La lectura de Sandra Contreras, por el contrario, valoró aspectos del libro que, entendemos, son su motor: el rechazo visceral a sentir melancolía por una ficción que ya se encaminaba a dar un vuelco. (Cierto, melancólico era una palabra que Josefina empleaba con frecuencia y siempre en sentido peyorativo; al igual que antiguo o adorniano , en el sentido de apegado a la alta cultura, integraba su glosario de adjetivos lapidarios. También en esto hay un gesto de cruzar las generaciones). Otra sugerencia de Contreras fue uno de los aspectos deliciosos de la personalidad chinesca: la curiosidad a toda costa.
Josefina
Ludmer ejerció la perspectiva de género no solo en ensayos como “Las tretas del débil”, sobre Sor Juana Inés de la Cruz. Al mismo tiempo, apreciaba sin reserva a sus maestros de la universidad, a Tulio Halperín Donghi y a Ramón Alcalde (con quien se casó y tuvo a su hijo). A veces reivindicaba haberlo aprendido todo de David Viñas, quizá el último caudillo intelectual argentino, a quien el feminismo hoy podría plantear severos pies de página. En sus memorias, La comedia literaria , el catedrático peruano Julio Ortega, quien tan cerca estuvo en sus años en Yale, la evocó “entrecerrando los ojos, con una sonrisa china, de distancia dramática y complicidad irónica. Desconfiaba de las mitologías de origen”.
Josefina portó ese apodo desde la infancia por su peculiar manera de achinar los ojos al reírse –y se reía muy a menudo y con malicia–. China, esa identidad ambigua, de doble faz, vernácula y global, ese orientalismo telúrico, a la vez tradicional y siempre en armas. Trabajó y maniobró en el interior de los complejos relatos patrióticos con un gesto de olímpica autarquía y, aun así, no sin cierto sesgo de sobreviviente, propio de una generación que llegó a inmolarse.
Me tienta evocarla en los años en que volvió a vivir en Buenos Aires, recordar el gesto chinesco, una mueca de los ojos, y releer al calor de su biografía las astucias de su imaginación crítica, que tomaba los riesgos y las aventuras interpretativas como la mejor razón para ejercerlas. Ante cada prefijo post , no puedo dejar de leer ese doble antes y después que significó su emigración a la detestada New Haven, “la ciudad más racista”, a su criterio, “con una de las tasas más altas de criminalidad en los Estados Unidos”, en eco de esos tonos antipatrióticos aplicado a la ciudad de acogida. Emigración condicionada y parcial, la suya, de la que volvía cada verano, hasta su regreso definitivo al país y a los afectos, que cultivaba con dedicación pero que nunca la gobernaban de manera incondicional.
El obsesivo postismo finalmente se revela como género de la despedida. En estos años de ausencia, la imagino sonriendo así ante esta intervención directa –tirando a táctica blitzkrieg – en las lecturas y debates, en el campo de batalla ampliado a la región, anticipándose a las condiciones de lectura que se impondrían por circuitos aún más serpenteantes.
Los deleites de la patria, a los que no era insensible, rara vez se le presentaban de un modo simple o directo. Prefirió el albedrío que le entregaba una idea de la globalización desde un ángulo emancipador. A las extorsiones y malversaciones del discurso nacional –me consta que la Guerra de Malvinas no la hizo vacilar ni por un minuto–, respondió con El género gauchesco , que tuve la fortuna de reseñar, y El cuerpo del delito , por el que tengo gran admiración. Distancia dramática y complicidad irónica.
China habría cumplido 80 años el 3 de mayo del año pasado. Ahora pienso en ella, no solo en este libro sino en el tiempo al que me llevan algunas imágenes compartidas en él. Este es el testimonio de un trabajo para quienes asistimos a sus grupos de estudio, durante la dictadura, y de una amistad decisiva para mí, de cuánto voy a seguir extrañando su conversación para siempre.
Observa sobre Letargo que le encanta también porque en la novela de Perla Suez encuentra la prehistoria familiar en Entre Ríos, en las colonias judías (“el pasado de mi madre y mi familia materna, los Nemirovsky”). Josefina no dejó manuscritos. Todo indica que eliminó sus apuntes para un proyecto de memorias, del que sobreviven solo un par de páginas con nombres y fechas, más destinadas a su hijo, Fernando Alcalde. El nacimiento del padre, Natalio, en Moisés Ville, el de su madre, Bertha Nemirovsky, nacida en Manchester y criada en Basavilbaso, y una instantánea de la infancia en su San Francisco natal, en Córdoba. Dicen esas notas: “Para mí San Francisco era una ciudad dividida por las vías, que eran un espacio grande que separaba los bulevares 25 de Mayo de un lado y 9 de Julio del otro. No sé si las vías que cortaban la ciudad eran también sociales. Para mí los dos escenarios de San Francisco eran esas vías del ferrocarril y la biblioteca, que decidió mi futuro”. Leo esto y la veo, como a tantos chicos, en esas ciudades de provincia tan parecidas entre sí, fuera del tiempo o, mejor, perpetuamente ancladas en el tiempo del Centenario, caminando por grandes avenidas despobladas que llevan nombres de fechas patrias y próceres, con los rituales y el culto a una nación que festejará para siempre la independencia, cuando la literatura estaba del lado de los relatos compartidos.
Alguna vez China me había contado que en su familia hubo una tía abuela novelista, muerta en Auschwitz. Mucho tiempo después, indagando en páginas de genealogías y árboles familiares, encontré que el padre de Irène Nemirovsky, León –cuya figura inspira al gran financista de David Golder , su primera novela publicada– era el hermano de Isaac, padre de Bertha Nemirovsky y abuelo materno de Josefina. En esa novela de iniciación, muy apreciada en la Francia de entreguerras, el padre es retratado como precursor y partero del capital financiero, el que se adelanta a los cataclismos europeos forzando la circulación de inversiones anónimas; hay allí una referencia a la parte de la familia que se ha ido a probar fortuna en unas colonias judías de Sudamérica. Al publicarse Suite francesa, cuando se conoció la historia completa de Irène Nemirovsky, llegué a mencionárselo. La respuesta de Josefina fue tajante y desdeñosa: “Sí, es esa misma; una escritora realista”. Josefina quería debérselo todo a sí misma y apenas un poco a la tradición judía y el culto argentino de las bibliotecas. En cualquier caso, solo a ese fragmento de las mitologías de origen.
MATILDE SÁNCHEZ
Buenos Aires, agosto de 2020
El nuevo mundo
Supongamos que el mundo ha cambiado y que estamos en otra etapa de la nación, que es otra configuración del capitalismo y otra era en la historia de los imperios. Para poder entender este nuevo mundo (y escribirlo como testimonio, documental, memoria y ficción), necesitamos un aparato diferente del que usábamos antes. Otras palabras y nociones, porque no solamente ha cambiado el mundo sino los moldes, géneros y especies en que se lo dividía y diferenciaba. Esas formas nos ordenaban la realidad: definían identidades y fundaban políticas y guerras.
Este libro busca palabras y formas para ver y oír algo del nuevo mundo. Para especular, porque ¿cómo se podría pensar si no desde aquí, América latina?
Especular
Literalmente y en todos los sentidos. Como adjetivo (del latín speculãris ) con el espejo y sus imágenes, dobles, simetrías, transparencias y reflejos.
Y especular como verbo (del latín speculãri ): pensar y teorizar (con y sin base real, todo podría ser una pura especulación). Y a la vez maquinar y calcular ganancias. Tiene un sentido moral ambivalente.
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