IGNACIO OLAVIAGA WULFF
Hace mucho
Amor en el lejano oeste
Olaviaga Wulff, Ignacio
Hace mucho : amor en el lejano oeste / Ignacio Olaviaga Wulff. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2327-3
1. Novelas. I. Título.
CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
www.autoresdeargentina.com info@autoresdeargentina.com
A todos aquellos que supieron ver al artista que hay en mí,
incluso antes que yo, y a los que confiaron en él una vez que lo identifiqué.
A mis padres, Elena y Luis, a mis hermanos, Javier y Mercedes,
y a mis abuelos, Papu y Iaiá, en cuya casa de veraneo se escribieron
las primeras páginas de este libro, hace casi veinte años.
She said “I don’t mind, if you don’t mind
(Ella dijo “no me importa, si a ti no te importa...)
‘cause I don’t shine if you don’t shine”
(...porque yo no brillo si tú no brillas”)
Put your back on me
(Pon tu espalda sobre mí (apóyate))
Put your back on me
(Pon tu espalda sobre mí)
Put your back on me
(Pon tu espalda sobre mí)
The Killers— Read my mind
( “Leer mi mente” traducida al español, letra original en idioma inglés)
Y si viene un río gris, que separe al mundo en dos
quisiera quedar del mismo lado, nena, que vos
Cosas de la civilización
Cosas de la civilización
Los Piojos— Civilización
1 Capítulo 1
2 Un encuentro especial
3 Capítulo 2
4 Visita a Don Augusto en el hospital
5 Capítulo 3
6 Gonza vuelve a la escuela
7 Capítulo 4
8 Un día en la huerta
9 Capítulo 5
10 El almuerzo que no fue
11 Capítulo 6
12 La vida continúa
13 Capítulo 7
14 Ana se enfrenta a su padrastro
15 Capítulo 8
16 La revancha de Gonza
17 Capítulo 9
18 Una clase (muy) particular
19 Capítulo 10
20 Riña en El Rincón
21 Capítulo 11
22 Ana se enferma
23 Capítulo 12
24 El verdadero diagnóstico
25 Capítulo 13
26 Misión de rescate a la tierra de Los Rebeldes
27 Capítulo 14
28 Agonizando
29 Capítulo 15
30 El amor todo lo cura
31 Epílogo
32 El primer día del resto de sus vidas
1 Table of Contents
Capítulo 1
Un encuentro especial
Hace mucho, mucho tiempo, en un pueblito del lejano oeste, encontrábamos a dos jóvenes llenos de energía, vigor y ganas de vivir. Pero ni ella ni él tenían una vida divertida. Ana era la menor de cuatro hermanas que vivían con su padrastro. Ella trabajaba como maestra en el colegio del pueblo, y a pesar de tener dieciséis años, era respetada por todos los chicos, incluso los que eran más grandes que ella. En sus tiempos libres ayudaba a sus tres hermanas mayores en la cantina “El Rincón”, que era de su padrastro. Ana tenía una excelente relación con ellas, dado que prácticamente la habían criado luego de la muerte de su madre, cuando “Anita” era tan sólo una niña. Ahora, si bien no era adulta, se desenvolvía como tal y su apariencia era la de una mujer en sus veintitantos. Tenía el pelo negro ondulado, los ojos color madera y algunas pecas que salpicaban sus pómulos y su figura curvilínea.
Del otro lado del pueblo, casi en el límite suroeste, vivía Gonzalo. Chico atrevido, aunque responsable, Gonzalo (“Gonza” para su familia y amigos) ayudaba a sus padres en el almacén, acomodando lo pesado y haciendo los repartos. Él era hijo único, puesto que el negocio apenas podía darles de comer a ellos tres. Vivían en una casa pequeña pero cálida que quedaba detrás del local. En sus ratos libres durante el día, Gonza solía jugar con amigos en la esquina del almacén. Era como un hermano mayor para ellos: alto, rubio y bastante fuerte para su contextura esbelta.
Un buen día, René y Marta (sus padres) le encomendaron ir a hacer un mandado a la escuela del pueblo. Más precisamente, a llevar unos listones de madera para hacer algunos bancos extra. Para llevar a cabo dicha encomienda, Gonza solicitó ayuda a su amigo Joaquín. “Joaco” era uno de “los chicos de la esquina” y asistía al colegio tres veces por semana, más que nada para almorzar. Apenas terminaron de cargar las maderas en el carro emprendieron viaje hacia la escuela, que quedaba a unas veinte cuadras del almacén. El rubio llevaba las riendas y el moreno controlaba que no se cayera ningún listón. En el camino iban hablando:
—No sabé lo que é “la seño”, é réquete güeña, y ademá… ademá…—se reprimió Joaquín.
—¿Además qué Joaco?—su amigo lo instó a que terminara la frase.
—Ademá é réquete linda—respondió el menor al lograr vencer su timidez.
—Jaja ¿así que te gusta tu maestra?—preguntó Gonza con un dejo socarrón — ¡A Joaco le gusta su maestra, a Joaco le gusta su maestra!—comenzó a exclamar a viva voz el conductor del carro.
—¡Callate gil! No dije que me gutaba—se cubrió el moreno.
—Sí dijiste y le voy a contar—lo provocó el rubio.
—Te mato si le decí algo—replicó Joaquín en tono amenazante, y agregó—Aparte a vó también te va a gutá, ya vá vé.
—No pongas excusas.
Dicho esto llegaron a la escuela. En realidad, no era más que un salón grande con muchas ventanas y tres escalones en la entrada que daban a la calle. Las paredes, que solían ser muy blancas, ahora eran color crema oscuro debido al polvo que se fue acumulando a lo largo de los años. Una vez se hubieron detenido, los jóvenes saltaron del carro, ataron el caballo al palenque y se aprontaron a bajar las maderas del mismo. Gonzalo había pasado un par de veces por ahí pero nunca había entrado, ni tampoco le interesó hacerlo alguna vez. Tocó la puerta, pero Joaco se mandó de una. El mayor hizo lo propio entonces.
Al entrar, Gonza sintió algo extraño, algo poco usual. “Será porque nunca entré” pensó. Pero era algo más. Había algo diferente a lo que él esperaba encontrar, que nada tenía que ver con que él no asistiera a una hacía casi dos años. Pensó unos segundos mientras caminaba con las maderas en brazos ¡Eso era! Las maderas eran para hacer bancos extra, sin embargo, todos estaban sentados en el piso.
—Hola “seño” ¿cómo le va?—saludó Joaco, sonriente—¡Hola chico’!
—Hola Joaco—contestaron casi al unísono los chicos.
De repente, se levantó una chica que estaba en medio de ellos, con un libro en la mano. Gonzalo se quedó petrificado. Era la chica más bonita que jamás había visto. Ella ni lo miró, sino que dirigió toda su atención al moreno, a quien regaló una hermosa sonrisa al saludarlo.
—¿Cómo te va Joaco? ¡Qué bueno tenerte hoy por acá!—exclamó “la seño”, alegre de que el menor hubiera asistido al colegio fuera de sus días habituales.
—No seño, vine a ayudá al Gonza a traé la’ madera’—respondió, adivinando la intención de la encargada del aula, mientras señalaba a su compañero.
—Hola, soy Ana, la maestra de la escuela—lo saludó discretamente.
—Gonzalo, mucho gusto—atinó a responder el blondo, haciendo un esfuerzo por reaccionar.
—Pueden dejar las maderas ahí, está bien—indicó la docente con un gesto de la mano.
—No, no, las dejamos donde más le convenga doña—se ofreció Gonza, como para entablar conversación.
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