Nicolás Vidal del Valle - La luz oscura

Здесь есть возможность читать онлайн «Nicolás Vidal del Valle - La luz oscura» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La luz oscura: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La luz oscura»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La fidelidad al equipo de fútbol -la Universidad de Chile-, sirve de trasfondo para narrar -con hábil sentido del suspenso- la represión, los avatares del exilio y la relación de un padre con su hijo.

La luz oscura — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La luz oscura», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

* * *

La única manera es escribirlo; como un cuento, como si le hubiera pasado a otro.

Todo comenzó por un reclamo que hice a Megatel por una cuenta de teléfono estratosférica. Estoy solo y casi no hablo por teléfono; no tengo a quien llamar. Me querían cobrar como si hablara todo el día. Traté de solucionarlo por teléfono, pero me tuvieron esperando con una musiquita enervante que no conducía a ninguna parte; y solo porque no tenía nada mejor que hacer, me pasé una hora escuchándola, hasta que me aburrí y decidí ir a reclamar en persona a una de las sucursales de Megatel, en Ahumada con Agustinas.

La estrategia de esos abusadores siempre ha sido la rendición por aburrimiento. Yo no estaba dispuesto a rendirme, porque simplemente no tenía la plata para pagar esa cuenta. Sabía que me harían esperar un buen rato antes de atenderme. Decidí aprovecharlo para releer Corazón tan blanco . Me atendió un empleado con pelo corto y barba de tres días. Los entrenaban para ser como una pared, inmunes a todo. Metió la cabeza en la pantalla e introdujo unas cifras en el teclado, para luego dejarme esperando unos veinte minutos al frente suyo, sin mirarme. “Lo siento mucho, señor, pero estos llamados figuran como realizados y la tarifa está correcta. Quizás las hizo algún amigo o un pariente”. Tal vez si hubiera ido a Megatel unos años antes, cuando no me sentía tan cansado, habría terminado gritándole al tipo o incluso golpeando su rostro de pusilánime indiferente. Traté de explicarle con buenas palabras que me había quedado prácticamente solo y que casi no ocupaba el teléfono, pero no hubo caso. Siguió repitiendo la frase como un robot.

“¡Llévame con tu jefe!”, tuve que exigirle, levantándole la voz, y el tipo se sobresaltó y me quedó mirando con cara de profunda extrañeza. Se lo repetí, bajando un poco el tono. Tuve que insistir un par de veces antes que apareciera una mujer de baja estatura y me dijera que el jefe hablaría conmigo. Me hizo pasar a una pequeña sala de reuniones, lejos de los demás clientes. Yo no quería estar ahí, prefería quedarme leyendo en mi departamento. Incluso, si no me hubiese faltado el dinero, podría haber pagado la maldita cuenta de una vez para que me dejaran tranquilo, pero me obligaban a sentarme ahí a suplicar, a perder el tiempo, a refregarme en el rostro una derrota perpetua y absoluta y, lo peor, a lo que vino después. Estuve esperando durante media hora, releyendo Corazón tan blanco , en la que ni siquiera me trajeron un vaso de agua. Estaba muy enojado, pero ya me había cansado de pelear. Solo esperaba encontrarme con un tipo razonable y poder zanjar el tema lo antes posible para volver a mi departamento.

Pero se abrió la puerta y lo vi. Ahí todo cambió; ya no se trataba de una cuenta telefónica. “Patricio Reinoso, jefe del departamento de atención al cliente de esta sucursal, a sus órdenes”, me saludó, estirando la mano derecha. Ojos pequeños, tabique pronunciado, orejas llamativamente grandes. Una voz levemente nasal; una voz aguda, que podría haber sido de mujer. Me apretó la mano y apenas contuve las ganas de orinar; era una mano pequeña, que me tocó por escasos instantes, rehuyendo el contacto prolongado. Se sentó al frente mío y habló de Megatel, de cómo para ellos un cliente contento era lo más importante, pero yo no lo escuchaba y tampoco lo veía, porque todo se había vuelto oscuro. “Me vio, huevón, me vio”, apuntando con el dedo. Esa voz, que podría haber sido de una mujer. Había pasado casi una vida, no podía saberlo; pero ya habían comenzado y era imposible detenerlos, sonidos e imágenes que poblaban la sala de reuniones, rostros que se aparecían y me hablaban, siempre apuntándome con el dedo, y decían no te hemos olvidado, Ramón; todavía nos acordamos de ti, Ramón; espero que te acuerdes de nosotros, Ramón; no nos abandones, Ramón. “Efectivamente, el registro del tráfico indica que esas llamadas se hicieron desde su casa. ¿Tiene niños? ¿Nietos tal vez? Hay muchas veces en que los niños se ponen a hacer bromas y marcan cualquier número, y al final los padres tienen que pagar las consecuencias”. Ojos pequeños, tabique pronunciado, orejas llamativamente grandes. Lo miraba sin poder hablar; los dientes mantenían a mi lengua prisionera, inmovilizada. Mi pie derecho comenzó a moverse, descontrolado, y no conseguía detenerlo. Solo quería salir de ahí. “Megatel está dispuesto a hacer una excepción en su caso y rebajarle un veinte por ciento del total de la cuenta”. Sonrisa que mostraba una dentadura mal cuidada. “Y además, como entendemos que las cosas no están fáciles, le vamos a dar la posibilidad de pagar la deuda en tres cuotas mensuales, sin interés”.

Ni siquiera respondí. O tal vez hice un gesto con la cabeza, o un balbuceo infantil. El resto es borroso, confuso. Desperté en mi departamento, botella vacía junto a la cama. “Patricio Reinoso, jefe del departamento de atención al cliente de esta sucursal, a sus órdenes”. No paró de sonreír. Podría ser un tipo cualquiera, puede que no sea él. Mi rostro ha cambiado mucho en veintisiete años, también podría haberlo hecho el suyo ¿Cómo saberlo? ¿Qué debo hacer para saberlo?

3

Cuando el frío me golpea en el rostro tiene un efecto tranquilizador. Por eso decidí dejar el auto en mi casa e irme a pie. La vereda estaba húmeda, pero no mojada, como después del rocío de la mañana. Caminaba por Diagonal Oriente, pero me faltaban unas veinte cuadras todavía. Desde la calle Villaseca en adelante la ruta me resultaba familiar porque la recorría casi a diario cuando pololeaba con Francisca. La hora y la temperatura mantenían a la gente en sus casas. Pocos peatones, algunos autos. Debajo del gorro de lana se escondían los audífonos. Si tenía bien cubiertas las orejas y el cuello, la del frío era una sensación agradable.

Escuchaba los comentarios del partido entre la U y la Católica que acababa de terminar. Roberto nos había invitado a mirarlo en su casa, donde seguramente tendría un asado apoteósico, pero preferí verlo solo, acostado en mi cama, repartiendo la mirada entre la pantalla y la máquina de escribir de mi padre. La puse en el escritorio, junto al mueble del televisor, pero antes la había limpiado porque estaba inmunda, cubierta de una capa gris y pegajosa que me demoré bastante en eliminar. Era como si hubiese resucitado a la vieja máquina de escribir. Desde mi cama alcanzaba a leer Underwood y las teclas blancas se veían brillantes, como esperando ser acariciadas de nuevo. Me pregunté cuánto tiempo llevarían sin ser usadas (los tres relatos de mi padre estaban escritos a mano).

Los dirigentes del fútbol chileno, en otra de sus geniales y frecuentes iluminaciones, habían decidido que el campeonato nacional se siguiera jugando en forma paralela al Mundial de Alemania. El partido con la Católica, por los cuartos de final, había terminado dos a dos. Perdíamos dos a uno hasta el minuto 72, cuando el colombiano Candelo puso el empate. Todo se definiría en el partido de vuelta, el domingo, en el Estadio Nacional. Me arrepentí de no haber llevado la carpeta en una mochila o incluso en mi maletín de abogado. Tenía que ir turnándomela entre la mano derecha y la izquierda, a medida que se iban enfriando.

Terminé de leer el relato y miré las hojas, pero sin volver a leerlas. Me puse de pie, buscando en el movimiento un poco de aire. Fui a la cocina, donde la ruma de platos se mantenía en un precario equilibrio que desafiaba las leyes de la física. En el refrigerador encontré un despoblado absoluto, salvo por dos latas de cerveza que dejé para una mejor ocasión. Enseguida abrí la puerta que conducía a la pieza de servicio. En una esquina se apilaban distintos objetos desechados de otras partes de la casa, pero bajo la ventana estaba el colchón desnudo en el que solían quedarse los borrachos que no estaban en condiciones de volver a sus casas y también algunas visitas. Me detuve frente al colchón y me acosté. Pensé en mi padre y en Patricio Reinoso. “Podría ser un tipo cualquiera, no tiene que ser él”. Era como si Reinoso de alguna forma le perteneciera. Un abismo de inquietantes posibilidades. Subí a mi habitación para revisar otra vez la cuenta telefónica con cifras anotadas y signos de exclamación e interrogación que había encontrado en la caja de mi padre. Ella había estado ahí, había sido la indirecta culpable de la reunión entre él y Reinoso. Tampoco tenía una respuesta; cualquier conclusión sería apresurada. Sentí ganas de entrar a la habitación de Tísico y robarle un poco de hierba del tarrito de vidrio hermético que guardaba en su clóset, pero desistí porque me había prometido no fumar solo, y además si no podía detener a los fantasmas en mis plenas facultades, menos aún lo conseguiría volado. No quería seguir pensando. Hice la junta de accionistas: una actividad mecánica, estupidizante; completar espacios en blanco, repartir dinero ajeno, sumar, restar, copiar, pegar.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La luz oscura»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La luz oscura» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Dr. Victoria del Valle Luque - Poesía Visual im Spanischunterricht
Dr. Victoria del Valle Luque
Ricardo Méndez Gutiérrez del Valle - Ciudades en venta
Ricardo Méndez Gutiérrez del Valle
María Del Valle - La vida en pausa
María Del Valle
Soledad del Valle Rivas - Big Bang
Soledad del Valle Rivas
Jesús María López-Davalillo y López de Torre - Yo sí pude del valle de lágrimas a la cima de los listillos
Jesús María López-Davalillo y López de Torre
Irene del Valle - Ni de aquí ni de allá
Irene del Valle
Edith María Del Valle Oviedo - Ojos color del tiempo
Edith María Del Valle Oviedo
Miguel Ángel Nuñez - Del abismo a la luz
Miguel Ángel Nuñez
María Del Valle Castillo - La vida que no vivimos
María Del Valle Castillo
Отзывы о книге «La luz oscura»

Обсуждение, отзывы о книге «La luz oscura» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x