Ignacio Pisón - Carreteras secundarias

Здесь есть возможность читать онлайн «Ignacio Pisón - Carreteras secundarias» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Carreteras secundarias: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Carreteras secundarias»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un adolescente y su padre viajan por la España de 1974. El coche, un Citroën Tiburón, es lo único que poseen. Su vida es una continua mudanza, pero todos los apartamentos por los que pasan tienen al menos una cosa en común: el estar situados en urbanizaciones costeras, desoladas e inhóspitas en los meses de temporada baja. Bien pronto, sin embargo, tendrán que alejarse del mar y eso impondrá a sus vidas un radical cambio de rumbo. «Antes», comentará el propio Felipe «no´sabíamos hacia dónde íbamos pero al menos sabíamos por dónde.».A veces conmovedora y a veces amarga Carreteras secundarias es también una novela de humor cuyas páginas destilan un sobrio lirismo, en la que Ignacio Martínez de Pisón se ratifica coo uno de los mejores narradores de su generación.

Carreteras secundarias — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Carreteras secundarias», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¡Tararí tarará! ¡Muchas gracias por sus aplausos! -exclamó, triunfal.

Ahí dentro había una caja registradora, la vieja caja registradora de la cafetería.

– No he podido abrirla en el bar y he tenido que llevármela así. ¡No sabéis lo que pesa!

Pulsé un par de teclas para ver si había suerte, pero Paquita dijo que no teníamos tiempo. La forzaríamos más tarde. Subimos al piso a recoger nuestras cosas. Nuestras mudanzas eran siempre mudanzas de emergencia, pero aquélla mucho más. Paquita nos ayudaba y nos apremiaba. Decía que teníamos que darnos prisa y que la policía podía aparecer en cualquier momento. Estaba tan excitada que no podía dejar de hablar. También decía que, entre lo del cine y lo de la zarzuela, a lo mejor nos habíamos llevado más de cien mil pesetas. ¡Cien mil pesetas! ¿Qué haríamos con todo ese dinero? Yo apoyé mi mano sobre el televisor portátil y dije:

– Esto lo dejamos aquí. Ahora podremos comprarnos uno en color.

Ni siquiera sé si me oyeron, pero el caso es que nadie se ocupó de él, y ese televisor, que llevaba años acompañándonos en todas nuestras mudanzas, quedó allí, abandonado. Cargamos todo lo demás en el coche y nos detuvimos un instante ante la casa de Paquita para que también ella recogiera algunas de sus pertenencias. El motor seguía en marcha y las luces encendidas. Yo observé el rostro de mi padre y comprendí que estaba a punto de echarse atrás y estropearlo todo. Apareció Paquita en el portal. Llevaba una inmensa bolsa de tela estampada, dos libros de Lobsang Rampa y una jaula con un pájaro.

– Es mi canario -dijo-. Se llama Bernabé.

– Pues ya puedes subir y dejar a Bernabé en su sitio -replicó mi padre.

– Ni pensarlo. Se moriría.

Paquita no le había comprendido. Lo que mi padre pretendía era regresar al teatro y devolver la caja registradora.

– Una cosa es cogerle unas latas de guisantes a tu tía y otra bien distinta ir atracando teatros y cafeterías. Vamos a ver si arreglamos las cosas.

Paquita no protestó pero fue como si lo hiciera. Metió su bolsa, sus libros y su canario, y luego se sentó a mi lado en el asiento de atrás.

– Haz lo que quieras, pero piénsalo bien antes de hacerlo -fue todo lo que dijo.

El Tiburón echó a andar y a mí me pareció que íbamos despacio, muy despacio, como si en efecto mi padre necesitara tiempo, mucho tiempo, para pensarlo. Ni él ni Paquita hablaban, y yo me dije que romper ese silencio tal vez fuera peor. A esas horas había ya muy poco tráfico. Nos cruzamos con un par de camiones y con una moto con sidecar y con tres o cuatro coches. Luego nos cruzamos con dos coches de policía y por unos instantes nuestro silencio fue distinto, Un silencio más opaco o más tenso. Un silencio distinto, no sabría explicarlo mejor. Avanzábamos cada vez más despacio y yo me temía que fuéramos a pararnos en cualquier momento. Podía ser que esos policías fueran a buscarnos, podía ser que no, pero el caso es que, nada más entrar en la ciudad, mi padre pisó con fuerza el acelerador y tomó el desvío que llevaba a la carretera de Zaragoza. Iniciábamos, por tanto, la fuga.

– ¡Viva! -gritamos Paquita y yo, aplaudiendo.

Yo creo que entonces también mi padre gritó. ¿Le habíamos contagiado nuestro entusiasmo? No sé, pero mi padre era el que más ganas tenía de iniciar una nueva vida en otra parte, sin tantos agobios, sin tantas miserias, y supongo que fue eso lo que acabó de convencerle.

– Alquilaremos una casita en algún sitio y la llenaremos de flores -dijo Paquita-. ¡Flores, flores, muchas flores!

– ¡Y compraremos una tele en color! -dije yo.

– ¡Eso! -intervino mi padre-. ¡Para que Paquita pueda ver más flores por televisión!

Nos echamos a reír los tres. Nos reíamos porque sí, porque en ese momento todo nos parecía gracioso. Paquita trató de contarnos cómo se había llevado la caja aprovechando que no había nadie en el bar, y nosotros nos moríamos de risa. Luego mi padre puso una de sus cintas con música de películas y hasta eso nos parecía gracioso. Él anunciaba la siguiente canción, ¡para ustedes, la conocida melodía de Un hombre y una mujer!, y Paquita y yo la tarareábamos como colegiales en su primer viaje en autobús. Algo así debe de ser la felicidad: poder morirte de risa con algo que siempre te ha hecho morir de asco.

– Bueno -dijo mi padre, deteniendo el coche-. Ahora vamos a ver.

Aquella noche no había luna llena pero casi. Salimos del coche y abrimos el maletero. La caja estaba en el centro, hermética, tentadora. Mi padre dijo que tendríamos que sacarla y probar con las herramientas.

– El destornillador grande -dijo.

Ahora estábamos los tres en silencio, arrodillados en torno a la caja, esperando con ansiedad que el cajoncito negro saliera disparado y sobre nosotros cayera una breve lluvia de billetes de mil.

– El otro destornillador.

Paquita había hablado de cien mil pesetas pero por mi cabeza pasaban cifras muy superiores, y estoy seguro de que a ellos dos les ocurría lo mismo. Cuanto más se resistía aquella caja, más valioso se nos antojaba el tesoro que protegía.

– El gato.

Hacer palanca con los destornilladores no había servido de nada, y mi padre optó por reventar la registradora. Oímos un primer crujido, luego otro más fuerte. Instantes después, algo se rompió en el interior de aquel artefacto y el cajoncito saltó limpiamente.

– Oh -dijo Paquita.

Mi padre cogió un puñado de monedas y las agitó en el hueco de la mano como si fueran dados.

– Aquí no hay ni doscientas pesetas -dijo.

Había sólo monedas. Bastantes pesetas, bastantes duros y unas cuantas monedas de veinticinco y de cincuenta. Pero ningún billete, nada con lo que uno pudiera pensar en al- quilar una casita y llenarla de flores, y yo os juro que mi primera reacción fue decir:

– Tenemos que volver. Tenemos que recuperar el tele- visor portátil.

Permanecimos de rodillas unos instantes más. Se puede estar arrodillado por veneración y se puede estar arrodillado por simple abatimiento. Nuestra postura no había cambiado. Lo que había cambiado era todo lo demás, Luego mi padre se levantó y gritó:

– ¿Cómo he podido hacerte caso? ¡Pero si estás local ¿Cómo he podido hacer caso a una descerebrada?

Paquita se echó a llorar y no dejaría de hacerlo en toda la noche. Lloraba sin cerrar los ojos ni taparse la cara, repitiendo una y otra vez una «uuu» muy larga. Si los peces pudieran llorar, seguro que lo harían como Paquita.

– ¡Uuu, uuu! -dijo-. ¿Quieres que volvamos? ¡Uuu!

– ¡Sí, claro! ¡Ahora! ¿Y qué les decimos? ¡Buenas noches! ¡Les hemos robado la caja pero, como hemos visto que es- taba vacía, se la devolvemos! ¡Disculpen las molestias!

A unos veinte metros de allí había un pequeño canal, poco más que una acequia. Mi padre se guardó todas aquellas monedas en un bolsillo y con un gesto me ordenó que le ayudara. Cargamos con la caja registradora. Ahora que sabíamos que allí dentro no había dinero nos parecía mucho más pesada.

– Si casi no hay agua -se lamentó mi padre-. Vamos.

Tuvimos que descalzarnos y meternos en la acequia para ocultar la caja bajo el puente del camino. Bueno, ahí debajo tardarían unos cuantos minutos más en encontrarla. Volvimos al coche con los pantalones empapados hasta las rodillas. Eso era exactamente lo que le faltaba a mi padre para terminar de desesperarse.

– ¡Pero es que no lo entiendo! ¡No entiendo por qué lo has hecho! ¿Cómo se te ha podido ocurrir?

Estábamos otra vez en marcha. Mi padre sacudía la cabeza a uno y otro lado, y a veces separaba las manos del volante como clamando al cielo.

– ¿Qué querías? ¿Arruinarme definitivamente? ¿Hundirme? ¡Para hundirme no necesito la ayuda de nadie!

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Carreteras secundarias»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Carreteras secundarias» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Renē Gijo - Baltkrēpis
Renē Gijo
Alberto Ignacio Vargas Pérez - En busca del cuerpo personal
Alberto Ignacio Vargas Pérez
Ignacio Walker Prieto - Cambio sin ruptura
Ignacio Walker Prieto
Ignacio Olaviaga Wulff - Hace mucho
Ignacio Olaviaga Wulff
José Ignacio Cruz Orozco - Prietas las filas
José Ignacio Cruz Orozco
Juan Ignacio Correa Amunátegui - Cohesión social y Convención Constituyente 2021
Juan Ignacio Correa Amunátegui
Ernesto Ignacio Cáceres - Sin héroes ni medallas
Ernesto Ignacio Cáceres
Ignacio Di Bártolo - La palabra del médico
Ignacio Di Bártolo
Juan Ignacio Colil Abricot - Un abismo sin música ni luz
Juan Ignacio Colil Abricot
Ignacio Serrano del Pozo - Después del 31 de mayo
Ignacio Serrano del Pozo
Отзывы о книге «Carreteras secundarias»

Обсуждение, отзывы о книге «Carreteras secundarias» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x