luego una demanda. Su presencia, en el mejor de los casos, se siente. Cuando esto no ocurre estamos ante la psicosis.
En mis comienzos en el psicoanálisis, inicié mi práctica atendiendo psicosis. Trabajaba en una institución de pacientes autistas. Siempre recuerdo en particular a una paciente porque fue la primera que me derivaron para su atención. Ana –la llamare así– era nombrada por las autoridades de la institución, que no eran psicoanalistas, en diminutivo: “Anita”. Así la traía la madre, como “Anita”, vestida acorde a su nombre, con delantal a cuadritos tipo jardín de infantes y pañales. Pero “Anita” tenía 37 años.
Ella venía así, detenida en el tiempo por su madre, que la sentaba en su casa sobre una alfombra mientras ella hacia girar una y otra vez la taza que tenía en sus manos.
La tarea fue ardua: tratar de introducir algo de lo simbólico, producir en ese cuerpo un corte prefabricado para que pudiera dejar ir sus desechos. Perder los pañales, controlar esfínteres. Dejar esa tacita, y en su lugar poder tomar mate con su analista. Ida y vuelta, el mate iba y venía, como un Fort-Da , implementado con los juegos y maniobras de la analista. De alguna manera, ese Fort-Da era incrustado. Estos juegos de aparición y desaparición llevaron mucho tiempo.
Ana nunca había sido tratada en 37 años, no tenía nada de lenguaje. Utilizar una cuchara para comer o controlar esfínteres fue un trabajo muy difícil que se produjo cuando mínimamente pudo soportar, habilitar, permitir algo de separación entre la comida y su cuerpo. Entre sus desechos, esos restos, y su cuerpo.
La queja materna no se hizo esperar. Ana ya no era un mueble, un bodoque –como la denominaban– que la madre dejaba sobre la alfombrita con su taza girando sin cesar. Ana, que pudo venir con una vestimenta acorde a su edad, buscaba en su casa, por un lado y otro, la yerba para prepararse el mate. No se quedaba quieta, decía la madre a modo de lamento. Hubo que trabajar mucho con los padres para que pudieran alojar a su hija, que si bien nunca se iba a curar al menos mostraba signos más vitales. Aunque sin lenguaje de ningún tipo podía, entre otros signos, esbozar una sonrisa cuando se producía un encuentro.
Porque para que el lenguaje recorte el cuerpo, primitivamente es condición una pérdida. Ausencia del Otro primordial que la inscribe instaurando el deseo.
Debemos ser sostenidos por un Otro, ese el de los primeros cuidados, para advenir como parlêtre . Este Otro en un comienzo no es un cuerpo diferenciado, forma parte del propio cuerpo. La diferenciación se vislumbra cuando ese Otro no está, cuando falta a la cita, cuando con su ausencia produce un corte inaugurando el deseo en el cachorro humano. Va y viene como el carretel freudiano, Fort-Da, ese juego significante que llama la ausencia en la presencia y la presencia en la ausencia. Nunca será un problema que ese Otro se ausente sino todo lo contrario, nos dice Lacan respecto de Juanito: “Lo que teme no es tanto que lo separen de ella -la madre- sino que se lo lleven con ella Dios sabe dónde”. (2)
Esa ausencia, eso que falta, se inscribe en el aparato psíquico, pero bajo la forma de la negación. El deseo tiene en ella la consistencia de una falta. Dice Miller en Sutilezas analíticas : “…el deseo implica una negatividad esencial, a diferencia del goce, justamente, que es una positividad. No implica negatividad, sino solamente lo que marca la expresión plus de gozar : un plus ”. (3)
El goce marca lo afirmativo, dado que la pulsión siempre se satisface, aun en la renuncia.
Así dice Freud, en su trabajo sobre “La negación” del año 1925: “Un contenido de representación o de pensamiento reprimido puede irrumpir a la conciencia a condición de que se deje negar”. (4)
La negación, nos sigue diciendo, es un modo de tomar conocimiento de lo reprimido. Pero aquello reprimido míticamente es lo que paradójicamente fue afirmado.
La bejahung, o afirmación primordial, intenta afirmar lo que no hay. Se trata de un juicio y al decir de Freud: “La función del juicio tiene, en lo esencial, dos decisiones que adoptar. Debe atribuir o desatribuir una propiedad a una cosa, y debe admitir o impugnar la existencia de una representación en la realidad. La propiedad sobre la cual se debe decidir pudo haber sido originariamente buena o mala, útil o dañina”. (5)
Esta propiedad al principio es atribuida al Otro materno, quien puede dar o no dar. Este juicio, que es la bejahung, mítica y primordial, inscribe lo que no hay. Se trata de la afirmación de la castración del Otro materno, momento lógico anterior a la operación de la represión primaria, a que opere la verdrängung .
Si la afirmación, esa bejahung, no opera, tenemos la verwerfung ; es decir la forclusión, y entonces eso que no fue inscripto, afirmado, retorna bajo la forma de la alucinación.
Este primer momento lógico, el de la bejahung, es anterior al lenguaje, es imperio del yo placer purificado o, para decirlo de otra manera, es el momento de la desmezcla pulsional, puesto que el cuerpo no ha sido recortado, no hay pérdida del objeto allí aún. En un segundo momento lógico, se trata de la ausstossung aus dem Ich, que implica la expulsión fuera del sujeto de todo aquello que no se inscribe. Y es esto lo que constituye lo real, aquello que queda por fuera de toda simbolización. Así, y como producto de esta operación, deviene la Aufhebung , que significa preservar, superar. Dice Di Ciaccia: “El símbolo surge allí donde la Cosa es anulada”. (6) Es que esa afirmación primordial y mítica es la inscripción de esa primera marca significante que produce la pérdida de la Cosa, pero al mismo tiempo inscribe un plus de goce. Pérdida de la Cosa en el lenguaje que es otro nombre de la castración materna. Es decir, separación, distancia y ausencia. Hiancia que permite constituir el aparato psíquico y que la escribimos como la barra significante. No olvidemos que esta época de la enseñanza de Lacan es la que de la mano de los estructuralistas piensa el inconsciente estructurado como un lenguaje.
La negación, Verneinung, viene a nombrar lo que fue ausstossung ; es decir, expulsado vía el mecanismo de la Aufhebung, que al mismo tiempo que anula, conserva; y el juicio de existencia, que es lógicamente posterior al juicio de afirmación, se articula con la negación secundariamente para decir lo que soy o no soy. Para decirlo de otro modo, la castración del Otro materno como operación lógica se inscribe para la neurosis vía la afirmación primordial. Esta afirmación es reprimida, pero algo se conserva y algo se anula. Pasa a la estructura del lenguaje mediante la negación; es un paso de sentido.
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