Son muchos los juegos que se pueden hacer con los niños en estas edades. Algunos de ellos son:
“La arañita” en el que se imita con los dedos de una mano el caminar de una araña sobre diferentes partes del cuerpo. Se avanza lentamente diciendo con voz dramática: “Llega la arañita, llega la arañita” hasta una parte del cuerpo en la que se le hace cosquillas. El mismo juego se puede hacer con una abejita o un abejorro y en ese caso el que hace las cosquillas es un solo dedo.
“Concurso de muecas”: papá, mamá, abuelos, tíos se colocan frente al niño y cada cual a su turno hace la mueca más chistosa que se le ocurra. El ganador es el que consigue que el niño se ría más.
“Tortillitas”: se motiva al niño a que aplauda mientras se dice el texto del juego, que puede tener muchas variaciones: “Tortillitas de manteca para la mamá que da la teta. Tortillitas de cebada para el papá que da la colada. Tortillitas y tortones para la abuelita que da los calzones”. Si el niño aún no puede aplaudir por su cuenta se le puede enseñar tomándole de las manitos.
“El avión”: de preferencia el papá o el abuelo sostienen al niño por debajo de los brazos, apoyando las manos en su barriguita, imitan el ruido de una hélice y le hacen dar vuelos por el lugar.
“Burbujas”: mientras se lo baña se le hacen masajes por todo el cuerpo con las manos y el jabón, y luego con un sorbete se sopla dentro del agua para provocar las burbujas.
“Escondidas”: la mamá o cualquier otra persona se esconde detrás de una tela mientras el niño la ve y pregunta ¿Dónde estoy?, luego se destapa y dice “Aquí estoy”. Con el tiempo se motiva a los niños a que imiten el juego.
“El caballito”: se coloca al niño en las rodillas y se las mueve imitando el paso del caballo con diferentes ritmos: Se inicia lentamente con “Al paso, al paso, al paso”. Se acelera un poco con “Al trote, al trote, al trote”. Se aumenta la velocidad con “Al galope, al galope, al galope”.
“Títeres”: con unas medias viejas o pintando caras sobre nuestros dedos se saluda al niño, se le dicen cosas divertidas y poco a poco se incorporan historias pequeñas que él pueda comprender.
Quiero compartir una pequeña canción, “en ritmo de rap”, que escribí para enseñarle a mi nieta a besar como los esquimales, la cual se debe cantar imitando los movimientos que sugiere el texto:
Los esquimalitos se mueren de frío
Por eso tapan todo menos su nariz
Si quieres dar un beso de esquimal
Las dos naricitas debes acercar
Mueves para un lado, mueves para el otro
Y ya sabes besar como todo un esquimal.
Historias narradas y leídas
Los seres humanos somos hijos de las palabras, y la evolución social de la especie es producto de su enorme capacidad de fantasía e imaginación expresada en palabras. En múltiples fuentes podemos encontrar que una de las imágenes más antiguas que tenemos de los seres humanos es un o una anciana contando algo a un grupo sentado alrededor de una fogata: sus reflexiones personales y las de otros. En esas reuniones nacieron la literatura, la religión, la filosofía y aún las primeras tentativas de la tecnología y la ciencia porque allí, con seguridad, se compartían los primeros descubrimientos y hallazgos del cómo mejorar la vida y cómo enfrentar ese mundo desconocido.
Por ello lo ideal es acercarles muy temprano, desde que nacen y aún antes, a esas palabras nacidas de la ficción que son los cuentos y la poesía, que les ayudan a extender su comprensión del mundo porque van más allá del habla ordinaria. Compartir con ellos esas pequeñas historias que han llegado a nosotros a través de la tradición oral y leerles literatura porque con ella se los introduce a nuevas experiencias y al conocimiento del lenguaje que les inicia en la comprensión de esos “otros” que son distintos a él, y a la creación de su historia personal a partir del intercambio con las historias de los demás.
Además, claro está, de las palabras cotidianas de la conversación que, junto al canto, son altamente significativas en el desarrollo del lenguaje. Respecto a la conversación con los niños es importante aprovechar todos los momentos que los padres permanecen junto a sus hijos para hablar con ellos. Es verdad que ahora papá y mamá, debido a las largas jornadas de trabajo, tienen menos tiempo para conversar con ellos, y no pueden compartir con sus bebés como lo hacían antes las mamás que pasaban todo el día en la casa y, mientras cocinaban, lavaban o planchaban, conversaban con sus hijos, les decían lo que estaban haciendo, les contaban sobre su familia, anécdotas de cuando ellas eran niñas, y de esa forma les entregaban su historia personal y su visión del mundo.
Para que los niños accedan a la literatura necesitan de adultos que los acompañen, de padres, abuelos, parientes, docentes y cuidadores que los acerquen con amor a los libros. Adultos que les lean con gusto y sin molestas interrupciones en una actividad que necesita de la creación de un espacio y un tiempo únicos; que les hagan preguntas, que repitan aquellos textos que les entusiasman; que, cuando haga falta, les expliquen las ilustraciones, y que les den todo el tiempo que ellos necesitan para comprender la riqueza de la narración. Cuentos que, para estas edades, deben ser cortos, contados con palabras sencillas e ilustraciones. Y poesía de palabras sonoras, con rima, repeticiones y sonidos onomatopéyicos.
La poesía es la literatura ideal para los bebés, pues se puede leer o recitar mientras se los amamanta, mientras descansan, durante el baño y en cualquier momento. Se recomiendan breves poemas escritos para ellos, como este de Juana de Ibarbourou que forma parte de “Las canciones de Natacha”:
La loba, la loba,
Le compró al lobito
Un calzón de seda
Y un gorro bonito.
La loba, la loba,
se fue de paseo
con su traje rico
y su hijito feo.
La loba, la loba
vendrá por aquí
si esta niña mía
no quiere dormir.
O este de García Lorca
El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.
Han perdido sin querer
su anillo de desposados.
¡Ay, su anillito de plomo,
ay, su anillito plomado!
Un cielo grande y sin gente
monta en su globo a los pájaros.
El sol, capitán redondo,
lleva un chaleco de raso.
¡Miradlos qué viejos son!
¡Qué viejos son los lagartos!
¡Ay, cómo lloran y lloran,
¡ay! ¡ay! cómo están llorando!
Y también la poesía de Neruda, Gabriela Mistral, Machado, Rubén Darío, entre muchos otros, porque a esta edad las palabras son más sonido que significado y el placer de la poesía está en la musicalidad antes que en el contenido. De esa manera no solo los entretenemos sino que empezamos a formar su oído literario. A este respecto, comparto una anécdota que expresa cómo los niños distinguen tempranamente entre la voz literaria y la voz cotidiana y la aprecian. Durante un taller en Casa Palabra Biblioteca, una niña de 5 años le dijo a una joven que hacía una pasantía: “Léeme este cuento, quiero escuchar tu voz de lectura”.
El lenguaje es, como dice Yolanda Reyes escritora colombiana, la casa en la que vamos a habitar toda nuestra vida, por eso es tan importante que tenga los cimientos fuertes y que sus materiales sean variados tanto de la literatura escrita –cuentos sencillos, textos cortos y significativos, poesía y canciones–, como de la literatura oral así como de la conversación cotidiana, comentarios sobre del día a día, recuerdos, preguntas y hasta palabras sin sentido repetidas en forma de juego. La lectura temprana no solo preparará a los niños para su futuro proceso de alfabetización sino que “ofrecerá a los pequeños el material simbólico para que comiencen a descifrarse y descubrir, no solo quiénes son, sino también quiénes quieren y pueden ser” (Reyes, Y, 2009)
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