África Vázquez - El cielo entre nosotros

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Alba ha terminado el instituto sin amigos y sin ningún plan para el que tendría que ser el mejor verano de su vida. Noah tiene un asunto que resolver. Los dos coinciden en el valle de Tena, donde vivió el abuelo de Alba, Martín, hasta que la Guerra Civil lo empujó a unirse al maquis, a cruzar la frontera con Francia y a pasar sus últimos años de vida en el campo de exterminio de Auschwitz. Cuando Alba y Noah se conocen, entre libros de historia y viejas fotografías en blanco y negro, ninguno de los dos se imagina lo que el destino les depara. Una historia llena de intriga, secretos familiares y amores que van más allá del tiempo y la muerte. «Tal vez aquella peculiar amistad fuese justo lo que necesitaban los dos. Tal vez aún pudieran cambiar juntos el color del verano».

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Entonces Alba soltó la mayor estupidez que podría habérsele ocurrido:

—Esta tarde pensaba ir a la biblioteca. ¿A ti te gusta leer?

—Mucho, la pena es que no sé hacerlo en español. —El joven la miró con aire de disculpa—. Solo sé hablarlo. ¿Por qué lo preguntabas?

—Por si también te apetecía venir, pero no pasa nada.

—Puedo acompañarte de todos modos.

—Oh. —Alba tragó saliva—. Pues… nos vemos a las seis en la Plaza Mayor, junto a la fuente, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. —Noah hizo un gesto hacia la ermita—. Yo aún voy a quedarme un rato por aquí. ¡Hasta esta tarde!

Alba se alejó a toda prisa por el camino de tierra, en parte porque no quería llegar tarde a comer y en parte para disimular lo nerviosa que se había puesto.

Cuando llegó a casa, todos la estaban esperando, excepto Jordi, que seguía de excursión. Gabi se había teñido la melena de azul eléctrico y se había puesto una especie de túnica del mismo color. Alba se disculpó por la tardanza, se quitó el jersey de cualquier manera y se sentó en su sitio.

—¿Y esa gorra? —le preguntó su prima mientras la recogía del suelo—. Creo que vi una parecida en H&M el mes pasado. No sabía que fueses tan fashion , Alba.

—No es mía —dijo ella sin pensar.

—¿Y de quién es?

Ya empezaban con las dichosas preguntas.

—De un amigo.

—¿Un amigo? —Su tía se inclinó hacia ella—. No será del pueblo, ¿verdad?

—¡A comer, que se van a enfriar los espaguetis con tomate! —Aurora dio unas sonoras palmadas.

Alba se alegró de que su abuela la rescatara. No creía que sus encuentros con Noah tuvieran que ser clandestinos, pero sabía que permitir que llegasen a oídos de su tía era convertirlos en algo de dominio público.

Por suerte, Paloma ya se había puesto a parlotear:

—¡Parece mentira! ¡Mi hija pequeña saliendo sin parar y ese zascandil de Jordi triscando por los montes como una cabra! Tendrías que ver qué ropa se me pone para ir a clase, mamá. Me extraña que la policía no lo detenga por zarrapastroso. Y esas idas y venidas en coche, que no sé a qué fin tiene que coger el coche cada fin de semana… Mira que le dije a su padre que era pronto para regalarle uno. Al menos, no es uno de esos que dejan de ir al pueblo en cuanto se hacen mayores. ¡Aunque ya podría cortarse esos pelos que lleva de punta en medio de la cabeza!

—¡Vale ya de meterte con mi hermano! —protestó Gabi con la boca llena de espaguetis.

—Pues yo creo que tengo un nieto muy guapo y con bastante cabeza —dijo Aurora—. Aunque quizá debería ser más cuidadoso con dónde pone los pies. Las escaleras de esta casa se han estrellado contra su frente en más de una ocasión.

—¡Las escaleras de esta casa y todas las escaleras del mundo! —La tía de Alba extendió los brazos como si pretendiese abarcarlas todas—. ¡Y las esquinas de las mesas y los pomos de las puertas! Jesús, la de veces que hemos llevado a este hijo al hospital…

El resto de la comida transcurrió apaciblemente, ya que consistió en un monólogo de Paloma. Alba no participó en la sobremesa con la excusa de que iba a ir a la biblioteca. Omitió la parte de que había quedado con Noah y se preguntó por qué no podía actuar con normalidad en presencia de su familia sin que esta armara un alboroto.

«Solo vas a la biblioteca», se recordó a sí misma mientras se cambiaba de camiseta. Escogió una blanca con el dibujo de un mapamundi y arrojó el jersey sobre la cama, no creía que fuese a necesitarlo. Luego bajó las escaleras y se dirigió hacia la cocina, donde se encontraba su abuela tomándose el café en silencio. La ventana estaba abierta y se veían las hortensias del patio a través de ella, pero los ojos azules de Aurora estaban perdidos en la nieve de las montañas. Alba lamentó interrumpir sus pensamientos.

—¿Puedo llevarme la bolsa de la compra, abuela? —carraspeó—. Intentaré traerme un par de libros de la biblioteca.

—Buena idea, aunque necesitarás hacerte un carné de verano para eso. —Su abuela se volvió hacia ella—. No vayas con prisa, no hay nada que hacer en casa.

Alba tenía la impresión de que su abuela sabía que ocultaba algo, pero no le dijo nada más y ella tampoco quiso hablarle de Noah. No era nadie importante, solo un chico al que había conocido en el pueblo y al que había tratado peor de lo que merecía. En parte por eso le había propuesto que fuesen juntos a la biblioteca, aunque no se le había ocurrido pensar que quizá Noah no supiese leer en español. «Si es que nunca aciertas».

Le dio un beso a su abuela, se puso la gorra y bajó las escaleras antes de que su tía o su prima pudiesen interceptarla.

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