Bajo del auto y contemplo la belleza de esa casona colonial: el patio interior con una fuente de agua en la que beben las palomas; los techos de tejas a dos aguas; las salas y los salones decorados con muy buen gusto, llenos de obras de arte, antigüedades y alfombras que deben de valer más de lo que yo gano en un año; unos jardines interminables, muy bien cuidados, con pozas de agua; una casa, en fin, que me deja mudo porque me recuerda dos cosas: que yo vivo en una madriguera y que nunca ocuparé una mansión tan espléndida como ésa. Sofía me acomoda en la sala principal, de sillones rojos aterciopelados y en la que un ángel de mármol me apunta con una flecha, como un esbirro seráfico contratado por Bárbara, que yo sé que me odia y ahora sonríe regia, muy elegante, entrando en el salón como si fuese la reina de esta paupérrima comarca en la que habitamos, acompañada por un señor taciturno, bien vestido, de facciones angulosas y severas, que, muy serio, me mira con ojos recelosos, como si fuese yo un intruso que ha invadido su predio.
Bárbara es una señora en sus cincuentas, estupendamente bien conservada, que me clava una mirada inquieta, llena de malicia, apenas disimulada por una sonrisa falsa que intenta hacerme creer que me ve con simpatía. Yo, procurando preservar un aire distraído para disipar las suspicacias, escudriño el cuerpo espléndido que ella exhibe, todo un mérito para una señora de su edad: unos pechos primorosos, cintura de quinceañera y un trasero soberbio, desmesurado. Esto es lo primero que pienso cuando conozco a Bárbara: ¡qué daría yo, señora, por tener un poto tan lindo como el suyo! Claro que no se lo digo, porque podría dar lugar a peores malentendidos de los que ya se ciernen como buitres sobre la felicidad de Sofía. Lo primero que pienso cuando conozco a Peter, un caballero pasmosamente circunspecto, con aire de monje anacoreta, es, pero tampoco se lo digo: si yo tuviera una casa tan linda como la tuya, también andaría en ese estado de laxitud que te permites, aunque tampoco te vendría mal tomar vitaminas, porque con tremenda mujer al lado, tienes que espabilarte, que la calle está dura y las leyes del libre mercado son crueles e inexorables.
Por fin te conozco, exclama encantadora o tratando de serlo Bárbara, mientras Sofía parece nerviosa y Peter me estudia como si fuera yo una ave rara de la amazonia, y yo hola, mucho gusto, y le doy un beso a Bárbara y me extravío en el aroma que emana de sus mejillas y su cuello. Sin darme tiempo de saludar a Peter, ella me toma de los brazos, me mira de arriba abajo, como sometiéndome a un examen, y dice lindo terno, te queda bien, pero ¿qué colonia te has puesto?, dime. Sorprendido, digo con orgullo Brut, y no miento, me he puesto esa loción de frasco verde que me regaló uno de mis hermanos por Navidad. Entonces ella abre la boca, escandalizada, y comenta con aire cómplice, ay, no, no puedes ponerte esa colonia, ¡ésa es colonia de cholos!, y yo me río por la crudeza del comentario y Sofía ríe también, acostumbrada a los desatinos de su madre, de los que ya me había advertido, y Peter no ríe, no sonríe, no relaja en absoluto la rigidez de sus músculos faciales, mientras continúa estudiándome con una rara minuciosidad. Entonces extiendo la mano y digo hola, yo soy Gabriel, encantado, y él me aprieta la mano con fuerza y al mismo tiempo, examinándome con su mirada inquisidora, dice Gabriel, ¿Gabriel qué?, y se hace un silencio, porque casi todos saben en esta ciudad quién soy y cuál es mi apellido, y entonces él ríe y Bárbara también y yo caigo en cuenta de que me está tomando el pelo, y río también con mi colonia Brut de cholos y mi apellido que fingen no conocer.
Asiento, asiento, invita Peter, señalando los sofás aterciopelados, pero yo, incómodo por lo que me dijo Bárbara sobre mi colonia, digo un ratito, voy al baño, y Sofía me lleva al baño de visitas y susurra ¿todo bien?, y yo no sé, creo que no, creo que me odian, y ella no le hagas caso a mi mamá, ella dice esas cosas sin darse cuenta, y yo ahorita salgo, y me meto en el baño, me huelo y no reconozco el olor a cholo, pero si he ofendido el olfato de Bárbara con el olor de mi colonia, que seguramente es una versión espuria de Brut, debo enjabonarme bien la cara, cosa que hago con vigor, dispuesto a eliminar todo olor a cholo, a colonia de cholo o cualquier reminiscencia chola que pudiera exudar mi piel. Por fin, bien enjabonado, y me temo que, sin embargo, todavía oliendo a cholo, regreso en mi traje azul a la sala, me acomodo en un sillón y Bárbara manda traer bebidas y bocaditos, y Peter me pregunta ¿de aquí te vas a la televisión?, y yo, mirando el reloj, sí, en una hora tengo que estar en el canal, y él ah, caramba, o sea que has venido con el tiempo medido, una pena, queríamos invitarte a comer, y yo no puedo, no puedo, me encantaría pero tengo que ir al programa, y Bárbara ¿te pagan bien en la televisión?, y yo, haciéndome el tonto, bueno, sí, más o menos, no me quejo, y Sofía, tratando de salvarme, pero no está contento en la televisión, quiere dejarla, está esperando a que termine su contrato, y Bárbara ¿cuánto te pagan?, ¿ganas muy bien?, y yo, asombrado de que esta señora se permita preguntarme cuánto gano habiéndome conocido hace apenas un momento, bueno, me da un poco de vergüenza hablar así de plata, y Sofía irritada claro, mamá, ¿cómo se te ocurre preguntarle cuánto gana, qué clase de pregunta es ésa?, y Peter ¿y qué piensas hacer cuando termines tu contrato?, ¿vas a dejar la televisión?, y yo bueno, todavía no sé, estoy pensando, y Sofía va a estudiar, y su mamá a estudiar, ¿estudiar qué?, y Sofía va a volver a la universidad, y su mamá ¿qué?, ¿no te has graduado?, y yo bueno, no y voy a añadir me botaron por no ir a clases pero Sofía, dispuesta a socorrerme, dejó la universidad por la televisión, pero ahora va a seguir estudiando, se va a ir afuera a estudiar filosofía, y yo me quedo sorprendido por la audacia de Sofía, que ya decidió que estudiaré filosofía en una universidad de prestigio, y Peter qué bueno, filosofía, muy interesante, y su mamá yo no sé, creo que mejor se gana en la televisión, los filósofos se mueren de hambre, y yo agrego, risueño, y huelen todos a cholo, y ella suelta una risa cómplice y pregunta ¿no te habrás ofendido por lo que te dije de tu colonia, no?, y yo no, qué va, para nada, y ella, más cariñosa, no lo tomes a mal, lo dije por tu bien, para mejorar tu posición social, porque un chico guapo, un ganador como tú, que además sale con Sofía, que es una chica del más alto nivel, que cualquier hombre ya quisiera a su lado, tiene que tener todo lo mejor, pues, y no puede estar usando una colonita barata de tercera ¿no?, y yo claro, señora, mil gracias, y ella ¡te prohíbo que me llames señora, yo soy Bárbara, nada de señorearme, por favor!, y Peter, muy serio, bueno, ha sido un gusto conocerte, pero antes de que te vayas, quiero decirte algo, y yo sí, claro, encantado, y él, asumiendo su papel de jefe familiar, mira, nosotros no tenemos problemas de que salgas con Sofía, a pesar de que no tienes muy buena reputación, por las cosas medio raras que haces en la televisión, nosotros no tenemos problemas, eso sí, sólo una cosita: si vas a salir con ella, tienes que venir por esta casa, dejarte ver, para que no parezca que te escondes de nosotros y que tienes una relación digamos extraña, poco formal, con Sofía, tú comprenderás, y yo claro, absolutamente, tiene razón, y él trátame de tú, hombre, y yo perfecto, gracias, Peter, así será, mientras pienso que acá no regreso más, vuelvo mañana con Sebastián y renuncio a esta vida heterosexual que, está claro, no es para mí, y Sofía, mirando el reloj, bueno, creo que tienes que irte, y Bárbara una cosita más, y yo nervioso, pensando en que me preguntará cuánto costó mi departamento, sí, dime, y ella no se te vaya a ocurrir hablar de Sofía en la televisión o en las entrevistas que das en los periódicos, ¿ya?, y yo por supuesto, ni hablar, hay que cuidar la privacidad, y ella exacto, nosotros somos una familia muy privada.
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