Daniel Pennac - ¡Increíble Kamo!

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Kamo se ve obligado a aprender inglés en tres meses. Su madre le ofrece la posibilidad de cartearse con Cathy, una chica francamente extraña, por la que Kamo empieza a sentir una fuerte atracción…

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Y claro, como en el cine, el picaporte acaba girando sobre sí mismo. Y la puerta se abre. Y lo que Kamo y yo vemos, de pie en el umbral, nos deja mudos de estupor. No es mi aparición de correos. Es otra persona. ¡Es la madre de Kamo! Se queda allí, con una sonrisa divertida en los labios. Sujeta en su mano una humeante taza de café y aprieta un cartón de tabaco rubio bajo el brazo. Silencio. Luego, dice:

– Se ha derramado el café, el platillo está hasta arriba.

Instintivamente Kamo le quita la taza de las manos y va a dejarla en la mesa, junto a la pila de tazas vacías.

Ella cierra la puerta y pregunta:

– ¿Sabes a qué día estamos?

Su sonrisa, medio afectuosa medio irónica, sigue notándole en los labios.

– ¿A catorce? ¿A quince?

– A quince, querido mío. Hoy hace tres meses, día por día, que te pusiste con el inglés.

Están los dos de pie, el uno frente al otro. No se tocan. Pero se miran como si no se hubiesen visto hace años. Por último, Kamo murmura:

¿O sea que éste es tu famoso curro?

Sí con la cabeza. Y una risita:

– Aquí por lo menos no tengo broncas con nadie, trabajo sola. La agencia Babel soy yo.

Con un gesto cansino, tira los cigarrillos sobre la mesa. Luego, se deja caer en su silla.

– Fumas demasiado.

– Fumo demasiado, bebo demasiado café y hablo demasiadas lenguas extranjeras,

Ya no hay ironía en su mirada, sólo queda la sonrisa. El talante de quien se siente feliz por poder tomarse un momento de recreo, ni más ni menos.

En cuanto a Kamo, no me explico su tranquilidad. Parece como si nada que viniese de su madre pudiera sorprenderle. Sin embargo, hay admiración en su voz cuando termina por preguntar, en inglés:

– So, you are my Cathy?

– ¡Ah. no! Cathy no soy yo.

Disfruta con nuestro atónito silencio durante un segundo. Luego:

– No soy yo, pero te la voy a presentar.

Se pone de pie trabajosamente, atraviesa el cuarto levantando oleadas de papeles arrugados y saca un libro de la bibiioteca.

– Aquí está tu Cathy.

Kamo y yo hacemos el mismo movimiento hacia el libro que nos tiende. Es un tocho viejo de hojas amarillentas por el paso del tiempo, encuadernado en piel azul, con el título en letras doradas: Wuthering Heights, y el nombre del autor en delicada tipografía inglesa: Emily tíronté. Edición original: 1847.

Cumbres Borrascosas…

– Sí: yo no he inventado nada. Cathy es la heroína de la novela: léela, es tuya. Y si puedes hacer una buena traducción de ella…

Pero Kamo se ha sumergido ya en el libro.

Yo recorro la biblioteca con los ojos. Aparentemente contiene todas las novelas más bellas del mundo. Tomo al azar una italiana: Il visconte dimezzato (El vizconde demediado) y encuentro en ella el nombre del vizconde Medardo de Terralba, el que quedó cortado en dos por la bala de un cañón turco. El vizconde de Terralba… «Un majara del tipo feroz»… Vuelvo a ver la apasionada cara de Raynal contándome la historia de aquel tipo que lo cortaba todo por la mitad porque él ya no era más que la mitad de sí mismo. Tengo que pensar que a los dos nos viene al mismo tiempo a la cabeza la misma pregunta porque, en el momento en que voy a hacerlo yo. Kamo pregunta:

– Pero ¿y los otros corresponsales?

– No son más tontos que tú. querido: todos terminan por ponerse al acecho en la oficina de correos, siguen a mi amiga Simone, la portera (que me trae mi correo, me hace café y me llama su «pobre alma»), descubren el escondite de la llave… total, que se presentan aquí cuando son totalmente bilingües y sus corresponsales les piden socorro; como tú.

Las preguntas se agolpan ahora en nuestros labios. Pero ella nos empuja suavemente hacia la puerta.

– Después, señores, después: de momento estoy hasta arriba de trabajo.

Y cuando estamos en el rellano:

– ¡Kamo! ¿Qué tal si hicieras unas patatitas gratinadas con nata para esta noche? Volveré a casa dentro de una o dos horas.

La evasión

Para Sarah-Marie

1 La bici heroica

Ni hablar de subirme en este chisme -declaró Kamo. Mantenía la bicicleta a distancia con la punta de los dedos, con una mueca de repugnancia, como si estuviera embadurnada de mermelada.

– ¿Ah, no? ¿Y por qué?

Kamo me lanzó una breve mirada, vaciló un segundo y contestó:

– Porque no.

– ¿Es que no sabes montar en bicicleta?

Aquello le provocó una sonrisa despectiva:

– Hay montones de cosas que no sé hacer. No sabía una palabra de inglés, ¿te acuerdas? Pero lo aprendí en tres meses. Así que la bici…

– Pues precisamente. Aprenderás en dos horas.

– No. No aprenderé.

– ¿Por qué?

– Es asunto mío.

Paciencia. Ya conocía yo a mi Kamo y no era el momento de irritarme.

– Kamo, Pope ha arreglado esta bici especialmente para ti.

Frunció las cejas.

– Lo siento mucho.

– Es una bici histórica, Kamo. Luchó en la Resisten cia. Hasta escapó de una emboscada de los alemanes. Mira, fíjate.

Con una rodilla en tierra, le enseñé los dos impactos de bala. Una había perforado el cuadro (justo entre la pantorrilla y el muslo del abuelo, que no había pedaleado más deprisa en su vida) y la otra había agujereado el guardabarros trasero (el abuelo consiguió eludir el tiroteo…).

Pope, mi padre, no había querido reparar los daños. Pensaba que aquellas huellas heroicas le gustarían a Kamo.

– De verdad que lo siento por tu padre, pero no pienso subirme a esta bicicleta.

– ¿Prefieres la mía?

Claro; para un principiante, a lo mejor era más fácil la mía, totalmente nueva, ligera como una gacela, con cantidad de piñones…

– Prefieres la mía. ¿Es eso?

– Ni la tuya, ni ninguna otra; no montaré jamás en una bici. Punto.

– ¿"Has hecho una promesa, o qué? Si hay más de mil millones de chinos que montan en bici, ¿por qué tú no? ¿Es que quieres distinguirte una vez más?

La verdad es que estaba empezando a irritarme. Pope, mi padre, se había pasado horas dejando como nueva la bicicleta en cuestión especialmente para Kamo. Una espléndida máquina checoslovaca de antes de la guerra, con frenos de varilla y guardabarros cromados como los parachoques de un Buick. Una auténtica maravilla… Con toda la calma que pude, expliqué:

– Kamo, aquí en el Vercors, en primavera, la única distracción que tenemos Pope. Mounc y yo son los garbeos en bici. ¿comprendes? Pasamos días enteros fuera. Hacemos picnic. Es la actividad familiar desde que yo era pequeñito, y me encanta.

En mi voz, sin embargo, debía notarse la cólera porque soltó la bicicleta y se volvió hacia mí apuntándome con el dedo:

– Escucha, tú: ya no soy ningún crío y esto no es un capricho. No sabría explicarte por qué, pero en la vida me subiré a una bicicleta, y no hay más que hablar. No pretendo molestar a nadie. Marchaos los tres a dar una vuelta como de costumbre, que yo os esperaré aquí y os prepararé la manduca para la noche.

Con todo, hubo una sonrisa:

– Y no te preocupes. Me conoces, ¿no? Yo nunca me aburro…

Y así fue como ocurrieron las cosas. Por lo menos la primera semana. Pope, mi padre. Moune. mi madre, y yo, el chaval (ellos en su tándem, yo en mi bici), recorríamos las montañas, recorríamos los valles, descubríamos los pequeños manantiales musgosos de nuestras vacaciones, y al atardecer volvíamos a casa extenuados y molidos como los de la ciudad cuando se encuentran otra vez con la montaña. La casa olía a patatas gratinadas con nata, la casa olía a sopa de acederas, la casa olía a pollo con cangrejos de río, la casa olía a la cocina de Kamo.

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