Foto 3. Fuente : < http://memoriaviva.cl/>.
El golpe militar y sus efectos en los ciudadanos
El 11 de septiembre de 1973 es una fecha en la historia de Chile que jamás debe ser olvidada, así como no pueden ser ignorados los hechos que el golpe militar trajo aparejados. Ese día nefasto, a sangre y fuego, los militares derrocaron el Gobierno constitucional del presidente Salvador Allende e iniciaron una sistemática violación de los derechos sociales y políticos de los ciudadanos que se prolongó diecisiete años, violación que en todo caso aún no termina de repararse.
El 11 de septiembre de 1973 se abrió una herida en el corazón de Chile, herida imposible de cicatrizar mientras no se desvele toda la verdad. El general de la Fuerza Aérea Gustavo Leigh Guzmán fue concreto, directo y claro en su primera intervención pública post-golpe. Con su cruenta llegada al poder los militares buscaban «exterminar de raíz el cáncer marxista del país». Es evidente que no escatimaron en recursos económicos ni humanos para cumplir tal objetivo.
Desde el mismo 11 de septiembre y durante largo tiempo, en la mayoría de las ciudades y comunas del país, millares de hogares fueron duramente golpeados e incluso destruidos totalmente, al sufrir la detención, el ajusticiamiento y/o la desaparición de uno o más familiares. De la detención masiva e indiscriminada de los primeros tiempos, se pasó al seguimiento y el arresto selectivo de compatriotas. La delación y la acusación falsa fueron algunos de los instrumentos que utilizaron los golpistas para cumplir sus fines. Se detuvo sumariamente, se torturó de forma salvaje a mujeres y hombres, sin importar edad, estado civil o condiciones de salud. Todo aquel que había mostrado simpatía por el Gobierno de Salvador Allende pasó a ser un potencial enemigo y debía ser detenido e interrogado.
Había que usar los métodos que fueran necesarios para obtener la información que ayudara «a la pacificación del país», han dicho más de una vez durante estos años para justificar sus acciones, los nobles y valientes soldados. Así lo expresaban por lo demás los representantes de la dictadura, uniformados y civiles, cuando eran consultados por los medios de comunicación nacionales y extranjeros sobre lo que estaba sucediendo.
A cualquier hora, aunque preferentemente amparados por las sombras de la noche, los agentes del Estado sacaban a los sospechosos de sus hogares. No obstante, también se detenía a los ciudadanos a plena luz del día en sus lugares de estudio, en el trabajo o en la calle, en presencia de amigos, familiares o transeúntes. Nadie estaba libre de la negra mano del fascismo que se había entronizado en el país y que anunciaba que «combatiría al enemigo hasta aniquilarlo».
Todos los detenidos eran llevados a lugares de detención para ser interrogados. Los menos eran lugares reconocidos por la dictadura; los más, sitios clandestinos de los cuales muchos no volvieron. Ahí, vendados e indefensos se los sometía a terribles tormentos, se buscaba que confesaran su participación en actividades contra el régimen de facto, se les exigía que entregaran las armas y denunciaran a otros con los que compartían ideales. Tal hecho les permitiría continuar con vida. Durante los primeros años, el objetivo de los golpistas lo constituyeron las direcciones políticas de los partidos que conformaban la Unidad Popular y sus militantes más destacados. Se les hacía responsables de la elaboración de planes de muerte y destrucción, elementos que, en definitiva, «habían obligado a la patriótica intervención de los militares», como se repetía majaderamente.
Desde que se iniciara la represión, y con ella la detención sumaria de civiles y uniformados democráticos, sus familiares, venciendo el miedo y las amenazas, comenzaron un peregrinaje por distintos lugares en busca de sus seres queridos. El Estadio Nacional en Santiago, los cuarteles militares, las comisarías de Carabineros y de Investigaciones, las cárceles en las diversas regiones del país y cualquier lugar del que se tenía la certeza o se sospechaba de la existencia de detenidos, veían en sus puertas de la mañana a la noche a quienes no abandonarían a los suyos, así se les fuera la vida en el intento de encontrarlos. Diariamente se presentaban llevando ropa, alimentos e inquiriendo a quien les escuchara sobre la suerte de sus familiares. El silencio, la sonrisa despectiva o la mentira eran las respuestas que recibían a sus preguntas.
Muchos fueron los centros de detención clandestinos que se habilitaron y a los que eran llevados los detenidos. De ellos solo se fue teniendo conocimiento a medida que algunos sorteaban el anillo de hierro de la tortura y lograban identificar el sitio con posterioridad. Por el testimonio de estos sobrevivientes se supo también de las aberraciones a las que eran sometidos hombres y mujeres en la Venda Sexi, Terranova, Nido 18, Tres Álamos, Nido 20, 7Academia de Guerra de la Fuerza Aérea, diversos buques de la Armada, Cerro Chena, instalaciones militares de Peldehue y Tejas Verdes, entre muchas otras.
¿Cómo se llegó a tal grado de inhumanidad? ¿Qué provocó tal nivel de odio en los sectores más pudientes, que incluso llegaron a festejar con champán, mientras las calles, los ríos, el mar de Chile, se llenaban de cadáveres, horriblemente mutilados y acribillados a balazos?
Con el paso de los años algunos servidores de la dictadura, quizá abrumados por el peso de su conciencia ante tanta aberración cometida contra seres humanos en la que ellos tomaron parte por acción u omisión, o tal vez percibiendo como las ratas que el barco comenzaba a hundirse, entregaron antecedentes por distintas vías. Estos antecedentes fueron haciendo evidente lo que, después de tanto tiempo de búsqueda sin resultados, se había transformado para los familiares y para el país en general en una certeza: la detención, la tortura, la muerte y la desaparición de miles de compatriotas.
En el norte, centro y sur del país, comenzaron a aflorar, a ver la luz, decenas de fosas clandestinas, que entregaban los cuerpos retenidos durante años en virtud del silencio. Primero fue Lonquén, luego Pisagua, Chihuío, el Cementerio General de Santiago, los cementerios de La Serena y Copiapó, Topater en Calama, Laja en la VIII Región. Ahí estaban nuestros hermanos. Los mismos que según la prensa y los representantes de la dictadura (varios de los cuales hoy por hoy son «honorables parlamentarios») se habían ido del país o sumergido en la clandestinidad para combatir al régimen militar, yacían muertos, sepultados bajo metros de tierra. Ellos, despojados de la vida por unos miserables sin alma, salían a clamar justicia desde sus sepulcros ilegales.
San Bernardo, algo de su historia. Los actores del drama
San Bernardo ha sido, y es, una comuna quitada de bulla, pese a los cambios que ha experimentado en los últimos veinte años. Aún hoy pueden observarse, en distintos lugares de la comuna, largas alamedas con añosos árboles, áreas verdes y plazas en las que suelen pasear sus habitantes, y una tranquilidad provinciana que no es común en un lugar tan cercano a la capital de Chile. El aumento de la delincuencia no ha logrado quitarle su aire provinciano. Fue fundada el 9 de febrero de 1821 por don Domingo Eyzaguirre y recibió su nombre en homenaje al Director Supremo y héroe de la independencia de Chile, don Bernardo O’Higgins Riquelme.
Uno de sus lugares más característicos es el cerro Chena. Al respecto escribió Mario Arroyo en su libro Acuarelas de ayer y de hoy :
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