Jesús María López-Davalillo y López de Torre - Yo sí pude del valle de lágrimas a la cima de los listillos

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En este libro conoceremos parte de la historia de un hombre normal, con una vida monótona, como es la de la mayoría, pero al que la recesión condujo al desempleo a una edad en la que no resulta fácil integrarse de nuevo en el mercado laboral. Si bien, la suerte, el azar o la providencia le presentan la oportunidad de conseguir lo que siempre había soñado y que estaba seguro de que no alcanzaría nunca, hasta que llegó el momento que supo y pudo aprovechar.

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YO SÍ PUDE

DEL VALLE DE LÁGRIMAS A LA CIMA DE LOS LISTILLOS

JESÚS LÓPEZDAVALILLO Y LÓPEZ DE TORRE YO SÍ PUDE DEL VALLE DE LÁGRIMAS A LA - фото 1

JESÚS LÓPEZ-DAVALILLO Y LÓPEZ DE TORRE

YO SÍ PUDE

DEL VALLE DE LÁGRIMAS A LA CIMA DE LOS LISTILLOS

EXLIBRIC

ANTEQUERA 2021

YO SÍ PUDE. DEL VALLE DE LÁGRIMAS A LA CIMA DE LOS LISTILLOS

© Jesús López-Davalillo y López de Torre

Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric

Iª edición

© ExLibric, 2021.

Editado por: ExLibric

c/ Cueva de Viera, 2, Local 3

Centro Negocios CADI

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su contenido está protegido por la Ley vigente que establece penas de prisión y/o multas a quienes intencionadamente reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica.

ISBN: 978-84-18730-86-3

JESÚS LÓPEZ-DAVALILLO Y LÓPEZ DE TORRE

YO SÍ PUDE

DEL VALLE DE LÁGRIMAS A LA CIMA DE LOS LISTILLOS

Introducción

Había una vez, allá por el año 2114, un país, ni grande ni pequeño, e incluso poco significativo en el contexto global, que con las modas y necesidades de aquella época estaba integrado en una unión aduanera (Unión de Países Bananeros) que aspiraba a ser una integración total de países en sus aspectos económicos, sociales e incluso políticos, pero ninguno de los países integrantes quería ceder parte de sus derechos para que avanzara. Unos años más tarde, probablemente por simplificar, pasó a llamarse UB (Unión Bananera). Cabe destacar que cuanto se expresa en este libro es absolutamente imaginario, tanto respecto de los nombres y cargos que en él aparecen como de las situaciones que de todo orden social pudieran al lector parecerle de su propio país, sea cual fuere y dentro de la galaxia donde le tocara vivir.

De esta manera pretendo que quede claro para los poderes legislativos, ejecutivos o judiciales de cualquier país que se pudiera ver reflejado en estas páginas, en el supuesto de que sean auténticamente democráticos, que no podrán ni deberán ejercer acción alguna de tipo civil o penal contra este humilde escritor.

Con esa sana y buena intención paso a narrarles mi historia en aquella UB.

Primeras reflexiones

Ahora que comienzo este libro, cuando ya han pasado varios años, meses, días, horas, minutos y segundos desde que se inició este duro siglo XXII, de los más de diez mil millones de habitantes que, dicen, poblamos este mundo, la inmensa mayoría somos pobres (se les llama así a esas personas que tienen poco o que tienen lo estrictamente justo para vivir); otros, pobres de solemnidad (más que las ratas, como decían mis ancestros, no sé muy bien por qué); con más suerte bastantes más, con una pobreza más digna: la mal llamada «clase media», que acudiendo al diccionario… son los que forman una categoría social definida por sus ingresos… y los del proletariado.

Si seguimos hojeando la enciclopedia, nos aclara que este tipo de gente es generalmente urbana y que tiene que levantarse muy temprano para, tras un agotador trayecto en transporte público, apretujada con gente como ella, trabajar, mediante un esfuerzo físico o intelectual, en una determinada actividad, dedicando muchas horas, sin tener claro si hace bien su trabajo o si, por el contrario, es uno de los elementos que estropean la productividad, entendida como relación entre la producción obtenida y las cantidades de cada factor utilizadas para obtenerla.

Con referencia a mi trabajo físico e intelectual, lo pongo al servicio de una empresa privada.Tras acabar regreso a casa gracias a otro cómodo viaje como el de la mañana, agotado y enfadado casi todos los días porque con lo que me «echan» a final de mes soy casi tan pobre como si no trabajara y simplemente fuera un subsidiado por cualquiera de las múltiples circunstancias que «disfrutan» muchos de mis conciudadanos. Una sensación similar supongo que tendrá Begoña, mi esposa, aunque su trabajo en el ministerio parece más tranquilo y, por supuesto, seguro, además de estar su oficina a pocos minutos andando desde casa, lo cual le ahorra tiempo, dinero y los agobios propios de los transportes urbanos de las grandes ciudades.

Por su parte, Pedro y María, nuestros hijos, también sufren lo suyo con su «trabajo» de estudiar, ya que pasa a recogerles el autobús del colegio a primera hora de la mañana y no los vuelve a dejar en casa hasta mediada la tarde, para que aprovechen el tiempo antes de ir a dormir para merendar y hacer los deberes.

Ellos, cuando lo consideren oportuno, ya contarán cómo asumen ese día a día de sus obligaciones.

Por eso me pregunto con mucha frecuencia: ¿por qué la mayoría de las personas, aun habiendo muchas inteligentes, son pobres? Seguramente estarán pensando que es porque siguen, cual corderillos, los dictados de la sociedad que les sobrecoge, más que acoge, en su seno, bien conducidos por unos cuantos listillos que nos hacen creer que trabajan para todos con total altruismo y que de ninguna forma dejan que se modifique este estatus.

Si de verdad quieren hacerse ricos, lo primero es no creer absolutamente nada de lo que les digan, ni de lo que les escriban o encuentren en cualquier artículo o texto (excepto este libro, que debe ser su biblia personal e intransferible). Incluso duden de lo que vean, porque todo está manipulado.

Observen con detenimiento lo que dicen representantes de todos los sectores, con mensajes casi siempre catastrofistas, pero ellos siguen viviendo muy bien en cuanto acaban el discurso. Hace ya muchos años un sabio maestro me abrió los ojos: «Estás en el presupuesto o estás en el error».Y todos ellos, de una u otra forma, están en el presupuesto.

Fíjense bien, los empresarios pierden dinero, no ganan ni siquiera la rentabilidad que un banco les pagaría por las cantidades invertidas en las empresas; por eso necesitan subvenciones, regalías varias, bufandas, astillas, etc. Desde la patronal se dedican a servir a una serie de empresas (casi exclusivamente las grandes) y correligionarios para conseguir nuevos adeptos basados en la misma demagogia. ¡Pero muchos empresarios, por suerte para ellos e incluso para la sociedad en su conjunto, siguen ganando dinero!

¿Y los sindicatos? Sus pobres dirigentes han sido «liberados» y, para defender mejor a sus afiliados, han dejado con pena sus cómodos puestos de trabajo para dedicarse a la tremendamente dura e ingrata tarea de ser ejecutivos de su sindicato, que en muchas ocasiones abarca también la responsabilidad de empresas creadas por ellos o la de sentarse en cómo-dos sillones de los consejos de administración de otras empresas, algo más cómodos que el cajón que tenían junto al torno o la fresadora, pero nunca se les olvidará que el trabajador (incluso los empleados de sus empresas o sus afiliados) será explotado, pero por suerte ¡sigue habiendo buenos trabajadores!

Con los políticos podría extenderme mucho más, ya que, como hablan mucho y todos los días, hay sobradas referencias en las hemerotecas, pero no creo que merezca la pena contar las historias que nos sueltan de vez en cuando sobre la importancia de los trabajadores para el desarrollo del país. Es lógico, ya que «política» etimológicamente viene del concepto de «arte propio de los ciudadanos, arte social, arte de vivir en sociedad, arte de las cosas del Estado», pero resulta difícil encontrar entre la maraña de políticos uno solo que realmente se pueda destacar de la mayoría y normalmente «se les olvida» lo que apreciaron u observaron en la sociedad. Caen en una fácil amnesia que se les produce sobre lo que prometieron en la campaña electoral, ya que, al fin y al cabo, es lo que les obligaron a decir sus expertos en marketing político, que no saben más que de las utopías que los votantes quieren oír.Y como decía el viejo profesor, «las promesas electorales se hacen para no cumplirlas».

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