Estela Julia Quiroga - Sombra de una Maldición

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SOMBRA DE UNA MALDICIÓN es una novela enmarcada en la voz de Micaela, una adolescente de dieciséis años, que atraviesa con angustia un mundo paralizado por la pandemia.
Mica recibe por e-mail un manuscrito de su abuela Elsa, allí descubrirá que en 1921 una madre desesperada maldice a su tatarabuela Rosalía hasta la quinta generación. Más allá de la maldición está la sombra que arroja el propio contexto: desde la crisis del 30, la dictadura, la guerra de Malvinas, las devastadoras consecuencias del 2001, por mencionar solamente algunos hitos.
Una historia que pone sobre el tapete temas como la lucha de la mujer a través de un siglo, la orientación sexual, el abuso, la sexualidad en los adultos mayores, la amistad y el amor.
La abuela Elsa, uno de los personajes centrales, escribe en su cuenta de Twitter: «No se puede cambiar el principio de la historia vivida, pero podemos apostar por un final lo más justo y feliz posible».
Una mirada cargada de esperanza, que permitirá sobrellevar las luchas y el dolor que deben enfrentar sus protagonistas. «A veces parece que la vida se tuerce, no importa lo que pase, siempre está la posibilidad de encontrar el camino» —dice, casi cerrando el capítulo 18, Vicenza, otro de los personajes entrañables de esta historia.

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ESTELA JULIA QUIROGA

Sombra de una Maldición

Quiroga Estela Julia Sombra de una maldición Estela Julia Quiroga 1a ed - фото 1

Quiroga, Estela Julia

Sombra de una maldición / Estela Julia Quiroga. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-87-1728-9

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.

CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com

info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

A todas las mujeres fuertes que me precedieron,

en especial a mi madre.

A mis hijas, a mis nietos.

A mis amigas de toda la vida...

Deseo agradecer a quienes me alentaron para que este sueño fuese posible:

A mis amigas y primeras lectoras: Liliana Cabana, Graciela Galeano, Cristina Oliana, Claudia Graziano y Bendy Dollberger.

A mis colegas Gabriela Romeo y Alejandra Saguier por su mirada crítica.

A Verónica Kunsel por acompañarme siempre.

A mi joven amiga y correctora Daniela Patrone.

A mi amigo y compañero de tantos proyectos de trabajo, quien diseñó la tapa, el artista plástico Eduardo Zicca

A mi amigo Marcelo Pagella por sus sugerencias y apoyo.

Escribir es como un salto al vacío, pero también una forma de recuperar la memoria, de amasar los recuerdos hasta volverlos ficciones. Es una manera de entender el mundo y de crear mundos paralelos.

Siempre tuve la sospecha de que la escritura se produce en la incomodidad y en la necesidad imperiosa de decir algo. Esta novela se gestó en medio de una pandemia.

Cuando leemos y cuando escribimos somos capaces de desarrollar alas que nos posibilitan sobrevolar la realidad y transformarla…

Estela J. Quiroga

Diciembre de 2020

Villa Pueyrredón, Buenos Aires –Argentina - agosto 2020

La abuela Elsa me contó que uno de los momentos más dolorosos de su vida fue cuando cerraron el cajón de su mamá. Nunca se hubiera imaginado que podían pasar cosas peores. Hoy los abrazos están prohibidos, nadie se puede reunir para compartir el dolor, hay que mantener la distancia de por lo menos un metro y medio.

Ninguno de nosotros pudo acompañarla hasta su último momento, sostenerle la mano, decirle que la quería mucho. Me duele, pero estoy tranquila. Yo sé que no tuvo miedo. Siempre había dicho que morir era tan natural como nacer y que formaba parte del ciclo de la vida.

Cuando tenía más o menos mi edad, según decía, le gustaba ir con su primo segundo al cementerio de La Recoleta a leer cuentos de Poe. Se quedaban entre las tumbas hasta el atardecer. Siempre pensé que tenía una relación rara con la muerte, no sé, como amigable.

Yo la siento acá conmigo, está en cada una de sus historias, en todos los momentos que pasamos juntas, por eso no lloro.

Las cremaciones siempre le parecieron una “salvajada”, esa era la palabra que le gustaba usar. Una tarde se la pasó dando explicaciones sobre el tema, se entusiasmaba y hablaba sin parar, agitaba los brazos, levantaba y bajaba la voz. Yo la escuchaba con los ojos grandes y la boca entreabierta… Me imagino que como profesora de secundaria debe haber sido muy divertida. ¡Era tan imprevisible! Recuerdo cada una de sus palabras, no puedo pensar en ella sin que se me escape una sonrisa.

—No niego que la cremación es una práctica muy antigua, fijate que ya la utilizaban en la prehistoria, eso no significa que deba estar de acuerdo. Más bien me inclino por civilizaciones como la griega o la romana, quienes nunca permitieron la quema de sus muertos. Es una costumbre horrible, como un castigo. En Japón, se incineraban solo los cuerpos de los criminales de guerra ejecutados. ¡Ni se les ocurra quemarme! Yo quiero ir a la tierra, aunque esto les complique la vida a mis deudos…

Debo haber puesto cara algo rara porque ahí nomás me explicó que yo sería una de sus deudos y luego me preguntó que si me molestaría llevarle margaritas. Adoraba las margaritas porque eran las flores de los hippies y ella era más o menos de esa época, creo.

¿Alguien podía pensar que iban a meter a los muertos en una bolsa de plástico, sin la presencia de la familia, sin flores ni nada? Bueno, así son las reglas en estos tiempos.

La mejor decisión que tomé fue quedarme con la abuela durante la cuarentena. Ella estaba inmunosuprimida desde antes de que yo naciera porque padecía una enfermedad crónica. La tía Libertad había dicho que si se llegaba a contagiar iba a resultar una paciente de alto riesgo.

Mamá y papá no tuvieron ningún problema cuando les pedí pasar la cuarentena con mi “ababa”. Cada uno, por su cuenta, me abrazó y me dijo cosas como que a la abuela le iba a hacer mucho bien compartir tiempo conmigo y que yo era madura y sensible y bueno, eso. Lo hice porque sentía que quería hacerlo. No me arrepiento, al contrario. Ella siempre decía que el número de contagios era muy alto, que era una lotería y que había pasado los mejores meses de su vida mostrándome fotos y contándome las cosas de la familia.

Cuando murió el vecino del tercero H la noté preocupada. Después vinieron las vacaciones de invierno y regresé a la casa de mamá.

Dos días antes de mi cumpleaños vinieron todas las tías a casa. Bueno, todas menos Julia, que vive en Escocia y no pudo viajar. Pensé que era una sorpresa y que estaban organizando algo especial. Después me llamaron.

Mi mamá me abrazó y se le quebró la voz. La miré y fue peor. Me abrazó más fuerte y se quedó en silencio.

—Es difícil decir esto —empezó la tía Libertad— no sabemos cómo, pero la abuela se contagió de coronavirus. Va a tener que enfrentar una batalla muy dura y con pocas posibilidades. Tenemos que ser fuertes.

Tuve ganas de contestarle mal, me molestó mucho que dijese “tenemos”, no me gusta que me incluyan en algo en lo que no estoy de acuerdo. Miré a mi alrededor y no era momento de decir nada que pudiera hacerla sentir mal. De golpe, se me ocurrió hablar sobre un tema que el resto de la familia no sabía. Respiré profundo y con toda naturalidad lo dije.

—La abuela está escribiendo una novela, trata de nuestra familia, bueno más o menos porque me explicó que cuando alguien escribe, distorsiona, reacomoda, tapa, inventa, transforma y hace lo que quiere o lo que puede con las palabras. Como dicen en las películas, “cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia”. También escribió dos obras de teatro. Una justo la estaba ensayando. Esa la leímos juntas. A mí me encantó, yo hice de Luz. Ella leyó Alicia. Me mostró viejos recortes del diario de cuando había recibido el premio “Trinidad Guevara” como actriz de reparto. Yo no tenía ni idea de que ella había sido actriz. Tampoco tenía idea de que fuese escritora. Se hizo un silencio.

—Así es la abuela —dijo tía Juana— siempre con un “as” debajo de la manga, con una sonrisa pase lo que pase. Cuando éramos chicas se disfrazaba, nos inventaba cuentos, juegos, nos divertíamos mucho. Me tengo que ir, Ceferino lo debe estar volviendo loco a Patricio. Tengamos fe, todo va a estar bien. Mamá nos enseñó a no bajar los brazos.

Mi cumpleaños pasó desapercibido, un encuentro por Zoom con amigas, pero la familia iba y venía. No era para menos, a la abuela la habían internado. Los primeros días me mandaba mensajitos, hacía bromas. Después pasó a terapia intensiva. Muchas veces me dijo que ella iba a estar bien, que yo debía confiar.

Había pasado poco más de una semana cuando la tía Libertad recibió un llamado telefónico. Así nos dieron la noticia. Le recalcaron que, por protocolo, debía ser cremada. Justo lo que la abuela no hubiese querido. Tenía que ser rápido y sin gente, nada de velatorio. Sin margaritas, sin música de los Beatles, sin amigos, ni colegas, ni ex alumnos, sin despedidas, sin lágrimas compartidas. En soledad, en silencio. Yo conservaba mis mejores recuerdos, eso no te lo puede quitar nadie. Me había pedido que si le pasaba algo lo escribiera en Facebook.

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