Jaime Bayly - El Huracán Lleva Tu Nombre
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Sofía llega con globos, muchos globos, un montón de globos inflados de todos los colores, y llena el departamento de globos que se elevan y tocan el techo, y yo río y la abrazo y la beso, y ella me dice feliz día, uno de estos globos tiene tu regalo. Yo me quedo perplejo con la alegría y la vitalidad de esta chica, ¿cómo pudo haber inflado y traído tantos globos?, ¿cómo pudo pensar que mi regalo debía colgar de un globo?, ¿cómo encontró un regalo tan liviano para meterlo en un sobre y amarrarlo a ese globo amarillo?, ¿cómo pudo abrir ahora las puertas que dan al balcón, maldita sea, que se están saliendo todos los globos?, ¿cómo se te ocurre abrir las puertas, Sofía?, grito, porque los globos han salido volando llevados por el viento y el amarillo con mi regalo también. Vuelan los globos y vuela mi regalo, y Sofía ríe a carcajadas y yo también, y es una escena memorable contemplar desde el balcón aquel puñado de globos multicolores preñando de alegría el cielo grisáceo de esta ciudad, caracoleando en diversas direcciones, provocando en los peatones, los niños mendigos y los perros chuscos un instante de asombro y felicidad, pues todos miran hacia arriba, a esos globos que avanzan díscolos, caprichosos, según los lleva el viento que viene del mar. Entonces Sofía sale corriendo, vamos, corre, tenemos que seguir al globo de tu regalo, y, nada más bajar del ascensor, yo corro detrás de ella, pero ella es más rápida que yo y no pierde de vista el globo amarillo con mi regalo colgando, y yo me pregunto si habrá fumado marihuana o qué, porque sigue riéndose de un modo eufórico y yo me contagio y río también, y la gente nos ve pasar y nos mira con caras de desconcierto, pensando tal vez que somos un par de locos corriendo a toda prisa tras un globo amarillo.
Lima en ese momento es una ciudad perfecta, alucinantemente feliz. Mientras corro y veo el globo amarillo y la promesa de mi regalo que se esfuma o tal vez no y el cuerpo liviano de esta mujer que corre delante de mí, me digo en silencio que no recuerdo un instante en el que me haya sentido más feliz en esta ciudad, no recuerdo un mejor cumpleaños que el de hoy, corriendo con una chica linda detrás de un globo, oyendo el eco de sus risas impúdicas y olvidando por un momento los pesares que me agobian, como que mis padres no me han saludado porque se avergüenzan de mí y Sebastián tampoco y que a la noche tengo que ir al programa de televisión y el público, qué espanto, ¡me va a cantar happy birthdayl ¡Se ha enganchado en un cable, se ha enganchado en un cable!, grita Sofía, con un júbilo que no declina, y yo llego a su lado, jadeando, después de correr varias cuadras, y veo que el globo amarillo con mi pequeño regalo hamacándose por el viento se ha atracado en un cable de electricidad, y pregunto ¿y ahora qué hacemos?, y Sofía lo que sea, pero tienes que abrir tu regalo, no lo podemos perder, y yo pero no podemos llegar allá arriba, es imposible, y ella nada es imposible, búscate una piedra, y yo ¿para qué?, y ella me contesta tirando una piedra al globo, pero no le da, para reventar el globo, a ver si se cae, responde. Ahora Sofía y yo estamos tirando piedritas al globo amarillo y no le acertamos una sola y un par de niños de la calle, que han corrido detrás de nosotros porque me reconocieron y seguramente quieren una propina, tiran piedras también, sin saber bien por qué, pero por el mero placer de apuntarle a un globo y tirarle una piedra. Así estamos unos minutos, tirando piedras fallidas, hasta que de pronto alguien se asoma de un edificio vecino, en cuyo jardín al parecer están cayendo todas las piedras que no consiguen desinflar al globo, y grita
¡DEJEN DE TIRAR PIEDRAS, CARAJO, QUE AHORITA LLAMO AL SERENAZGO!
Yo me río y pienso que mejor nos vamos rápido porque no quiero escándalos, no quiero que los periódicos digan mañana que andaba drogado tirando piedras a los edificios del malecón, y Sofía grita no se moleste, señora, es que hoy es el santo de mi amigo y su regalo está colgado de ese cable, y la mujer desde su ventana hace un gesto obsceno y se dispone seguramente a llamar a la policía, y yo Sofía mejor olvídate, dejémoslo, es imposible recuperar mi regalo, y ella ni hablar, yo no me muevo de acá hasta que caiga tu regalo, y yo me resigno a acompañarla y los chiquillos preguntan qué hay en el regalo y yo les digo que no lo sé, que es una sorpresa. Poco después llega una camioneta blanca del serenazgo de Miraflores y los policías particulares me reconocen. Los abrazo con cariño y firmo autógrafos para sus esposas y amantes y les explico la situación y ellos ríen, ese Gabrielito, terrible eres, carajo, siempre haciendo cosas raras, a quién chucha se le ocurre colgar un regalo en un globo en un cable de alta tensión, puede morir gente electrocutada, hermanito, no es broma, cuánta gente asada muere así, y yo les prometo una buena propina si me bajan el regalo antes de que se haga de noche, así que ellos llaman por radio a los bomberos y dicen que se trata de una emergencia, pero sin entrar en detalles, lo que se agradece.
Pasa un buen rato, que aprovechamos para comer helados, mirar el globo y hablar con los serenos, mientras Sofía arroja incansablemente toda clase de objetos que puedan derribar el globo enroscado, hasta que aparece el camión cochambroso de los bomberos, que es un vejestorio y debe de haberse incendiado varias veces, y lanza al aire el ulular de una sirena que más parece el llanto de la señora quejumbrosa del edificio. Ahora los bomberos comprenden que la emergencia consiste en que al tontorrón insigne de Gabrielito Barrios se le ha colgado un globo amarillo con su regalo de cumpleaños en un cable de alta tensión y hay que bajarlo, porque es su santo, pues, señores bomberos, tienen que colaborar acá con el santo del señor, que les va a mandar saludos esta noche en su programa, promete Sofía, y los bomberos, animados por la promesa, por las propinas que he anunciado y por el cuerpo de Sofía que miran con cierta desfachatez, relamiéndose, montan en seguida una operación de rescate del globo amarillo, desplegando con lentitud una escalera mecánica, tan parsimoniosamente extendida que si el globo fuese una persona en medio de un incendio ya no quedarían ni las cenizas de ella. Cuando por fin alargan la escalera y la aproximan al globo, ninguno de esos bomberos pusilánimes, que son tres y tienen unas caras de hambre peores que la mía, da señales de estar dispuesto subir. Yo no lo puedo creer y Sofía tampoco y por eso nos miramos riendo, mientras los bomberos hacen yan-ken-pó para dirimir democráticamente a quién le toca subir. El que pierde, un gordo de ojos saltones y cara de pescado, se resigna a trepar por la escalera. Para entonces ya todo el vecindario está atento a la operación de rescate, y alguna gente me pasa la voz, gritando cosas amables o burlonas, y yo pienso que es el cumpleaños más extraño de mi vida. Los chiquillos aplauden cuando el bombero se acerca al globo amarillo, la gente se asoma a las ventanas, mira desde los edificios, nadie entiende qué diablos está pasando, y por fin el bombero regordete logra cortar la pita del globo y atrapar el sobre con mi regalo. Sofía aplaude eufórica y yo también y los chicos de la calle gritan jubilosos y nadie entiende nada, mientras un bombero me abraza, feliz cumpleaños, Gabrielito, y el sereno se confunde en un abrazo efusivo conmigo porque no sabía que era su santo, don Gabriel, felicitaciones, caramba, a ver si nos echamos unas agüitas ahora para celebrar su onomástico, y yo no, mister, no se puede, hay que ir a la tele más tarde.
Baja el bombero con el sobre y se lo entrega a Sofía, que sonríe encantada y me lo da abrazándome, diciéndome al oído feliz día. Entonces los bomberos, los serenos, los niños de la calle y hasta los curiosos gritan ¡beso, beso, beso!, y yo no puedo defraudarlos, uno se debe a su público, y beso en los labios a Sofía y ellos aplauden y yo saludo como un tonto y pienso que éste es ciertamente el cumpleaños más raro de mi vida. Entonces un bombero grita ¡que abra el regalo!, y Sofía lo secunda, dándome ánimos, así que, una vez más, dispuesto a complacer a este público tan exigente, abro sin demora el sobre que tanto nos ha hecho sufrir y ¡es un calzón rojo! Sobreviene un momento brevísimo, dos segundos apenas, en que todos quedamos mudos, desconcertados, y yo miro a Sofía y ella rompe a reír y entonces todos comprenden la broma y ríen y aplauden y yo, como un idiota, muestro el calzón, abrazo a Sofía y me río con ella y le digo al oído eres una loca, cómo se te ocurre regalarme un calzón rojo, y ella, abrazándome, me susurra al oído para que lo uses con Sebastián, y los dos nos confundimos en una risa franca y tierna que un bombero interrumpe para pedirme su propina. Por supuesto les doy un buen dinero a todos, y ahora se va el carro de los bomberos y yo les pregunto ¿me pueden jalar por acá nomás?, y ellos claro, Gabrielito, trepa, y Sofía y yo nos montamos en el carro de los bomberos y yo llevo mi calzón rojo en una mano y miro a esta mujer bella y adorable que me lo ha regalado, y sonreímos los dos y soy rotundamente feliz en este momento, cumpliendo veintisiete años esta tarde de febrero, trepado en un carro de bomberos con la mujer que amo y el calzón que siempre soñé.
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