DERECHOS HUMANOS Y JUSTICIA EN CHILE: CERRO CHENA, CAMPO DE PRISIONEROS
TESTIMONIO DE TORTURAS Y EJECUCIONES OCURRIDAS EN 1973, CONDENADAS EN 2011 CON PENAS MÍNIMAS
DERECHOS HUMANOS Y JUSTICIA EN CHILE: CERRO CHENA, CAMPO DE PRISIONEROS
TESTIMONIO DE TORTURAS Y EJECUCIONES OCURRIDAS EN 1973, CONDENADAS EN 2011 CON PENAS MÍNIMAS
Manuel Ahumada Lillo
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© Del texto: Manuel Ahumada Lillo, 2013
© De esta edición: Universitat de València, 2013
ACDE Ediciones, 2013
Corrección: Communico, C. B.
Maquetación: JPM Ediciones
Diseño de Cubierta: Estudio gráfico de publicidad. Valencia ( http://www.grafico.es)
ISBN: 978-84-370-9225-6
Mi cariño y reconocimiento
A los compañeros ferroviarios de la Maestranza Central de San Bernardo, que me acogieron como a un hijo durante los días de cautiverio que compartimos en el Cerro Chena, en septiembre de 1973, y con quienes asumí el compromiso de hacer este trabajo.
A mis padres y hermanos, quienes, pese a no compartir mis ideales y el camino asumido, han estado siempre conmigo.
A mi abuelo Benjamín Lillo Vicencio, dirigente ferroviario, en su vida activa y jubilado, que sembró en mí la semilla de la lucha social y a cuyo alero me formé como militante de la clase trabajadora.
A mis hijas, Linda Maricel y Marusia Marcela, a quienes vi crecer a retazos, pero que están grabadas a fuego en mi corazón.
A los compañeros de la COTIACH y del MOSICAM.
A la CGT, que instituyó el «Día de la Memoria y el Compromiso Sindical», como una manera de reconocer la entrega de los miles de imprescindibles en la causa sindical.
A todos los que luchan por un país más digno y justo.
A los familiares de los fusilados de Cerro Chena, con quienes he podido conversar en estos años, contarles lo vivido junto a sus seres queridos y transmitirles sus mensajes, en especial a Manolo «Piri» González y Mónica Monsalves.
Manuel Ahumada Lillo
Ellos aquí trajeron los fusiles repletos
de pólvora, ellos mandaron el acerbo
exterminio,
ellos aquí encontraron un pueblo que cantaba,
un pueblo por deber y por amor reunido,
y la delgada niña cayó con su bandera,
y el joven sonriente rodó a su lado herido,
y el estupor del pueblo vio caer a los muertos
con furia y con dolor.
Entonces, en el sitio
donde cayeron los asesinados,
bajaron las banderas a empaparse de sangre
para alzarse de nuevo frente a los asesinos.
Por esos muertos, nuestros muertos,
pido castigo.
Para los que de sangre salpicaron la patria,
pido castigo.
Para el verdugo que mandó esta muerte,
pido castigo.
Para el traidor que ascendió sobre el crimen,
pido castigo.
Para el que dio la orden de agonía,
pido castigo.
Para los que defendieron este crimen,
pido castigo.
No quiero que me den la mano
empapada con nuestra sangre.
Pido castigo.
No los quiero de embajadores,
tampoco en su casa tranquilos,
los quiero ver aquí juzgados en esta plaza,
en este sitio.
Quiero castigo
Pablo Neruda
Canto General. La arena traicionada III
ÍNDICE
PRESENTACIÓN
PRÓLOGO
A MODO DE INTRODUCCIÓN
EL GOLPE DE ESTADO SE HA DADO
DE VUELTA AL CERRO CHENA
A MODO DE EPÍLOGO
PRESENTACIÓN
Este conmovedor testimonio que nos honramos en editar en España lo encontré en una librería del centro de Santiago, en Chile, en uno de los habituales viajes que hago a esa ciudad, que es mi ciudad natal. Allí, tengo por costumbre buscar novedades editoriales que contribuyan a la memoria histórica de lo sucedido en Chile en la época de la dictadura militar, que empezó el 11 de septiembre de 1973 con un cruento golpe de estado que instauró un sistema de gobierno fundamentado en el terror y en el liberalismo económico, y finalizó en marzo de 1990 con la investidura de un presidente democráticamente elegido. Durante ese trágico período de dieciséis años y seis meses, los organismos represivos de la dictadura cometieron 3.225 crímenes, y 37.055 personas fueron sometidas a prisión y torturas.
Del libro llamaron especialmente mi atención su título, que aludía a un lugar muy familiar para los habitantes de Santiago y a sucesos acerca de los cuales nada se había escrito; la edición austera, y su autor, que no era una persona conocida en los ámbitos intelectuales y políticos chilenos. Además, la biografía del autor mostraba que había permanecido en Chile durante la dictadura militar, desempeñando desde muy joven diversos oficios en el sector de la hostelería, en una época en que los trabajadores chilenos estaban en una situación de máxima vulnerabilidad ante sus empleadores.
Leí el libro durante mi estancia en Santiago. Sus páginas desvelaron episodios que desconocía y que habían permanecido ocultos para los chilenos durante cerca de treinta años, trasladándome a tiempos de amargura, temores, recelos e incertidumbre, y a lugares que me resultaban familiares, porque mi infancia y primera juventud transcurrieron en los barrios del sur de Santiago, en las proximidades de San Bernardo, localidad en la que está enclavado el denominado Cerro Chena.
Me pareció un libro conmovedor en el que el autor, que en el momento del golpe de estado tenía solo diecisiete años, describe con realismo el ambiente de su ciudad, en tiempos de normalidad y en los días previos al golpe de estado, así como sus vivencias ese fatídico martes 11 de septiembre de 1973. Narra, asimismo, su vida clandestina hasta el momento de su detención y traslado al recinto militar Cerro Chena, donde coincidió con otros prisioneros, muchos de los cuales fueron posteriormente fusilados, y donde fue sometido a torturas y a degradaciones inimaginables.
Al cabo de un año de haber leído el libro, conseguí localizar a su autor, Manuel Ahumada Lillo. Nos reunimos en el local de la Confederación General de Trabajadores, de la que es máximo dirigente, en la quinta planta de un edificio de oficinas a pocas calles del palacio presidencial de La Moneda. El local era austero, propio de un sindicato obrero cuya financiación proviene de las cuotas de sus afiliados y de campañas de recolección de fondos.
Durante la conversación, el autor me comentó que había escrito el libro por sugerencia de uno de los policías que lo entrevistó en el marco de la investigación de la llamada Comisión Rettig, creada en 1990 para esclarecer las violaciones de los derechos humanos durante la dictadura, ya que había sido citado como testigo de la existencia de los fusilados ferroviarios en el recinto militar Cerro Chena, por sus familiares.
La conmoción que le produjo revivir los padecimientos sufridos diecisiete años antes le habría impulsado a escribir, cumpliendo con ello la voluntad de sus compañeros de prisión y martirio, finalmente asesinados por sus captores: quien sobreviviera debía contar fuera lo que había pasado en dicho recinto de detención. Me comentó, asimismo, las dificultades con las que se había encontrado para publicar su libro en Chile, que tuvo que ser editado por el sindicato y distribuido de manera personal a través de algunas librerías amigas.
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