Ignacio Pisón - Carreteras secundarias

Здесь есть возможность читать онлайн «Ignacio Pisón - Carreteras secundarias» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Carreteras secundarias: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Carreteras secundarias»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un adolescente y su padre viajan por la España de 1974. El coche, un Citroën Tiburón, es lo único que poseen. Su vida es una continua mudanza, pero todos los apartamentos por los que pasan tienen al menos una cosa en común: el estar situados en urbanizaciones costeras, desoladas e inhóspitas en los meses de temporada baja. Bien pronto, sin embargo, tendrán que alejarse del mar y eso impondrá a sus vidas un radical cambio de rumbo. «Antes», comentará el propio Felipe «no´sabíamos hacia dónde íbamos pero al menos sabíamos por dónde.».A veces conmovedora y a veces amarga Carreteras secundarias es también una novela de humor cuyas páginas destilan un sobrio lirismo, en la que Ignacio Martínez de Pisón se ratifica coo uno de los mejores narradores de su generación.

Carreteras secundarias — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Carreteras secundarias», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Pensaréis que Pemartín acabó defendiendo a su hermano mayor. Pues no. Yo nunca he tenido hermanos y no sé en qué consiste eso del amor fraternal. Lo que sí sé es que yo jamás le habría hecho a nadie lo que Pemartín le hizo a su hermano. «¿Los viste o no los viste?», le estaba preguntando el director. «Di la verdad», le dijo su hermano, «es lo único que te pido.» «Naturalmente que va a decir la verdad», intervino una de las mujeres, y el director insistió: «¿Los viste?» Yo no oí ninguna respuesta pero el director continuó: «¿Y dónde los viste?» Tampoco entonces oí nada. «¿Dónde?» «En el vestuario», dijo finalmente Pemartín, y luego habló muy deprisa: «En el vestuario pequeño. Estaban abrazados. No llevaban ropa. El la tenía cogida por los hombros y ella por la cintura. Como en los bailes…»

Yo creo que la señorita Violeta sí que estaba enamorada del hermano de Pemartín, pero todo lo demás era mentira. Lo supe el día en que a Pemartín le quité el cuaderno de anillas para llenarle las páginas de insultos. En el bolsillo interior encontré un recorte de una revista francesa, y en aquel recorte aparecía la foto de una pareja desnuda: estaban los dos abrazados, él la cogía a ella por los hombros y ella a él por la cintura, y se diría que estaban bailando. Eso era todo lo que había visto Pemartín, una simple fotografía, y por su culpa habían despedido a la señorita Violeta y se había tenido que marchar del pueblo. ¿Veis para qué sirve enamorarse?

Podría contaros más casos. El del panadero de Peñíscola al que el pelo se le puso blanco cuando se enteró de que su novia estaba casada y tenía dos hijos. El de un belga que vivía en una roulotte y se pasaba el día tocando el violín y llorando por una mujer llamada Solange. En cambio, 110 podría decir ni una sola palabra sobre el enamoramiento de mis padres. No había visto ninguna foto de su noviazgo, nadie me había contado nada sobre esa época, no sabía ni cómo ni cuándo se habían conocido.

El amor de mis padres era, pues, un enigma para mí, y por el contrario llegué a saberlo todo o casi todo sobre el amor que mi padre sentía por Estrella, o al menos sobre los efectos que su marcha produjo en él. Y si llegué a saber lodo eso fue porque durante aquellos días me entretuve espiándole. Mi padre me llevaba por la mañana al colegio, y yo me despedía y fingía que entraba pero, en cuanto el Tiburón desaparecía por la primera calle, volvía sobre mis propios pasos y corría hacia la calle en la que tenía su estudio el profesor de Estrella.

En el balcón del primer piso había un letrero que decía «Escuela de música Sebastián Armengol. Canto – piano – solfeo. Tarifas especiales para grupos» y, como las ventanas solían estar abiertas, desde la calle se oía casi siempre el torpe teclear de algún alumno: do-re-mi-fa-sol. Pero yo no me quedaba en la calle sino que me metía en el local que había justo enfrente, un salón de máquinas recreativas, y allí sólo se oía el ruido metálico de las máquinas, el rumor oscuro de los futbolines, el compacto golpeteo de las bolas de billar. El encargado me conocía un poco, y algunos días, cuando ya me había gastado el dinero que mi padre me habla dado para pagar la media pensión, me invitaba a jugar ron él. Y yo jugaba, pero con el rabillo del ojo vigilaba la calle porque quería saber cuántas veces pasaría esa mañana mi padre por aquel sitio. Seis, siete, diez, algún día hasta doce veces vi pasar el Tiburón. Mi padre pasaba por esa calle porque ignoraba dónde se había ido a vivir Estrella y porque ése era uno de los pocos lugares en los que podría encontrarla. Encontrársela como por casualidad, eso era lo que él buscaba, y para ello mi padre era capaz de pasarse el día entero metido en el coche, dando vueltas y vueltas por el pueblo, recorriendo una y otra vez la calle de la escuela de música, recorriéndola ocho, diez, hasta doce veces, y no sólo los lunes, los miércoles y los viernes, también los otros días de la semana, los días en los que Estrella no tenía clase, como si pensara que también ella quería hacerse la encontradiza, como si creyera que también Estrella se pasaba todo el día dando vueltas por el pueblo y confiando en ese encuentro más o menos casual.

Otra persona en su situación tal vez habría subido a hablar con el profesor de música y le habría preguntado por la nueva dirección de Estrella o le habría dejado un mensaje. Mi padre no. Mi padre tenía su famosa dignidad, él no podía rebajarse a perseguir a nadie. Lo suyo, ya lo he dicho, era encontrársela como por casualidad, detenerse a saludarla con educación y poder decirle algo así como: «¡Estrélla! ¡Qué sorpresa, tú por aquí!» Lo suyo era dar vueltas y más vueltas en el Tiburón, siempre bien vestido y con ese aire de negociante próspero que a él le gustaba adoptar porque sólo así, en el Tiburón y con esa ropa y ese aire de prosperidad, se sentía seguro de sí mismo. Lo suyo era poder decirle «¡Estrella, qué sorpresa!» desde el interior del coche, como si excepcionalmente hubiera abandonado sus múltiples obligaciones para hacer alguna gestión por esa parte del pueblo.

Pero no penséis que en casa se comportaba del mismo modo. Mi padre me recogía por la tarde y me preguntaba cómo habían ido las clases y qué me habían dado para comer, y yo contestaba cualquier cosa porque ni había asistido a las clases ni había comido en el colegio, y también porque a él le importaba bien poco lo que yo pudiera contestar. A esa hora mi padre estaba ya cansado, harto de dar vueltas y como dolido con ese destino que nuevamente le había sido adverso, y mientras conducía vigilaba las aceras con una atención casi desesperada, sabedor de que era ésa su última oportunidad, de que si no se encontraba con Estrella en ese preciso momento ya no podría hacerlo hasta el día siguiente. Y, claro, luego llegábamos a casa y mi padre se ponía de muy mal humor. Entonces protestaba por cualquier cosa, porque tenía demasiado alto el volumen del televisor, porque me comía los bombones de licor dejados por Estrella, porque le decía que me apetecía dar una vuelta por la playa o porque le decía que no… Mi padre se ponía el pijama y se metía en su cuarto con la radio-despertador en- rendida y algún periódico o alguno de esos libros suyos con métodos infalibles para acertar en las quinielas, y me decía que hiciera lo que me diera la gana pero que no le molestara porque le dolía la cabeza, como si yo tuviera algún interés especial en darle conversación o escuchar con él la música de su radio-despertador.

Otra advertencia que a veces me hacía era que, si llamaban por teléfono, lo cogería él. Qué estupidez, a nosotros nunca nos llamaba nadie. Ese teléfono no significaba «que el mundo pudiera necesitar a mi padre sino que mi padre necesitaba al mundo, ese teléfono no estaba ahí para que nos llamaran sino para llamar, y ya ni siquiera eso, por- que ahora mi padre había dejado de ser agente artístico y no tenía que hacer como antes, cuando se colgaba del teléfono para ofrecer a unos y a otros una cantante que era un prodigio, la nueva María Callas.

Pero, en el fondo, mi padre todavía pensaba que Estrella volvería, que una tarde llamaría y diría que lo había pensado mejor y que le gustaría que las cosas volvieran aun como antes. A lo mejor era ése el motivo de que se en enfadar conmigo cuando me comía los bombones de Estrella A lo mejor se imaginaba a sí mismo abriéndole la puerta y diciéndole: «Entra. Nada ha cambiado entre nosotros. Esta es tu familia, ésta es tu casa, éstos son tus bombones.»

En fin, yo lo único que sé es que Estrella no tenía el menor interés en volver con mi padre. Lo supe el día en que, finalmente, Estrella y él se encontraron en la calle de la escuela de música. He dicho que se encontraron pero no es del todo exacto. ¿Os podéis creer que mi padre no le dijo nada, que fingió no haberla visto? Yo estaba, como siempre, en el salón de las máquinas, y aquella mañana el Tiburón había pasado por ahí delante al menos cuatro veces. La quinta vez se detuvo, y mi padre salió a mirar el escaparate de una tienda de muebles cercana. Lo hacía con frecuencia se paraba a mirar un escaparate, y así justificaba de algún! modo su continuo ir y venir por esa calle. Aquel día, mientras él fingía estar interesado en no sé si una mesa o un armario, Estrella apareció por un extremo de la calle y se encaminó hacia el portal de la escuela de música. El Tiburón estaba parado justo delante, y ella lo vio desde el primer momento. Buscó entonces a mi padre con la mirada y lo descubrió ante la tienda de muebles, aparentemente concentrado en la contemplación de algún mueble absurdo, y estaba claro que también él la había visto a ella y que seguía su recorrido en el reflejo del cristal del escaparate.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Carreteras secundarias»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Carreteras secundarias» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Renē Gijo - Baltkrēpis
Renē Gijo
Alberto Ignacio Vargas Pérez - En busca del cuerpo personal
Alberto Ignacio Vargas Pérez
Ignacio Walker Prieto - Cambio sin ruptura
Ignacio Walker Prieto
Ignacio Olaviaga Wulff - Hace mucho
Ignacio Olaviaga Wulff
José Ignacio Cruz Orozco - Prietas las filas
José Ignacio Cruz Orozco
Juan Ignacio Correa Amunátegui - Cohesión social y Convención Constituyente 2021
Juan Ignacio Correa Amunátegui
Ernesto Ignacio Cáceres - Sin héroes ni medallas
Ernesto Ignacio Cáceres
Ignacio Di Bártolo - La palabra del médico
Ignacio Di Bártolo
Juan Ignacio Colil Abricot - Un abismo sin música ni luz
Juan Ignacio Colil Abricot
Ignacio Serrano del Pozo - Después del 31 de mayo
Ignacio Serrano del Pozo
Отзывы о книге «Carreteras secundarias»

Обсуждение, отзывы о книге «Carreteras secundarias» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x