Título: La sombra de nosotros
Autor: Susana Quirós Lagares
© Susana Quirós Lagares, 2020
© de esta edición, EDICIONES LABNAR, 2021
Corrector: Israel Sánchez Vicente
Imagen y diseño de cubierta e interiores por Ediciones Labnar
LABNAR HOLDING S.L.
B-90158460
Calle Virgen del Rocío 23, 41989, La Algaba, Sevilla
www.edicioneslabnar.com
info@edicioneslabnar.com
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pú–blica o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra; ( www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).
ISBN: 9788416366545
eISBN: 9788416366552
Depósito Legal: SE 1548-2021
Código Thema: FL 5AT
Primera Edición: Septiembre 2021
Impreso en España
Impreso y encuadernado por iVerso
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Alec
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
6 meses después
Agradecimientos
A mi abuelo Emilio, quien se fue demasiado pronto .
«En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente».
KHALIL GIBRAN. Ensayista, novelista y poeta libanés.
La noticia salió en todos los periódicos: «Chico menor de edad asesina a su madre». Juliette recordaba haber estado horrorizada. Sin embargo, acostumbrada a buscar patrones en la conducta de la gente, no tardó en indagar acerca de las posibles causas para que un adolescente fuese capaz de cometer un crimen tan espantoso como el matricidio: homicidio involuntario, locura transitoria, maltrato, un estallido de ira…
Los médicos debieron de pensar algo similar, porque el joven acabó ingresando en el ala psiquiátrica del correccional de la ciudad y, pronto, el crimen que había protagonizado gran parte de los cotilleos de Elveside pasó al olvido. Era algo normal en una ciudad donde todos los años se registraba un nivel de criminalidad de más del cincuenta y cinco por ciento.
Pero ella jamás olvidaría la sonrisa de alivio que mostraba el muchacho en las fotos hechas por la policía. Volvería a ver esa misma sonrisa unos años después en un callejón oscuro, mientras un delincuente de poca monta se lamentaba en el suelo.
Una sonrisa manchada con la sangre que gotearía de sus labios cuando volviese a protagonizar las portadas de los diarios locales: «Maníaco fugitivo abatido por la policía».
La vida da muchas vueltas y Elveside siempre ha escondido muchos secretos.
—Juliette…
La voz del capitán de la Policía de Elveside sonó cansada a través del auricular. Estuvo a punto de colgarle. Eran las tres de la mañana y había trabajado en un artículo hasta muy tarde. Intentó cerrar los ojos, mientras el jefe Johnson se disculpaba por la hora. Pero nada, ya se había desvelado.
Con un sonoro bufido, se levantó atusándose el revuelto cabello castaño y entró en la cocina rumbo a preparar su primera dosis de cafeína. Encontró el bote vacío. Le sacó la lengua a la cafetera como burla, volvió a colocar la taza en su correspondiente armario y lo cerró de un portazo.
—… por eso he pensado que podrías ayudarnos.
—Claro, Eriol. Siempre es un placer contribuir a que la ciudad sea más segura —le respondió con los ojos en blanco.
Esa dosis de sarcasmo hizo que se sintiera mejor. Quizás, haber pasado tanto tiempo analizando a criminales le había contagiado algo. O a lo mejor tenía que ver con lo que había ocurrido dieciocho meses atrás. De cualquier manera, no había estado escuchando a Eriol divagar. Su amigo era, al fin y al cabo, de ese tipo de personas que daban mil rodeos antes de pedirte un favor, y aún no se encontraba lo bastante espabilada para soportarlo.
—¿Crees que podrías pasarte por la comisaría a eso de las siete? Es un asunto delicado.
¿Las siete? ¿En serio? ¿Y la llamaba cuatro horas antes? Algo dentro de su cerebro empezó a gritar y patalear. Puede que se tratase de la única neurona que permanecía despierta a esa hora.
—En realidad, Eriol, a las siete comienzo a trabajar. —Mentira. Era su día de descanso—. Estaré allí a las cinco.
Colgó antes de que su interlocutor procesase lo que había dicho y pudiese protestar… o ella explotar. Últimamente se encontraba al límite.
Se sintió tentada a abrir la caja que se encontraba bajo su cama, pero no creía ser aún capaz de soportarlo. Optó por buscar en el armario un modelo recatado para evitar tener que aguantar los «ingeniosos» chistes del honorable Cuerpo de Policía de Elveside. Finalmente, tras mucho rebuscar y dejar el suelo de la habitación hecho un desastre, logró encontrar una sencilla blusa y unos pantalones oscuros. Su uniforme de batalla.
«Pantalones. Siempre pantalones, querida. ¿De qué te escondes?».
Alejó esa irritante, a la par que conocida, voz masculina de su cabeza pellizcándose el puente de la nariz. Con una mueca, salió del apartamento y cerró la puerta sin mirar atrás.
Al esquivar a un ciclista madrugador, en busca de una cafetería decente donde pudiese encontrar un café bien cargado y con mucho azúcar —la cafeína y la glucosa eran lo único que le permitían aguantar su rutina diaria—, reflexionó sobre por qué no se había retirado aún. En el periódico la habían ascendido y cobraba suficiente dinero para mantenerse con solo ese empleo. De hecho, hacía unos meses le habían subido el sueldo, algo por lo que protestó al no creer merecerlo. Sospechaba que era una especie de consuelo debido a su «depresión». Pero Jack había insistido y logrado salirse con la suya. Ya no necesitaba ese hobby policíaco y, siendo sincera, tampoco lo veía ya tan emocionante. En ciertas ocasiones la aburría y enfadaba a partes iguales. Le traía recuerdos que, por su salud mental y emocional, estaban bien donde los escondía. Sin embargo, en cierto modo se sentía responsable, y creía que debía compensar su actitud de hacía dos años. Demostrar al mundo que volvía a ser la misma.
No era policía. Tenía veintiún años cuando empezó a trabajar en el diario local, compatibilizando la carrera de Periodismo y la de Psicología. Allí se encargó de la redacción de noticias para la sección económica del periódico. Un puesto demasiado aburrido del que pronto se hartó. Una noche, poco antes de entregar un artículo, decidió tirar de su abundante imaginación y hacer una creativa interpretación de la situación financiera de la ciudad que, lejos de ganarse una bronca de su editor, provocó el efecto contrario: la felicitó, soltó una sonora carcajada y le propuso un cambio de sección, enviándola derechita a artículos de opinión. Juliette no tardó en adaptarse a su nuevo puesto. Se sentía como pez en el agua, impregnando su columna de humor negro y teorías conspiratorias. Hasta que un nuevo criminal se convirtió en la pesadilla de toda la localidad, y ella se vio en la necesidad de dar su opinión sobre este nuevo sujeto.
Читать дальше