Al menos formalmente, las beatas no planteaban más problemas que el de ser mujeres que dedicaban parte de su vida a la religiosidad y que vivían con una gran libertad y autonomía. Incluso, como refieren los inquisidores, muchas estaban sujetas a los prelados de la Tercera Orden a la que pertenecieran o a sus confesores. Por tanto, eran ellos los encargados de guiarlas espiritualmente y los que les facilitaban, dada su virtuosa forma de vivir, el acceso a la comunión frecuente. Pero, por encima de todo, los inquisidores detectaban un grave problema: las beatas eran mujeres que vivían solas en sus casas sin estar sometidas a clausura, y esto es lo que las hacía singulares, pues con su forma de vida escapaban al control de la jerarquía eclesiástica. Eran mujeres libres, que de modo libre optaban por vivir como beatas, y ello provocaba miedo en los hombres, en los eclesiásticos, pues alteraban con su comportamiento el orden social y religioso; por tanto, era necesario someterlas a clausura.
Los inquisidores sevillanos no se detuvieron solo en perfilar los tres géneros o tipos de beatas, sino que quisieron también dar su opinión sobre su modo de vida y lo que habría que hacer con ellas.
De las primeras reconocían que la mayoría «viven honesta y religiosamente», aunque destacaban el hecho de «vivir fuera de clausura y comunidad». Y añadían, apelando a su experiencia, que las beatas
de ordinario andan vagando por los pueblos donde moran, con más soltura que las otras mujeres de su cualidad, y por traer aquel hábito se atreven a entrar y salir donde les parece; y algunas veces con escándalo y no buen ejemplo, dejan el servicio de sus padres y cuidado de sus casas; y muchas de ellas se atreven a comulgar cada día, y algunas veces no con aquella reverencia que conviene. Y como todo esto [lo] hacen con título y nombre de santidad y religión, nadie se atreve a impedírselo. 25
Como remedio a esta forma de vivir, los inquisidores recordaban el motu proprio de Pío V de 1566, que ordenaba que los obispos y prelados, «con mucho cuidado», procuraran que las beatas terceras y otras mujeres beatas se recogieran a vivir en comunidad y clausura haciendo voto y profesión solemne, es decir, que vivieran como monjas. Y que se evitara dar el hábito de beata a cualquier mujer que no quisiera adoptar esta forma de vida. Lo mismo cabría hacer con las beatas que por su propia iniciativa se vestían con hábito de beata. Pero era el tercer género de beatas el que más preocupación generaba:
El tercer género de estas beatas , que prometen la obediencia a personas particulares, parece que no se deben en manera alguna permitir, porque se entiende que es invención de los Alumbrados de este tiempo, que con esto substraen a las hijas del servicio y obediencia de sus padres, y a las mujeres de sus maridos, y se las traen perdidas tras de sí y no las permiten hacer cosa alguna sin su licencia, ni las dejan confesar con otros; y tienen y hacen de ordinario muchas cosas, al parecer supersticiosas. Y por ser este modo de vivir nuevo, no usado antes de ahora en la Iglesia, no carece de sospecha de que es invención del demonio y de hombres vanos que, con sombra de santidad y religión, quieren ser servidos y obedecidos de mujeres simples, y aun de que por aquí tendrán entrada para otras deshonestidades y torpezas, como en algunos se ha visto por experiencia. Y así parece que convendrá prohibir que de aquí adelante no se hiciesen ni recibiesen semejantes votos de obediencia y, de los hechos, las absolviesen. 26
El protagonismo de las mujeres en el ámbito religioso, perceptible en su proximidad a los eclesiásticos, sus reiteradas confesiones, sus anhelos por trasgredir los impedimentos que se les imponían para la comunión frecuente, sus devociones particulares, sus ansias por conseguir una mayor perfección espiritual, es un rasgo característico de los siglos XVI y XVII. Y, como afirma Sánchez Lora, ese protagonismo fue contemplado siempre con recelo y cautela por las autoridades eclesiásticas porque escapaba a su control. Pero no solo era un problema religioso, sino que también lo era social, «porque, ¿qué mayor transgresión del orden fundado en la supremacía indiscutible de la masculinidad y docilidad femenina que una mujer sin dueño, que no acepta ninguna de sus funciones tradicionales (esposamadre, prostituta-religiosa) y se encumbra a la categoría de maestra de espíritu, de sacerdote incluso?». 27
No vamos a incidir, porque no hay datos cuantitativos fiables para ello, en si en los siglos XVI y XVII nos encontramos ante un proceso de feminización de la religión. Es posible que así fuera dada las referencias al excesivo número de beatas que existían y a lo que entrevemos sucedía con el resto de las mujeres. En todo caso, el hecho incontrovertible es que las beatas plantearon en estos siglos un problema de orden social y religioso por su modo de vivir la religiosidad. Y, aunque estaban sujetas a clérigos y muchas de ellas por su voto simple y por su profesión a los religiosos de la Tercera Orden a la que pertenecieran, su modelo de vida libre y su autonomía de movimientos generaba muchos problemas a los que como única alternativa se propuso encerrarlas, enclaustrarlas y cercenarles las libertades de las que gozaban. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos que se hicieron, y a los que después aludiremos, las beatas consiguieron subsistir y su forma de vida perduró y todavía perdura hoy en día.
Habría que hacer hincapié también en otro hecho. Las descalificaciones que contra las beatas se hicieron desde el anticlericalismo de finales del siglo XIX y principios del siglo XX son similares a las que contra ellas se lanzaban en los siglos XVI y XVII, aunque, lógicamente, no cabe hablar de anticlericalismo referido a la Edad Moderna. No obstante, es importante reseñar que en una época y en otra el uso de los descalificativos contra las beatas mantuvo la misma tendencia misógina. Por tanto, apelativos como mujeres simples, mujercillas, «pobres beatas», mujeres que abandonan a sus padres, que negaban la obediencia a sus maridos, sujetas a confesores, «flacas de salud», con «síntomas de desequilibrio neurótico agudo», sensuales, mujeres ociosas, santas superfluas, etc., se repiten en una época o en otra, si bien las razones que las impulsan cambian, aunque lo que no cambió en modo alguno fue el hecho de que se trataba de mujeres, de beatas.
Finalmente habría que apelar todavía a otro dato. A pesar de los procesos contra protestantes, alumbrados y otras herejías a las que queramos aludir o a otros tipos de comportamientos en los que pudiera intervenir la Inquisición y que se produjeron en los siglos XVI y XVII, el número de mujeres encausadas y condenadas por el Santo Oficio fue insignificante, si lo comparamos con el número de hombres que fueron procesados por estos motivos. Pero
si atendemos exclusivamente a los delitos que tenían alguna relación con la forma de vivir la experiencia religiosa al margen de lo establecido, el porcentaje de mujeres asciende enormemente y supera con amplitud al de varones. Es decir, el escaso protagonismo que solía tener la mujer en la vida pública se reflejaba perfectamente en que también compareció mucho menos que el varón ante los inquisidores. Es evidente que su mayor presencia en los procesos seguidos por cuestiones de religiosidad debe mostrar, asimismo, una mayor participación en ese ámbito. El porcentaje de mujeres procesadas como visionarias, iluminadas, ilusas, endemoniadas… es abrumadoramente superior al de hombres. 28
Por tanto, podría decirse que incluso en esto hubo una clara diferenciación de género.
1 Aunque no hay datos disponibles y las órdenes religiosas cada vez tienen un menor arraigo social, perviven todavía en ellas organizaciones como las terceras órdenes, de las que forman parte hombres y mujeres. Y lo mismo acontece en otros ámbitos eclesiásticos. Asimismo, el apelativo beata sigue vigente, e identifica a aquellas mujeres que frecuentan las ceremonias religiosas y mantienen vínculos estrechos con los eclesiásticos.
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