Daniel Pennac - ¡Increíble Kamo!
Здесь есть возможность читать онлайн «Daniel Pennac - ¡Increíble Kamo!» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:¡Increíble Kamo!
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
¡Increíble Kamo!: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «¡Increíble Kamo!»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
¡Increíble Kamo! — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «¡Increíble Kamo!», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
El baño estaba frío cuando me desperté. Aquel frío. Dios mío…
Cuando Lanthier el Largo descolgó por fin el teléfono para pronunciar un «diga» soñoliento, aullé:
– ¡Lanthier! ¡He dejado de pensar en Kamo!
Se hizo un silencio de muerte al otro lado.
– ¡Me he quedado dormido en la bañera!
Lanthier colgó sin decir palabra.
Me precipité hacia el hospital.
6 ¡Chavair!
IjANTHIER el Largo había llegado antes que yo. De pie, con los Sabios trémulos y los párpados hinchados, Lanthier el Largo me miraba por encima de la cama de Kamo. Los labios de Kamo estaban azulados por el frío. Las yemas de sus dedos también. Toqué aquella mano, pero retiré al momento la mía, sobresaltado. ¡El frío de mi bañera! Exactamente la misma temperatura.
– Se acabó -elijo Lanthier.
Ahora la inmovilidad de Kamo era la de un bloque de hielo que se alejaba de nosotros a la deriva, con una lentitud contra la que ya no podíamos hacer nada.
– Hay que llamar a una enfermera -dijo Lanthier.
Pero no nos movimos, ni él ni yo. Nuestros ojos no conseguían desprenderse de la cara de Kamo. La verdad es que era bastante difícil reconocer a nuestro Kamo en aquella cara.
No se veía más que la venda blanca. Terrorífica como un verdugo de hielo. Las manos de Lanthier el Largo, impotentes, enormes, le colgaban de los brazos.
– Hay que llamar -repitió.
Detrás de la espesa cortina de lágrimas, sus ojos buscaban el botón del timbre. Había que llamar.
Había que llamar para que viniesen a quitarnos a nuestro Kamo. Definitivamente esta vez. La mirada de Lanthier se había posado por fin en un botón cuadrado en el que estaba grabada la silueta de una enfermera con su uniforme blanco. Miraba aquel botón como si el mero hecho de apretarlo fuera a hacer que el hospital estallara. Luego, me miró a mí y yo dije que sí con la cabeza. Entonces Lanthier dirigió su dedo al botón.
– ¡No toques eso. imbécil!
Yo no había dicho nada. Alcé la mirada hacia la puerta, hacia la que se volvió Lanthier. Nadie. En aquella habitación sólo estábamos nosotros dos. Nosotros dos y Kamo. Pero Kamo no se había movido.
El mismo rostro azulado prisionero en el verdugo de hielo; las mismas manos a cada lado del cuerpo demacrado, tan finas ese día como patas de gorrión. Y volvimos a mirar al timbre una vez más.
– ¡Dios mío, qué frío tengo!
¡Quien había dicho aquello no era el timbre!
Lanthier fue el primero que lo comprendió. Se dejó caer con todo su peso sobre las rodillas, junto a la cama de Kamo, y, con la boca muy cerca de su oído, le preguntó:
– ¿Tienes frío?
Durante algunos segundos Kamo no rechistó. Por fin vimos que sus labios azules pronunciaban claramente:
– Chavair, tengo frío; búscame una pelliza…
¡Kamo había hablado! ¡Kamo había hablado y era como si nosotros mismos resucitásemos! Me abalancé sobre los radiadores: estaban hirviendo. Cerré la ventana entreabierta y abrí los armarios empotrados de la habitación: ni rastro de mantas. Todavía inclinado sobre la boca de Kamo, Lanthier el Largo levantó una mano, impaciente por e! ruido de mi trajín. Me detuve en el sitio y oí a Kamo decir con claridad:
– ¡Una pelliza. Chavair, o no saldré nunca de este agujero!
Me preguntaba quién seria Chavair, pero Lanthier hizo una pregunta distinta:
– ¿Qué es una pelliza?
– Un chaquetón de piel de borrego -dije-; o de piel de oso. Un abrigo de piel, vamos.
La mirada de Lanthier el Largo se iluminó por un momento. De un solo movimiento se quitó su chaqueta y la extendió sobre el pecho de Kamo mientras murmuraba:
– Aquí tienes, amigo mío; la pelliza más caliente del mundo…
No era una chaqueta de abrigo, sin embargo. Era la parte de arriba de una especie de monos de trabajo con los que Lanthier padre vestía a sus ocho hijos cuando llegaba la primavera. (En invierno llevaban pantalones y chaquetas de pana gruesa de carpintero.) No era caliente, no; pero cuando quise ir a buscar una manta de verdad. Lanthier me detuvo con un gesto:
– ¡Déjalo!
Y, en efecto, durante la media hora siguiente vimos cómo el cuerpo de Kamo recuperaba sus colores. ¡Se calentaba a ojos vistas!
– ¡increíble! -murmuró Lanthier-. ¡Es como si viéramos subir el mercurio en un termómetro!
Los dedos de Kamo habían recuperado la agilidad, y aquella cara era realmente la cara de Kamo. Fue entonces cuando en sus labios se dibujó una imperceptible sonrisa y, con los ojos aún cerrados, murmuró:
– Ahora ya todo es posible.
En aquel momento la enfermera, a la que no habíamos llamado, entró en la habitación.
– í'Quc hace ahí esa chaqueta? -preguntó inmediatamente-. ¿Os parece que no hace aquí suficiente calor?
Era una antillana grande de voz autoritaria y gestos rápidos. Abrió ligeramente la ventana que yo acababa de cerrar, bajó la intensidad de los radiadores y echó un vistazo a la curva de las temperaturas, mientras que, con gran extrañeza por mi parte, Lanthier recuperaba su chaqueta y se la ponía como si no pasara nada. La enfermera se inclinó sobre Kamo y le dijo con una gran sonrisa:
– Parece que hoy tienes mejor aspecto, querido mío: tienes razón, peléate, que yo sé que saldrás de ésta.
Y a nosotros:
– Hay que hablar con él, chicos. Hay que hacer como si pudiera oíros; pero no merece la pena taparlo demasiado.
Dicho lo cual se marchó tan rápidamente como había entrado. Me levanté para volver a cerrar la ventana y volver a abrir los radiadores.
– No merece la pena -dijo Lanthier-; ella tiene razón.
Luego, quitándose otra vez la chaqueta, añadió:
– Hace demasiado calor en este cuarto. Es en él donde hace frío. Dentro de él.
Y levantó sábanas y. mantas, colocó la chaqueta de trabajo sobre el pecho de Kamo y volvió a hacer la cama tranquilamente, de forma que no pudiera verse la chaqueta.
Lanthier y yo caminábamos en silencio. No nos habíamos metido en el metro. Caminábamos por la ciudad como si estuviera vacía, como si nos perteneciese. Sólo estábamos nosotros y los árboles. Había tal felicidad en nosotros que un chasquido de nuestros dedos hubiera bastado para hacerlos florecer. ¿Quién ha dicho que no hay árboles en París? Es lo único que hay… cuando se es feliz.
No obstante, al cabo de un cuarto de hora largo, acabé por preguntar:
– ¿Quién piensas tú que puede ser Chavair?
– No me importa un maldito rábano.
Ante mi gesto de estupefacción, Lanthier el Largo soltó una de sus risotadas, lentas e inimitables.
– Sabes bien que yo -dijo al fin- soy un gran gilipollas. Es cosa conocida.
Sus manos estaban profundamente hundidas en los bolsillos de sus pantalones, y andaba con la cabeza inclinada, como fascinado por el espectáculo de sus gigantescos pies:
– Así que no intento comprender; obedezco, eso es todo.
Pero sonreía.
– ¿Mi colega me pide una pelliza? Pues venga pelliza. ¿Mi colega me llama Chavair? Why not? Con tal de que vuelva a salir a note…
La agencia de viajes había revuelto el cielo y la tierra de todas las Rusias: ni la menor huella de la madre de Kamo.
– ¡Pero, por Dios bendito! -tronaba Pope-. ¡No se puede desaparecer así de repentel
– Por otro lado -repetía Moune-, cuanto más tarde se entere del estado de Kamo, mejor será…
Pope y Moune iban todos los días al hospital. Pasaban mucho tiempo a la cabecera de Kamo y, cuando volvían a casa, Pope iba sosteniendo a Moune. Las veladas se estiraban en un mismo silencio. A veces uno de los dos sacudía la cabeza, lo que quería decir: «Es culpa mía…».
Aquella noche yo los habría consolado de mil amores, pero Lanthier el Largo me había dicho:
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «¡Increíble Kamo!»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «¡Increíble Kamo!» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «¡Increíble Kamo!» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.