Decido entonces, herido por su desplante, que debo ir a su departamento, darle una explicación y pedirle disculpas. Llego al edificio y, nada más verlo, una ola de recuerdos me sofoca y me obnubila, me cierra el pecho y me entrecorta la respiración, porque Sebastián ha sido el único hombre que he amado. Temblorosa mi mano, no menos que mi estragado corazón, toco el timbre del piso siete, al que ya le está haciendo falta un poco de aseo. ¿Sí, quién es?, oigo el vozarrón de Sebastián, y adelgazando la voz para que perciba cuan honda es mi sensibilidad, contesto Sebastián, soy yo, Gabriel, y se hace un silencio pesado, opresivo, y por fin habla ¿qué quieres?, pero me habla con tosquedad, como si yo fuera un vendedor de biblias, así que contesto, sin darme por aludido, quiero verte un ratito, te extraño, y él no, ahorita no puedo, estoy ocupado.
Por lo visto, sigue furioso conmigo, la señora del teatro tiene razón, Sebastián se enteró de que nos fuimos a media función y está indignado. Entonces digo no seas malo, quiero decirte algo importante, porfa, déjame subir sólo cinco minutos, y él, al parecer dudando, ¿qué quieres decirme?, dímelo por acá mejor, y yo, ofendido pero disimulándolo, Sebastián, no seas así, te extraño, déjame verte, ya sé que te molestó lo del teatro, sólo quiero explicarte qué pasó, por qué nos fuimos antes del final. A continuación suena un timbre, se abre la puerta, entro al edificio y el portero me mira con mala cara, como si supiera que el galán de arriba es mi amante, chisme que él podría contar a la televisión.
Estoy subiendo para ver a Sebastián, pedirle perdón, rogarle que no sea rencoroso y que me deje hacerle el amor. Sebastián sabe que es guapo, que las chicas se apasionan por él y que algunos chicos también, como sabe igualmente que tiene la verga más estimable de la ciudad, pues, en lo que a mí respecta, ninguna se compara en garbo, extensión, don de gentes y laboriosidad a esa poronga que antes sentía mía y que ahora me es esquiva. Me abre la puerta con cara de perro, sin afeitarse, el pelo largo y desgreñado, y yo me turbo porque está recién bañado, en pantalones cortos y negros y con una camiseta sin mangas, también negra, que resalta de un modo rotundo su belleza.
Pasa, tienes cinco minutos, me dice con frialdad, y yo trato de abrazarlo pero él me lo impide y me mira con mala cara, y yo ¿qué te pasa, por qué estás tan molesto, sólo porque nos fuimos del teatro a la mitad?, y él, indignado, sí, por eso, ¡qué clase de amigos son, que vienen a verme y se largan a la mitad!, ¡yo jamás te hubiese hecho eso!, ¡jamás!, y yo Sebastián, no lo tomes así, yo quería quedarme pero Sofía estaba mal, se sentía pésimo, tuvo un ataque de náuseas y tuvimos que irnos por eso, y él no seas mentiroso, huevón, no te creo ni una palabra, y yo te juro, te juro, la obra me pareció buenísima, tu actuación es notable, espectacular, estás mucho mejor que el otro actor, tú te llevas solo la obra, pero, bueno, si Sofía se siente mal y se quiere ir, ¿qué puedo hacer yo?, y él, ya más tranquilo, porque una dosis de halagos nunca le viene mal, ¿en serio te gustó mi actuación?, y yo no me gustó, me fascinó, creo que es tu mejor actuación, me muero por volver al teatro y ver la obra entera, y él no sabe si creer mis mentiras y pregunta ¿en serio tenía náuseas Sofía?, y yo pienso claro, náuseas de lo insoportable que era aquella obra pretenciosa, pero digo sí, estaba fatal, comimos algo y le cayó mal, y él no dice nada, pero se relaja, va a la cocina y sirve dos coca-colas. Entonces me acerco, lo abrazo, le hago caricias y siento la protuberancia de su sexo, lo que me pone contento, saber que todavía tengo el poder de ponérsela dura. Ven, vamos a la cama, le digo, y él no, no, mejor no, pero me besa con pasión, me araña con su barba de pocos días, me empuja el paquete y yo insisto y por fin se deja llevar a la cama. Nos quitamos la ropa, él con una premura que me excita, yo como un señorito que deja su ropa doblada en el perchero, y luego él se recuesta sobre unos almohadones, se agarra el paquete y me mira como diciéndome ya sabes lo que tienes que hacer. Yo me preparo para el combate cuando de pronto me dice ¿me extrañas cuando estás con ella?, y yo claro que te extraño, te extraño siempre, nada me gusta más que hacer el amor contigo, y él ¿te gusta más estar así conmigo que estar con ella?, y yo, muy gay sí, claro, esto es lo más rico, y él ¿entonces por qué estás con Sofía?, y yo no me jodas, Sebastián, no hablemos de eso ahora, pero él insiste, dime, dime, ¿por qué mierda estás con ella, si lo que te gusta es tirar conmigo?, y yo bueno, por la misma razón que tú estás con Luz María, porque también me gustan las mujeres, y él no metas a Luz María en esto, no tiene nada que ver, ella es mi hembrita y yo la quiero de verdad, tú a Sofía no la quieres, la estás usando para que los periódicos no digan que eres cabro, y yo ay, Sebastián, no digas tonterías, relájate, por favor, y yo trato de besarlo pero él, a pesar de que la tiene dura, no, no quiero, y yo me hago el sordo y lo beso, y él no, para, para, pero yo no paro y él dice que pare pero la tiene paradísima y me dice no quiero, mejor ándate, y yo desolado ¿por qué?, y él no sé, no me provoca, y yo no seas así, Sebastián, juguemos un rato, nos hace bien a los dos, y él no, a mí me deprime porque ya sé que no me quieres, que sólo me buscas por sexo, y yo no digas eso, claro que te quiero, y él, sentado en la cama, no, si me quisieras, dejarías de jugar con Sofía y sólo tirarías conmigo, y yo ¿pero por qué te jode tanto compartirme, si yo te comparto con Luz María?, y él no sé, seré más celoso que tú, pero me jode que juegues así conmigo, que me robes a Sofía, y yo ¡pero no te la he robado, sigue siendo tu amiga, sólo que nos queremos mucho!, y él sí, claro, se quieren mucho, no te mientas, que yo sé lo cabro que eres, Gabriel, y yo bueno, contigo soy muy maricón y con ella soy muy hombre, ¿no es posible eso?, y él, levantándose de la cama, no, y mejor te vas, tengo que hacer mil cosas, y yo ¿pero no podemos al menos terminar?, y él no, ándate, y yo me acerco, quiero besarlo, pero él me rechaza y dice mientras te acuestes con Sofía, olvídate de mí, y yo no seas cruel, no me hagas esto, y él si me quieres, déjala y sé mi pareja, sólo mi pareja, de nadie más, y entonces te creeré que de verdad me amas y que se fueron del teatro por un ataque de náuseas. Entonces me visto desolado y le doy un beso en la mejilla.
No es justo. Yo quiero a Sofía pero no menos a Sebastián, y necesito la ternura de mi chica y también la de mi novio. ¿Por qué todo tiene que ser tan complicado? Entro al carro, estoy llorando, enciendo la radio y pasan una canción de Sting, If l ever lose my faith in you, que a Sebastián le encanta. Llegando a mi cama, me toco pensando en él y luego le escribo un poema triste a Sofía y estoy a punto de llamarla a Washington y decirle que mejor terminemos, que no puedo vivir sin Sebastián, que será mejor para todos si se queda con Laurent y yo con Sebastián, pero no la llamo porque algo en mí me dice que esta relación torturada con Sebastián no tiene futuro y que Sofía es, en cambio, una promesa de felicidad. No sufras, Gabrielito, que a lo mejor ahora mismo ella está haciendo el amor con Laurent.
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