Después de la Segunda Guerra Mundial, y tras la muerte de Bloch, Febvre siguió escribiendo hasta su muerte en 1956, pero pasó el testigo de la revista y de la escuela a la siguiente generación, donde ya empezaba a descollar Fernand Braudel. Empezaba así un nuevo período de la escuela, de la historiografía francesa y de la historiografía occidental. Las siguientes generaciones deben mucho a los dos historiadores fundadores, como lo pone de manifiesto el hecho de que la misma historia de las mentalidades se inspirará, muchos años después, en obras como los reyes taumaturgos de Marc Bloch de 1924 o el Rabelais de Lucien Febvre de 1942. A finales de los años cuarenta, Lucien Febvre funda, junto a Ernest
Labrousse y Charles Morazé, la poderosa Sexta Sección de la École Pratique des Hautes Etudes . Se inauguraba así el período institucional de la escuela, que tanta importancia tendrá para la fijación metodológica, académica y hasta vivencial de las siguientes generaciones y que clausurará definitivamente el período fundacional (1929-1939). Con la puesta en funcionamiento de la École , tras la finalización de la guerra, el ambicioso proyecto interdisciplinar de los Annales contará con una verdadera plataforma institucional. Durante los años cincuenta, hasta la muerte de Febvre, colaboran progresivamente en los Annales, Fernand Braudel, Charles Morazé y Robert Mandrou.
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Marc Bloch y Lucien Febvre aparecen habitualmente citados entre los historiadores más influyentes del siglo pasado y, probablemente, lo sean también de la historiografía de todos los tiempos. Ellos aparecen sistemáticamente como puntos de referencia obligados en todos los compendios de la evolución de la historiografía, junto a otros nombres propios como Herodoto, Agustín, Froissart, Ranke, Braudel, Thompson o Duby. Quizás buena parte de la notoriedad de estos historiadores venga favorecida por su condición de fundadores o principales exponentes de unas determinadas escuelas o corrientes historiográficas. A Bloch y Febvre les correspondió la fundación de la escuela probablemente con mayor influjo en el siglo pasado, miradas las cosas desde un punto de vista estrictamente historiográfico. Porque si bien es cierto que hay otras corrientes como el materialismo histórico o la historia económica que han dejado también una honda huella en la historiografía, los Annales tienen la virtud de ser una escuela propiamente histórica, plenamente insertada en el mundo académico de la disciplina.
Por otra parte, sus aspiraciones a una historia total la convierten en la primera corriente que aspira a esa globalidad desde la misma disciplina histórica, no desde la filosofía o la sociología como otros autores, desde Voltaire a Weber, habían intentado. Sólo existía el precedente del historicismo clásico alemán, pero éste no había sido capaz de superar un cierto escoramiento hacia la historia política y diplomática. Los Annales postulaban el desarrollo de una historia total a través de dos caminos: la pluridisciplinariedad –a través de la convergencia de la historia con las otras ciencias sociales, sobre todo la geografía, la psicología y la sociología– y la pluritematidad –a través de una historia socioeconómica globalizante. Peter Burke comenta sutilmente que los Annales son los primeros en conseguir una verdadera convergencia entre la teoría y la práctica, entre la sociología y la historia, entre las ciencias sociales y la disciplina histórica. 44
La tradición francesa de los Annales basará su escritura de la historia en la explicación de los fenómenos históricos. Esta tendencia supondrá un complemento respecto a la tradición historiográfica alemana, para la que el principal cometido del historiador era encontrar una explicación causal a través del análisis del pasado, su comprensión ( Verstehen ). El objetivo de los primeros Annales no es simplemente la acumulación sistemática y la organización científica de una serie de datos históricos, sino su comprensión. 45
Con la fundación de los Annales, la historia conseguía combinar, por un lado, la aspiración al rigor científico que había heredado del historicismo clásico y del positivismo comtiano; por otro, la aspiración a la globalidad a través del diálogo interdisciplinar que habían heredado de los sociólogos, al intentar aglutinar y conectar de un modo más efectivo todas las ciencias sociales. Serán éstas dos constantes de toda la historiografía del siglo XX, generando unos debates específicos en el campo de la historia que todavía hoy en día siguen en pie.
Pero el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial vendría a trastocar todo el panorama intelectual europeo, lo que afectó lógicamente también al desarrollo de la historiografía, que tendría que volver a iniciar su singladura en unos tiempos de reconstrucción y angustia. Los mismos Annales perderían el candor, la capacidad de renovación y la originalidad tan propia de los comienzos de las corrientes intelectuales, restando a partir de entonces a merced de unos planteamientos excesivamente teóricos y apriorísticos.
1 Sobre la escuela de los Annales: Peter Burke, The French Historical Revolution. The Annales School, 1929-89 , Cambridge, 1990, Traian Stoianovich, French Historical Method: The Annales Paradigm , Ithaca, 1976 y Guy Bourdé y Hervé Martin, Les Écoles historiques , París, 1983. Sobre el ingente aparato bibliográfico centrado en la escuela de los Annales, me remito al documentado catálogo aparecido a mediados de los noventa: Jean-Pierre Hérubel (ed.), Annales Historiography and Theory. A Selective and Annotated Bibliography , Londres, 1994.
2 Unas útiles visiones generales de los postulados de los Annales en Jacques Revel, «Histoire et Sciences Sociales; les paradigmes des Annales», Annales ESC , 34 (1979), pp. 1360-1376.
3 Josep Maria Muñoz i Lloret, «El congrés de París (1950)», en Jaume Vicens i Vives. Una biografia intel·lectual , Barcelona, 1997, pp. 187-193.
4 Para el influjo de los Annales en la historiografía húngara, Péter Sahin-Tóth (ed.), Rencontres intellectuelles franco-hongroises. Régards croisés sur l’histoire et la littérature , Budapest, 2001.
5 Para la siempre sugerente historiografía polaca, Bronislaw Geremek, «Historiographie polonaise», en André Burguière (dir.), Dictionnaire des sciences historiques , París, 1978, pp. 522-533.
6 Thomas Bisson, « La terre et les hommes : a programme fulfilled?», French History , 14 (2000), pp. 322-345.
7 Marc Bloch, Les rois thaumaturges. Étude sur le caractère surnaturel attribué a la puissance royale particulièrement en France et en Angleterre , París, 1961 (1924).
8 Ignacio Olábarri, «Qué historia religiosa: el Lutero de Lucien Febvre», en Jesús M. Usunáriz (ed.), Historia y Humanismo. Estudios en honor del profesor Dr. D. Valentín Vázquez de Prada , Pamplona, 2000, vol. I, pp. 397-418.
9 Ver algunas de las tesis del historiador francés, expuestas por él mismo en el interesante ejercicio de ego-historia recogido en Fernand Braudel, «Mi formación como historiador», en Escritos sobre la historia , Madrid, 1991, pp. 11-32 (el original de ese texto es de 1972).
10 François Dosse, L’histoire en miettes. Des «annales» a la nouvelle histoire , París, 1987 (trad. esp.: La historia en migajas. De «Annales» a la «nueva historia» , Valencia, 1989).
11 Aunque lógicamente, la verdadera profesionalización de la historia no llegaría hasta bien entrado el siglo XIX, y esto en las naciones con mayor tradición historiográfica: Charles-Olivier Carbonell, La historiografía , México, 1993 (1981), pp. 104-125.
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