Francisco Pons Fuster - Beatas

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El objetivo de este libro es analizar el mundo de unas mujeres que no aceptaron enclaustrarse y que decidieron vivir solas o en comunidad con otras mujeres, manteniendo su libertad de movimientos y autonomía, pero sujetas a los superiores de las terceras órdenes religiosas en las que profesaron. Algunas fueron criticadas por su forma de vivir, pero la mayoría consiguieron el reconocimiento social en vida. Fueron utilizadas o se dejaron utilizar por confesores o clérigos para sus fines particulares o para prestigiar la orden religiosa a la que pertenecían, aunque, en ocasiones, mostraron su voluntad de autonomía obligando a sus confesores a aceptar su modo de vida y sus experiencias espirituales. Fueron mujeres que trabajaron para sustentarse o que administraron sus rentas, solidarias con los más necesitados, empeñadas en una vida de recogimiento, de ascetismo y de contemplación espiritual. Con frecuencia, mujeres acosadas por padres, por maridos y por eclesiásticos. Mujeres cautas e inteligentes, que sabían los peligros a los que podían exponerse y que hicieron creíbles sus experiencias espirituales a la sociedad.

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Los biógrafos de las mujeres fueron siempre hombres y para construir sus vidas se valieron de los escritos de otros hombres, fueran confesores o guías espirituales que fueron anotando o recopilando noticias sobre ellas. En aquellas es fácil descubrir a mujeres que fueron capaces de mantener su independencia personal, su autonomía en la forma de comportarse, su libertad de movimientos, su capacidad para hacer creíbles sus experiencias espirituales, su juego particular con los intereses de los hombres, su voluntad de ser protagonistas de sus propias vidas sin aceptar las injerencias de los otros, etc. Ideas similares a las que anteriormente hemos visto se destacaban de las beatas a finales del siglo XIX y principios del siglo XX y, donde también ahora, en el siglo XVIII, se las miraba con recelo por la supuesta amenaza que planteaban para el orden social y religioso establecido. A pesar de todo conviene no perder de vista que el supuesto protagonismo de estas mujeres, aunque era importante para la época y evidenciaba la visibilidad social que algunas consiguieron, quedó circunscrito en muchos casos al ámbito de lo privado y, por tanto, no consiguieron alterar el espacio público del poder religioso que prosiguió detentado por los hombres.

La eclosión de mujeres espirituales, de beatas, se produjo en España en los siglos XVI y XVII. Una de las razones que la impulsaron fueron los procesos de reforma que se llevaron a cabo en el siglo XVI en determinadas órdenes religiosas, sobre todo en el seno de los franciscanos. También influyó la aparición de nuevas órdenes religiosas como, por ejemplo, los jesuitas o los carmelitas descalzos. Y no menor importancia ejerció el magisterio de personajes singulares: Luis de Granada, Juan de Ribera, Pedro de Alcántara, Teresa de Jesús y Juan de Ávila y sus discípulos, etc. Finalmente, también la difusión de la reforma luterana mostró su capacidad de cautivar a las mujeres en determinados círculos andaluces y castellanos.

El protagonismo de las mujeres en el mundo religioso supuso un evidente peligro sobre el orden establecido, y determinados sectores del mundo eclesiástico buscaron con ahínco la forma de cercenarlo, utilizando para ello su descrédito basado casi en exclusividad en un argumento simple: eran mujeres, mujeres ignorantes y sin letras, mujercillas y, por tanto, seres incapaces por su propia condición femenina de arrogarse cualquier protagonismo en materia espiritual; es más, la Iglesia las condenaba al anonimato y al silencio al prohibirles el uso de la palabra en materia doctrinal. Todas las cautelas que se adoptaron fueron vanas, incluida la rigurosa intervención del Santo Oficio, para tratar de callarlas.

La nomenclatura masculina que las define es bien expresiva antropológicamente: «mujercillas», «manadas», «brujas santas», «hembras sacerdotisas», «boberías de mujeres», «señoras de falsas devociones», «gente de muy poco talento de virtud», «éstas tales», «una de éstas», etc. inician la lista de palabras y modos de referencia en la que los términos despectivos alternan con diminutivos irónicos y con el sarcasmo del contrapunto para desvalorizar a las mujeres. «Ciertas mujercillas» que «buscan cosas más altas» de su «estado y saber» no se dan cuenta de que arrobos y visiones no son para ellas; los éxtasis no van con «personas de flaca complexión como lo son las mujeres». «Para mis oídos» confiesa un fraile conocido «fue cosa muy escandalosa ver que una gente simple y de tan poco uso en las cosas de virtud tuviesen señales tan poderosas de santidad». Sorprende a los doctos «la señora beata y… la mujercilla que se olvida de la rueca, para presumir de leer en san Pablo»; «que las mujeres tomen su rueca y su rosario y no curen de más devociones», etc. 16

Las prevenciones sobre las beatas, sobre las mujeres que pretendían con su forma de vida religiosa y espiritual adquirir protagonismo en la Iglesia y en la sociedad, existieron siempre. Incluso ni las mujeres reconocidas oficialmente por la Iglesia, como santa Catalina de Siena, se libraron de ellas. En España, las denuncias contra estas mujeres fueron frecuentes en los siglos XVI y XVII. A los ejemplos más conocidos de Isabel de la Cruz entre los alumbrados castellanos de 1525 o de María de Santo Domingo (beata de Piedrahita), 17 por citar solo dos, casos de las mujeres que fueron protagonistas en los grupos protestantes de Sevilla y Valladolid, 18 habría que añadir el numerosísimo grupo de mujeres, de beatas, que hubo en Extremadura cuando comenzaron la pesquisas del dominico fray Alonso de la Fuente en 1570 y que tuvieron continuidad en Andalucía (Úbeda y Baeza sobre todo) entre 1575-1590 y en Sevilla entre 1605-1630. 19 También en el siglo XVII los trabajos de Adelina Sarrión sobre el tribunal de la Inquisición de Cuenca muestran la presencia de numerosas beatas. 20 En Extremadura, algunos testimonios aluden a miles de mujeres beatas, cifra verosímil pues, según otras fuentes, solo en la ciudad de Baeza se afirma que había dos mil beatas, «una plaga de beatas». 21

Las beatas, las mujeres espirituales, de hacer caso a las fuentes y a las interpretaciones de algún investigador, fueron una auténtica plaga a lo largo de la historia, una «de las constantes más endémicas de la espiritualidad cristiana». Un mal endémico no se sabe bien si por el hecho de ser beatas o simplemente por ser mujeres espirituales singulares en un mundo dominado por los eclesiásticos. Con todo, mal endémico, porque en unos casos «se trataba de neurosis agudas», ya que al producirse «en sujetos de aguda sensibilidad religiosa, los síntomas daban pie a juicios disparatados, y a remedios más disparatados aún», y en otros casos «se trataba de simple vanidad femenina, que explotaba un ambiente social propicio a lo maravilloso y estupendo». En el fondo, eran mujeres «ociosas», «santas superfluas», siempre en la órbita de algún clérigo, «vestidas de sayal», que «si no escalaban verticalmente el cielo, ganaban callejeando el pan de cada día». 22

Cualquier mal endémico, y las beatas eran una plaga, había que arrancarlo de raíz o someterlo. Uno de los medios utilizados fue desacreditarlo, y en este sentido una posibilidad era la de equiparar el nombre de beata al de alumbrada. De este modo, si alumbrada era equivalente a persona incursa en la herejía del alumbradismo, las beatas fácilmente se convertían también en herejes.

Las beatas se convirtieron en un problema a finales del siglo XVI para la propia Inquisición por dos razones fundamentales: porque eran mujeres «y andan en hábito de beatas y viven como tales» y porque lo hacían «sin estar en comunidad y clausura, y que algunas de ellas dan obediencia a algunas personas». Por tanto, eran mujeres que escapaban al control de la jerarquía eclesiástica por la forma peculiar con que vivían su religiosidad. Alteraban con su forma de vida el orden religioso. De momento, la propia Inquisición, escamada por el fenómeno, pidió en 1575 consejo a todos los tribunales de distrito sobre el modo de acometer el tema de su proliferación.

Y porque se entiende que de permitirse lo susodicho se ha seguido y siguen algunos inconvenientes y adelante podrían resultar otros mayores, si no se remediasen con tiempo, consultado con el Reverendísimo Señor Inquisidor General, ha parecido que vosotros, señores, nos aviséis qué inconvenientes resultan de permitir que las dichas mujeres anden en el dicho hábito de beatas sin estar encerradas y de que vivan en casas de por sí y apartadas de la comunidad y dar la dicha obediencia como lo hacen, y si sería bien prohibir esta manera de vivir, y qué orden os parece se podría tener para ello, para que, visto vuestro parecer, se provea del remedio que más convenga. 23

El 17 de diciembre de 1575, los inquisidores de Sevilla respondieron a la circular del Consejo de la Inquisición. Para ellos se podían diferenciar tres géneros de beatas. Las que pertenecían a alguna Tercera Orden llevaban hábito recibido de sus prelados y hacían profesión y promesa de obediencia. Otras vestían hábito sin haberlo recibido de nadie, por lo tanto por voluntad propia, sin estar sometidas a nadie por voto de obediencia. Finalmente, las que vistiendo hábito o un simple vestido honesto prometían obediencia a sus confesores o a otras personas eclesiásticas. Los tres tipos de beatas referidos vivían en sus casas sin pertenecer a ninguna comunidad y sin estar sujetas a clausura. 24

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