Derechos humanos
y transformación política
en contextos de violencia
Ariadna Estévez
Daniel Vázquez
(coordinadores)
Portada
Introducción. Los derechos humanos: ¿una herramienta útil para la transformación política?
Ariadna Estévez y Daniel Vázquez
Teoría crítica y propuesta metodológica para el estudio de los derechos humanos: ¿hacia dónde?
Contribución a una teoría crítica de los derechos humanos
Alán Arias Marín
Derechos humanos y movilización social: un marco analítico para su estudio
Jorge Peláez Padilla
Los claroscuros: tensiones y posibilidades de transformación social de los derechos humanos en contextos de violencia
Los derechos humanos como repertorio de contienda en Colombia
Jairo Antonio López Pacheco
Violaciones a los derechos humanos por parte de actores no estatales y presión transnacional
Alejandro Anaya Muñoz
La respuesta a la violencia. El caso de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos en México
Karina Ansolabehere
Sentencias de la coidh, cumplimientos estatales y derecho a la verdad
Silvia Dutrénit Bielous
Construcción de defensores y estrategias de seguridad en contextos violentos: la experiencia de Ciudad Juárez
Daniel Vázquez, Nacori López
Los límites de los derechos humanos para la transformación social en contextos de violencia
Violencia, necropolítica y biopolítica: los exiliados mexicanos en Estados Unidos
Ariadna Estévez
Caravana de Madres Centroamericanas, un ejemplo de las nuevas luchas migrantes
Amarela Varela Huerta
Ambivalencia de los derechos humanos: movilización y desmovilización social
Mariana Celorio
Notas
Créditos
Contraportada
Introducción. Los derechos humanos: ¿una herramienta útil para la transformación política?
Los derechos humanos (dh) son múltiples expresiones de distintos fenómenos político-sociales. Sin duda alguna son normas y, como tales, han sido esencialmente abordados desde el derecho a partir del desarrollo del derecho internacional de los dh. Sin embargo, no sólo son normas, son también relaciones de poder que se construyen de diferentes maneras y en distintos ámbitos que involucran a actores como gobiernos, movimientos sociales, organizaciones no gubernamentales, organismos internacionales y personas específicas. Los dh también son discursos; de hecho, no hay sólo un tipo, sino varios y muy diversos, con diferentes modalidades y objetivos. Más aún, cuando éstos son performativos, los dh construyen identidades.
Sin embargo, no basta con el derecho para explicarlos, se requiere de otras ramas —las ciencias exactas, la sociología y la antropología política— para entenderlos como relaciones de poder y como discursos. Asimismo, se necesita de la sociología jurídica para observar algún matiz especializado de este tipo de relaciones; o del estudio de las relaciones internacionales para comprender las interacciones de poder entre Estados y/o con organismos internacionales. El punto que hay que destacar es que los dh son claramente un fenómeno multidimensional que requiere de diversas aproximaciones.[1]
En este libro se da prioridad a la perspectiva de los dh desde las ciencias sociales. Por ende, se trata de una mirada situada en contextos específicos, en particular en contextos de violencia. Reflexionamos en torno a la capacidad y límites de los dh para generar procesos de transformación política en el marco de lo que sucede especialmente en México (aunque hay un texto que aborda el caso de Colombia y tres más que ofrecen una mirada de corte teórico) a partir de lo que sucede al inicio del siglo xxi. Es importante situar y contextualizar el tiempo y espacio de nuestra reflexión para que el lector pueda comprender en su totalidad las posibilidades y límites que encontramos.
Luego de la caída del muro de Berlín en 1989 —y con él, de todo el bloque socialista—, se conformó un triunvirato integrado por el libre mercado, la democracia y los dh; es decir, a partir de ese momento, la construcción política, el sentido político común en la construcción de legitimidad estatal se configuró —al menos— por estos tres elementos. Por supuesto, no se trataba de cualquier idea de democracia, sino de una muy específica: la liberal-representativa (Gargarella, 1995; 1996; 2006; 2010). Tampoco se trataba de cualquier discurso de dh (hay varios), sino de uno liberal-juridicista que pronto se convirtió en el hegemónico (Soriano, 2003; Menke y Pollman, 2010; Hunt, 2009).
No se está dando por hecho que no existen tensiones entre estos tres conceptos; por supuesto que las hay, como se hizo evidente en los conflictos entre la conformación del libre mercado mediante las reformas estructurales (especialmente las de primera generación) en las décadas de los años ochenta y noventa en América Latina y los derechos económicos, sociales y culturales (Caliari, 2009; Estévez 2006; 2008). También las hubo en el funcionamiento de la democracia liberal-representativa, con un matiz cada vez más conservador, después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, bajo una mirada específica a la política de seguridad que era contraria a una seguridad humana o ciudadana (Gómez, 2007; cidh, 2009; onu, 1999; 2001; Gutiérrez et al., 2011). Lo que queremos hacer evidente es que esos tres elementos crearon el sentido político común que construyó la idea de época dominante durante una parte de la década de los ochenta, toda la década de los noventa y —con algunos problemas que pueden identificarse en procesos como la vuelta a la izquierda en América Latina y la serie de crisis económicas de las cuales la principal es la iniciada en el 2008 a nivel mundial, y cuyas repercusiones aún están entre nosotros— durante la primera década del siglo xxi (Vázquez y Aibar, 2013; 2009; 2008; Aibar, 2007).
En la medida en que se configuró el sentido político común, ocurrió un aspecto central en el discurso de los dh. Por un lado, éste fue recuperado por los propios Estados como parte de su quehacer político. Esto se puede considerar una victoria del movimiento de dh, como ha sucedido con otros discursos —probablemente el de género es el más evidente, aunque también el de la democracia—. Así, se convirtió en un discurso victorioso. Los dh ya no son sólo el discurso de protesta para limitar la acción estatal; el discurso entró a la esfera gubernamental para ser institucionalizado y administrado desde el gobierno mismo. No es casualidad que en la II Conferencia Mundial de Derechos Humanos celebrada en Viena en 1993 —en medio del auge de la conformación de este triunvirato triunfante— se hayan establecido dos figuras relevantes para los dh: las políticas públicas con perspectiva de dh y la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (oacnudh), que nace entonces y tiene como una de sus principales misiones el desarrollo de estrategias para hacer de los dh indicadores, políticas y presupuestos públicos (Vázquez y Delaplace, 2011). De esta forma, el discurso se tensa entre erigirse como una oposición a los excesos del Estado y, al mismo tiempo, un quehacer gubernamental.
Por otro lado, la izquierda se quedó sin discurso desde el marxismo, desde el socialismo (Przeworski, 1998; González Casanova, 1990; 1995; Roitman, 1995), y encontró en los dh un nuevo refugio. Así, parte de la izquierda social más identificada con el pensamiento marxista comenzó a trabajar en México en torno a la protección y garantía de los dh, ya sea desde organizaciones no gubernamentales (ong) —especialmente dedicadas a trabajar en contra de las violaciones sistemáticas de dh por megaproyectos (mineros, hidroélectricas o de energía eólica); aquéllas relacionadas con derechos laborales, y las que desarrollan la defensa de los derechos de los migrantes (lo cual no es casualidad: estas aristas son las que permiten ver las pautas del modelo de reproducción del capital, que incluyen tanto el neoextractivismo como la acumulación por despojo)—, o las que trabajan con especial énfasis en la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal. Se comenzó a buscar que el discurso de dh sirviera como herramienta para generar procesos que se consideraba tenían cierto potencial anticapitalista.
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