Ferroviarios y militares compartían la afición por el fútbol y eran entusiastas hinchas y/o jugadores de los clubes instalados en los diferentes barrios de la comuna.
Similar interés y participación concitaba en ellos el juego de la rayuela, al que se dedicaban con regularidad al término de la jornada de trabajo.
Hasta hoy, pero ya con la desconfianza marcada por todo lo sucedido, viven en las mismas poblaciones o villas, junto a trabajadores municipales, empleados públicos, carabineros y gendarmes. Después del golpe llegó la vigilancia armada a algunos lugares de cada barrio. El amigo no fue más llamado por su nombre o su apodo sino que debía anteponerse el grado militar. El «tú» fue reemplazado por el «don».
Los niños hijos de uniformados jugaban en lugares distintos, con vigilancia especial y las mujeres de los militares se pusieron altaneras y soberbias.
Desde el 11 de septiembre de 1973 hacia adelante, todo cambió. El dolor y la muerte vinieron a remplazar la risa abierta, la fraternidad sin fronteras, la amistad de viejos camaradas.
Era parte del paisaje de la comuna el paso al trote de los cadetes cantando a voz en cuello sus himnos militares. Todos los días bajaban por calle Balmaceda en dirección al cerro, donde, entre otros ejercicios, realizaban las prácticas de tiro y aprendían la vida del soldado. El sonido de los disparos y la explosión de proyectiles solo alteraban, pasado el tiempo, a quienes visitaban la comuna esporádicamente o a los que acababan de llegar a vivir en ella. Años después estos mismos sonidos serían los últimos escuchados por decenas de compatriotas que permanecían hacinados y vendados en las instalaciones del cuartel N.° 2 de la Escuela de Infantería en San Bernardo.
No menos importante para la comuna fue el papel jugado por los ferroviarios que vivían en ella, como se ha escrito, desde 1920. Los operarios de la Maestranza Central marcaron presencia en San Bernardo con su organización y solidaridad. Algunos de sus dirigentes fueron luego representantes populares en el Gobierno comunal, o llegaron a ocupar cargos en organizaciones nacionales de trabajadores. Dueños de una organización sindical poderosa, estaban siempre prestos a dar su apoyo a aquellas iniciativas que aportaran a la población un mejor bienestar y no se mantenían ajenos a lo que sucedía en el país.
Dice don Óscar Aguayo en Vidas y anécdotas (pp. 14 y 15):
En el año 1939 se repite una vez más esa tendencia imperante a lo largo de la historia. Se intenta derrocar el gobierno democrático de don Pedro Aguirre Cerda. Los ferroviarios suman fuerzas en cuestión de horas. Hay una visión unitaria y la movilización de los trabajadores de la maestranza es el primer síntoma de lucha. Un día, como a las 5 de la mañana, llega el gobernador de San Bernardo don Galvarino Ponce a mi casa. Me dijo: –Don Oscar levántese, hay golpe de Estado y la Escuela de Aplicación está sublevada, hay que movilizar a todos los trabajadores de San Bernardo. –Me levanté y salí. Yo sabía que a esa hora estaban trabajando las panaderías, fui a hablar con el presidente del sindicato de panificadores, fui donde los molineros, los municipales, en fin, y en seguida a la maestranza. Estaba en la maestranza informando lo que sucedía cuando llegó un auto, era de Santiago, venían tres ciudadanos, uno de ellos era Salvador Allende, ministro de Salubridad del gobierno de don Pedro Aguirre Cerda. Nos dijeron que nosotros éramos una fuerza importante y que teníamos que tomar medidas para abortar el golpe. Con aproximadamente mil doscientas personas se formó el Batallón maestranza, organizados por escuadras, todo se hizo rápido. Preparamos un tren blindado para ir al paso nivel, ahí estaba la parte armada de los militares de San Bernardo.
Teníamos todo listo para ir a pelear cuando un jeep militar entra en la Maestranza con don Galvarino. Nos informa que el golpe está terminado. Le dijimos: –vamos a hacer un desfile. –Háganlo no más –dijo–, no hay problema.
Con el Batallón maestranza y el Orfeón Ferroviario salimos a desfilar por San Bernardo. Pasamos por la plaza, ahí estaba la Escuela de Aplicación, ellos nos aplaudían. A los pocos días vino el presidente a agradecer. Le hicimos esta vez un desfile en grande, con todos los sindicatos, fue de lo más pintoresco y bonito. Todo estaba adornado, las carretelas repartidoras de pan, los municipales que tiraban a caballo los furgones de la basura, los lecheros, las victorias que eran el medio de movilización, los molineros, nosotros los ferroviarios que éramos el grueso.
Treinta y cuatro años después, a finales de septiembre de 1973, soldados de la Escuela de Infantería, armados hasta los dientes, entraron en la Maestranza Central con una lista de nombres. Recorrieron los talleres llamando a viva voz a los requeridos y los fueron sacando de sus lugares de trabajo, separándolos de sus compañeros, quienes ignoraban en ese momento que los veían con vida por última vez.
Manuel González, el conejo , de la sección de herrería; Ramón Vivanco del taller de ruedas; Pedro Oyarzún, el chueco , de la sección de frenos de aire; Arturo Koyck, El tata , de la sección de electricidad; José Morales, presidente del Consejo; Joel Silva, el negrito , de Pabellón Central; al igual que Adiel Monsalves y Roberto Ávila, de la sección de albañilería; Alfredo Acevedo, Raúl Castro y Hernán Chamorro, llegaron al campo de prisioneros de Cerro Chena en la noche del 28 de septiembre, lugar en el que ya se encontraban decenas de detenidos.
Al contrario de lo sucedido en 1939, en esta ocasión sí se produjo el golpe de estado y ni los ferroviarios, ni ninguno de los gremios organizados, pudieron prepararse y resistir. Conocedores los golpistas locales de la fuerza de la organización ferroviaria, no vacilaron en fusilar a los dirigentes y trabajadores detenidos. Con tal acción daban una muestra de su actuar a los ferroviarios, y sembraban el terror en la población.
El apacible San Bernardo se transformó entonces en una comuna militarizada, vigilada de día y de noche por patrullas militares armadas que se hacían notar disparando a discreción. El único interés que los movió durante esos años fue mantener a flor de piel el terror en la población. El cerro Chena pasó de lugar de esparcimiento a centro de detención clandestino. Los militares, que formaban parte del paisaje de la ciudad, se transformaron en carceleros, torturadores y verdugos. Aún hoy se busca en el cerro osamentas de detenidos desaparecidos.
Foto 4:Trabajadores ferroviarios saliendo de su turno en la Maestranza de San Bernardo. Fuente : < http://maestranzacentral.blogspot.com/>.
Algunos trazos del gobierno del presidente Salvador Allende. Queda claro el porqué del golpe militar
El triunfo del candidato de la Unidad Popular sobre el de la derecha en 1970 se había producido por algunas decenas de miles de votos. Como indicaba la tradición democrática del país, por acuerdo unánime del Congreso Nacional, el 4 de noviembre de 1970 fue investido como presidente de la República de Chile, el doctor Salvador Allende Gossens. El programa presentado por Allende y la coalición de partidos que lo apoyaba, en especial las 40 medidas planteadas en dicho programa, habían despertado en millones de habitantes de Chile la confianza de que se construiría un futuro que permitiría a los más pequeños contar con un país más digno y justo.
Las elecciones de regidores, en abril de 1971, dieron a los candidatos de la Unidad Popular el 50,08% de los votos, demostración inequívoca del apoyo popular que el Gobierno de Allende concitaba. Desde que se iniciara el Gobierno de la Unidad Popular, la oposición había hecho de todo para desprestigiarlo, torpedeaba cualquier iniciativa gubernamental que afectara a sus intereses, cuestionaba y acusaba a los ministros, y esperaba confiada el repudio ciudadano al Gobierno en las urnas.
Читать дальше