Daniel Pennac - ¡Increíble Kamo!

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Kamo se ve obligado a aprender inglés en tres meses. Su madre le ofrece la posibilidad de cartearse con Cathy, una chica francamente extraña, por la que Kamo empieza a sentir una fuerte atracción…

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Por un brevísimo instante vi relampaguear un sobre de Kamo. ¡Un sobre lleno de amor y desesperación tirado en aquel capacho como un puñado de judías verdes!

14 Poor little soul

LA placa de latón que había en el portal decía en letras negras mayúsculas: AGENCIA DE CORRESPONDENCIA BABEL.

El grabador había puntualizado en letra cursiva; Todos los idiomas europeos. Para cuando lo descifré todo, la aparición de la oficina de correos había llegado ya al primer piso. Subía a pasitos rápidos, echando pestes contra el mundo entero, pero con un cupo especial para los funcionarios del cuerpo de correos. Y cada dos o tres escalones exclamaba:

– ¡Ay, mi alma! ¡Ay. pobre alma mía!

Cuando llegó al rellano del quinto, desapareció como por ensalmo. Mi oreja se pegó por su propio impulso a las tres puertas del piso. En la tercera…

– ¡Cuánto cúrrelo!… Esto no es vida… pobre alma mía…

Era allí. Ahora la oía recitar nombres propios y enumerar idiomas.

– Nezvanova, ruso. Iguarán, español. Earnshaw (di un respingo), inglés. Boerling, sueco…

Así durante cinco minutos largos. Luego, silencio. Luego:

– Vamos, Bibiche, que habrá que darse un descanso para tomarse un bocado, ¿no?

En dos saltos me planté en el piso de arriba. Oí cómo se abría la puerta:

– Setenta y tres… ¡Y sólo son las de hoy!

Y cómo se cerraba. Volví a bajar los escalones y me arriesgué a echar un vistazo entre los barrotes del hueco: estaba escondiendo la llave en el cajetín del contador del gas.

– Esto no podrá durar mucho tiempo, pobre alma

Le interrumpió un ataque de los. Una tos mala y cavernosa, de fumador. Por prudencia esperé a que bajara tosiendo y carraspeando hasta la planta baja.

Unos segundos más tarde, penetré en los locales de la agencia Babel. Penumbra. Olor a tabaco. Nadie.

El corazón en la garganta.

No sé qué era exactamente lo que esperaba con la mano en el interruptor, pero en cualquier caso lo que la luz me reveló fue otra cosa. Nada de escritorios, ni archivadores metálicos, ni máquinas de escribir, ni ordenadores, ni siquiera un teléfono, nada de lo que uno espera encontrar tras la palabra «agencia».

Una sola mesa, una sola silla y alrededor cuatro paredes cubiertas de libros. Una ventana con las cortinas echadas. Para alumbrarlo todo una única bombilla desnuda caía del cielo. Y aquel silencio… tan espeso como si se vertiera mezclado con la luz amarilla de la bombilla. Di un paso hacia adelante. El suelo crujió bajo mis pies como las hojas en otoño. Estaba cubierto por una alfombra de papeles arrugados que en algunos puntos me llegaba a las rodillas. Me arrodillé y desdoblé una de las hojas: Veronika, mitt hjárta, jag svarar sá sent pá ditt brev… Letra hermosa y esbelta. ¿En qué idioma? El resto había sido rigurosamente tachado y la hoja había ido a reunirse con todos los demás borradores que cubrían el sucio.

En el centro del cuarto, la mesa parecía emerger de un espumoso oleaje. Los sobres apilados formaban allí una doble muralla. A la derecha, sobres cerrados de cartas que ni) habían sido leídas aún. A la izquierda, sobres todavía vacíos para las futuras respuestas. Y frente a mí (acababa de sentarme) una tercera muralla, esta vez de hojas en blanco. Pilas de hojas de todos los tamaños, de todas las edades. Allí había viejísimos pergaminos que crujían bajo mis dedos, hojitas ligeras como encaje, otras tan ricamente decoradas que casi no quedaba en ellas sitio para escribir… ¡La más fabulosa colección de papel de cartas que uno pudiera soñar!

Y. en medio de aquella fortaleza de papel, plumas. Plumas de acero, plumas de bambú, plumas de ganso, algunas tan antiguas que habían perdido casi todas sus barbas.

Plumas, tinteros de todos los colores, pastillas de lacre multicolores y todo tipo de sellos, y también papel secante, y polvos para secar en unos curiosos saleritos de madera, toda una papelería surgida de las profundidades de los siglos para desplegarse sobre aquella mesa, entre ceniceros desbordantes de colillas y tazas de café (por lo menas diez) apiladas de cualquier manera junto a sus correspondientes platillos pringosos.

¡Era allí!

¡Era de allí de donde salían las cartas de siglos pasados!

De pronto, la aparición de la oficina de correos estalló en mi cabeza como un cohete rojizo.;Y Tsi también ella emergiese de la noche de los tiempos? Por una vecina había oído yo hablar de ese tipo de historias… inmortalidad, reencarnación… Pero no, los fantasmas no funcionan a base de café y se fuman tres paquetes de pitillos al día…

Mi mirada se deslizó sobre las pilas de sobres abiertos en los que estaban ya escritas las direcciones. ¡Qué trabajo! La «pobre alma» tenía razón: a semejante ritmo perdería pronto la salud.

La salud…

Lo que volvía a ver ahora era la cara de Kamo. La cara lívida de Kamo. La furia por salvarle volvió a apoderarse de mí en el acto, e instintivamente mis ojos buscaron el papel adecuado, la pluma adecuada, el sobre adecuado…

15 Catín;? Cathy!

P ERO ¿por qué me has mandado esa carta, Dios Santo, por qué? -se ha detenido bruscamente y me sacude como a un ciruelo. (Por tercera vez desde que hemos salido del metro.) -Estabas enfermo…

– ¡No estaba enfermo, puñeta; estaba feliz! Feliz. ¿Tú sabes lo que quiere decir feliz? ¡Feliz por primera vez desde la muerte de mi padre!

– ¡Pero Kamo. alguien se estaba quedando contigo! -¡De eso nada! Alguien me estaba haciendo soñar. Un sueño extraordinario. Ni siquiera la noche puede inventarlos más bonitos.

– ¡Narices! ¡Creías en el! ¡Te estabas volviendo majara!

– ¡No! Yo sabía que era un sueño.

– Puede. Pero ya no sabías lo que era la realidad.

– La realidad…

Me suelta de pronto, como si todos sus nervios se distendiesen de golpe. Y luego, con las dos manos sobre mis hombros:

– Por tu bien, espero que esa realidad tuya esté a la altura de mi sueno, de lo contrario…

Muestra los dientes con un susurro feroz. Y yo vuelvo a pensar en la aparición de correos, la responsable de la agencia Babel, la Cathy de Kamo. Sudor ardiente y sudor helado. ¡Cathy! Me matará cuando lo sepa. Me matará… 0 quizá peor.,.

Escalón a escalón, Una verdadera subida al cadalso.

– Tú dirás…

– Es aquí.

Me aparta y llama él a la puerta. Nada. Desgraciadamente la llave está en su sitio dentro del cajetín del gas. Y es la llave buena. Y abre la puerta. Y yo penetro en la habitación con Kamo, La luz. Como la otra vez: silencio, mare mágnum y olor a tabaco. Kamo lanza una prolongada mirada circular y luego, sin decir una palabra, se agacha, recoge una hoja y la desarruga. Se puede leer en ella una docena de veces la misma frase tachada y, al pie de la página, la versión definitiva: Pro prio con te, voglio andaré a cercare il paese dove non si muore mai.

– Caray…

Kamo vuelve a dejar la hoja de papel en el suelo muy despacio, como con respeto.

– Todos estos borradores… -"te das cuenta? ¡Menudo trabajo!

Yo no me doy cuenta de nada en absoluto. Soy todo oídos. Porque alguien está subiendo la escalera. Sube tosiendo con una tos cavernosa de fumador. Cathy. La Cathy de Kamo. Y yo no he tenido el valor de describírsela.

– Kamo…

Su mano cae sobre mi brazo.

Me hace una señal para que me calle.

Los pasos se detienen en el rellano.

Escucho el chirrido de la puertecilla de hierro del escondrijo.

Evidentemente, la llave ya no está allí. Siento una vacilación al otro lado de la puerta. No veo más que el picaporte.

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