Jaime Bayly - El Huracán Lleva Tu Nombre

Здесь есть возможность читать онлайн «Jaime Bayly - El Huracán Lleva Tu Nombre» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Huracán Lleva Tu Nombre: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Huracán Lleva Tu Nombre»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Gabriel ama a Sofía pero también le gustan los hombres. Gabriel tiene mucho éxito en televisión, pero lo que ansía de verdad es huir del Perú y dedicarse sólo a a escribir, lejos de la ambigüedad y de la hipocresía que lo envuelven y lo limitan. El huracán lleva tu nombre es una singular historia de amor, dolorosa y gozosa a la vez, con una heroína, Sofía, que fascina por su capacidad de amar, y con un original antihéroe, el narrador, Gabriel, que expone al lector su conflicto a través de una sinceridad a veces hilarante y a veces conmovedora. Una novela que no va a dejar a nadie indiferente.

El Huracán Lleva Tu Nombre — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Huracán Lleva Tu Nombre», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Me subo al Volvo, disparo el volumen en REM y me dirijo al canal por el zanjón, esa horrenda hendidura de asfalto que parte la ciudad en dos y parece un río seco, atestado de autos desvencijados que expelen humos negruzcos, un espanto de ciudad es la que me ha tocado, ya falta poco para terminar mi contrato y salir corriendo. Cumplo con la euforia esperada mi papel de bufón, agitador de escándalos, exhibicionista y provocador en una hora de televisión que me permite vivir muy cómodamente en Lima y no hacer nada útil las veintitrés horas restantes, ni siquiera visitar a mis padres, que me deprimen, ni ir al gimnasio, que es un agobio porque todos tienen cuerpos mejores que el mío, ni meterme al cine, llenas de pulgas todas las salas, ni pasear por la ciudad, que es dantesca, sólo acuartelarme en mi pequeño bunker privado, una inmundicia porque nadie viene a limpiarlo, y leer los periódicos, los serios y los canallescos, y luego alguna novela.

Fuera de eso, no hago nada, tampoco escribo, cosa que Sofía me reprocha diciéndome que no tengo excusas, que si de verdad quisiera, lo haría en un cuaderno, a mano, pero no diría que no tengo computadora y que por eso no escribo. Soy un pusilánime. Al menos en la televisión no doy esa imagen de zángano, allí finjo ser emprendedor, audaz, lleno de vitalidad y picardía, lo que es una impostura, pues sólo me mueve una codicia rampante para cobrar el dinero malhadado que me procura esa caja boba, llena de mitómanos y egomaníacos como yo. Cuando estoy saliendo del canal, Sofía me llama al celular y dice llorosa que está en la clínica San Felipe, que su papá está mal, que, por favor, vaya corriendo a acompañarla. En cinco minutos estoy allá, espérame, le digo, y acelero por la avenida Salaverry, que bordea interminables cuarteles militares, casas de estudio militares -como si fuese posible que los militares pudiesen aprender algo- y estatuas de próceres militares.

Me abruma que la vida de este país esté dominada por militares que me recuerdan a mi padre. Llego a la clínica, estaciono mal pero no importa, entro de prisa, llamo a Sofía al celular, me dice dónde está, subo dos pisos por la escalera, vaya que huele mal esta clínica, parece la escalera del estadio nacional, que despide el olor del ácido úrico reseco de miles de peruanos en medio siglo de fútbol paupérrimo, y encuentro por fin a Sofía, sola, llorosa, descompuesta, sentada en una banca. ¿Qué pasó?, le pregunto, y ella me abraza y llora y no dice nada. ¿Qué ha pasado?, insisto, y ella me dice mi papá, y yo temo lo peor y espero a que me diga algo más, pero ella no puede hablar, está agitada por el llanto y la emoción contenida que ahora la desborda. No me atrevo a preguntarle si ha muerto. Ella me dice trató de suicidarse, y yo me quedo perplejo, sin saber qué decir, y pregunto ¿está muy mal?, y ella no sé, lo han dormido, llegué al departamento y no lo encontré, y el llanto la interrumpe, se abraza a mí, por suerte estamos solos a medianoche en este pasillo desangelado, y yo ¿qué hizo?, y ella se cortó, se cortó los brazos, lo encontré sangrando en la azotea del edificio, estaba loco, quería tirarse, y yo Dios mío, pobre mi amor, ¿y qué hiciste?, y ella le hablé, traté de calmarlo, pero estaba loco, no me escuchaba, decía cosas absurdas, y trató de saltar pero yo lo agarré y no lo dejé, fue horrible. Sofía llora desconsolada porque no sólo le tocó un padre que la abandonó cuando era niña, sino que además quiso abandonarla esta noche saltando por la azotea del edificio, pero ella tuvo el coraje de impedírselo, de retenerlo y abrazarlo y decirle que lo quería mucho, que no podía irse y dejarla una vez más.

Sofía llora y yo con ella, y le digo te amo, nunca te voy a abandonar, eres la mujer más noble y buena del mundo, y ella se recuesta en mi hombro y me dice no sé qué haría sin ti, y yo siento que nunca he amado a nadie como a esta mujer tan noble que acaba de salvar la vida a su padre.

Domingo en la noche. Faltan pocos meses para terminar mi contrato con la televisión. Recién entonces podré irme con Sofía adonde ella decida, a Washington o a Ginebra. Tengo unos ahorros en el banco. Esta vez no habrá excusas, invertiré ese dinero en mi sueño de escribir una novela. Sé que no puedo hacerlo en esta ciudad. Estoy demasiado absorbido por el mundo chato de la televisión y, además, no puedo salir a la calle sin que nadie me moleste, porque todos en el barrio -el panadero, el verdulero, los del camión del gas, los cuidacarros que a menudo son también los robacarros, los vigilantes, las fruteras con sus hijos a cuestas- me pasan la voz a gritos y me comentan las cosas bochornosas que hago en la televisión sólo para aumentar la sintonía. Me iré lejos, con Sofía, y pelearé por escribir la novela que me desvela ciertas noches. Ahora no puedo escribir, estoy atrapado por la rutina, sedado por el éxito fácil, idiotizado por esta ciudad que aturde a la gente, la hace débil y apocada. Sofía insiste en que debería comenzar a escribir cuanto antes y dejarme de pretextos, como que Lima me roba la inspiración, pero yo me aferró a esa idea o superstición, que no puedo escribir en esta ciudad con la que me llevo tan mal. Me iré. Sólo faltan cuatro meses. Paciencia. Me iré y no volveré. Me iré y escribiré una novela en la que me cobraré la esperada revancha y ajustaré cuentas con esta ciudad de hienas y chacales.

Sofía está conmigo. Ha venido a media tarde, después de comer con su padre, que está de vuelta en su casa bajo un estricto régimen de medicamentos, y hemos hecho lo que es ya una rutina los domingos, echarnos en la cama, tomar té y galletas, amarnos, soñar el futuro y tratar de olvidar a los hombres que secretamente todavía amamos, ella a Laurent y yo a Sebastián. No hablamos de ellos, yo sé que a ella le molesta, prefiere que olvide a Sebastián, que deje atrás mis devaneos homosexuales, que sea feliz con ella, sólo con ella. No quiero lastimarla, no le he contado que visité a Sebastián mientras ella estaba en Washington, sólo le he dicho que por el momento no tengo ganas de verlo porque es un egocéntrico, un vanidoso y un tonto, como la mayor parte de los actores de esta ciudad, que sólo leen las páginas del periódico en las que ellos puedan aparecer.

Sofía no me habla de Laurent por pudor, no porque a mí no me interese -yo estoy siempre curioso por conocer más detalles de su ex novio-, sino porque le resulta incómodo hacerme confidencias y compartir conmigo los pequeños secretos que tuvo con él. De todos modos, a veces le hago preguntas y ella se resigna a contarme algunos episodios de la agitada vida sexual a la que Laurent la sometió, obligándola a hacer el amor en las más pintorescas circunstancias, por ejemplo en el mar, en la cumbre de una montaña que escalaron juntos o en su consultorio, en la silla reservada a los pacientes. Yo no sé ya qué creer de mí, sólo me aferró a la ilusión de ser feliz con ella en algún lugar menos feo que esta ciudad. Sofía es, por el momento, mi mejor promesa: la amo, me da fuerzas, saca lo mejor de mí y me recuerda que debo dejar la televisión y ser un escritor. Sé que me ayudará contra viento y marea a cambiar de vida, a afincarme en Washington o en Ginebra -yo prefiero Washington porque no hablo francés- y a restaurar la armonía que perdí hace mucho, no sé bien cuándo, quizá cuando sentí de niño que papá me odiaba.

Son las siete en punto, hora de los Simpson. Amamos a Bart, pero más a Homero y a su hija Liza. No nos perdemos un capítulo. Yo salgo a veces en mi programa de televisión con una camiseta que tiene el rostro estampado de Bart Simpson, mi héroe. Todos los héroes de este país parecen muy valientes, pero, al mismo tiempo, y que me disculpen los patriotas, un puñado de perdedores: el marino caballeroso que, sin embargo, perdió la guerra naval; el soldado que se arrojó a caballo desde las alturas del morro para no caer en manos enemigas; el valeroso militar que libró combate desigual y perdió la vida; el aviador que fue derribado; todos muy heroicos y perdedores. A diferencia de ellos, Bart Simpson sí que es mi héroe: hace lo que le da la gana, a menudo se sale con la suya y es condenadamente divertido. Por eso, Sofía y yo no nos perdemos sus aventuras los domingos por la noche, en episodios viejos, doblados al español, que nos hacen reír mucho. Sofía goza especialmente con el viejo Homero y me dice que yo me voy a poner así de barrigón, pedorro y perdedor si sigo saliendo a regañadientes en la televisión y no me atrevo a escribir. Yo, riendo, le doy la razón, porque mi jefe, el dueño de la televisora, me recuerda al narigón que no se cansa de humillar a Homero en la fábrica de Springfield, Missouri.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Huracán Lleva Tu Nombre»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Huracán Lleva Tu Nombre» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Huracán Lleva Tu Nombre»

Обсуждение, отзывы о книге «El Huracán Lleva Tu Nombre» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x