Estela Julia Quiroga - Sombra de una Maldición

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SOMBRA DE UNA MALDICIÓN es una novela enmarcada en la voz de Micaela, una adolescente de dieciséis años, que atraviesa con angustia un mundo paralizado por la pandemia.
Mica recibe por e-mail un manuscrito de su abuela Elsa, allí descubrirá que en 1921 una madre desesperada maldice a su tatarabuela Rosalía hasta la quinta generación. Más allá de la maldición está la sombra que arroja el propio contexto: desde la crisis del 30, la dictadura, la guerra de Malvinas, las devastadoras consecuencias del 2001, por mencionar solamente algunos hitos.
Una historia que pone sobre el tapete temas como la lucha de la mujer a través de un siglo, la orientación sexual, el abuso, la sexualidad en los adultos mayores, la amistad y el amor.
La abuela Elsa, uno de los personajes centrales, escribe en su cuenta de Twitter: «No se puede cambiar el principio de la historia vivida, pero podemos apostar por un final lo más justo y feliz posible».
Una mirada cargada de esperanza, que permitirá sobrellevar las luchas y el dolor que deben enfrentar sus protagonistas. «A veces parece que la vida se tuerce, no importa lo que pase, siempre está la posibilidad de encontrar el camino» —dice, casi cerrando el capítulo 18, Vicenza, otro de los personajes entrañables de esta historia.

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Horas más tarde un titular del diario El mundo les borraría la sonrisa a muchísimos argentinos con lo que se llamó el Jueves Negro.

La prosperidad se derrumbó igual que un castillo de naipes, crisis, depresión económica, desocupación, desesperanza, fraude electoral y negociados. Los poderosos alentaron el golpe militar, todo parecía desbarrancarse.

Teodoro tuvo que vender las tierras, la casa y dedicarse a otra cosa. Se mudaron desde la Provincia de Buenos Aires al barrio porteño de Flores.

Rosalía empezó a trabajar como costurera para una gran tienda de moda, todos los lunes iba en el tranvía 84 a buscar las telas y los moldes.

Era un largo trayecto, para entretenerse, leía alguna revista, o las Aguafuertes Porteñas de Roberto Arlt. Los viernes llevaba el trabajo terminado y con su paga se daba el gusto de comprar puntillas o cintas para modernizar la ropa de sus pequeñas hijas. Aunque disfrutaba haciéndolo, porque le encantaba sentirse más independiente, la verdad es que le generaba cierto perverso placer hacer sentir culpable a Teodoro por haber tenido que salir a trabajar y no paraba de reprocharle…

Fueron años difíciles, plagados de desavenencias, privaciones y sacrificios. Les llevó poco más de una década lograr cierta estabilidad económica, para entonces Martina y Vicenza se habían convertido en dos bellas jóvenes con personalidades muy diferentes.

Martina siempre había tenido aires de beatitud, por momentos una sombra de tristeza parecía acompañarla y hablaba de cosas incomprensibles para los otros, pero a nadie le llamaba demasiado la atención. Su abuela Matilde, quien solía viajar a Buenos Aires, de tanto en tanto, para visitar a su hija mayor y sus nietas, antes de que la niña tomase su primera comunión le había regalado un libro de biografías de santos, Rosalía se molestó porque creía que Martina era demasiado pequeña para esas historias.

Doña Matilde, quien no buscaba otra cosa más que proteger a su nieta de la maldición, le leía cada noche una historia diferente. Cuando terminó el libro, Martina le rogó a su abuela que volviese a leerlo y la escuchaba extasiada.

—Me gustaría ser como Santa Teresita del Niño Jesús, quiero una imagen de ella para ponerla sobre mi mesita de luz.

—Desde luego, mi vida, estoy segura de que Dios te va a acompañar en tus deseos.

Martina era serena, de carácter muy firme, algo melancólica.

Vicenza en cambio era alegre y dicharachera, le encantaba bailar, cantar y hacer piruetas. Su madre influenciaba muchísimo en sus decisiones, contrariamente a su hermana, ella necesitaba complacer a sus padres en todo.

Martina lograría escabullirse de la maldición. Vicenza en cambio iba a recibir el peso de aquella desgracia.

Capítulo 3

Lurin. Provincia de Lima – Perú – 12 de junio 2010

El sol cae perpendicular sobre el silencio. Los árboles están tiesos. Una bandada de pájaros atraviesa el cielo y un sollozo se dispara sofocado por la mano izquierda de Mariano. Nadie pestañea. Apenas dos minutos después Mariano observa el ataúd que desciende a la fosa y con la misma mano arroja un puñado de tierra que retumba como si se escuchara demoler un edificio… Es un ruido ominoso, despiadado igual que la muerte misma. Los deudos empiezan a retirarse. Solo queda él y su mejor amigo Rafael Velázquez. Los hombres caminan despacio hacia el único auto que aún aguarda. El chofer está parado junto a la puerta entreabierta, hace una inclinación de cabeza y ambos suben. Mariano se recuesta sobre la ventanilla. Rafael saca un cigarrillo que no enciende.

—¿Qué vas a hacer ahora Mariano? Te has quedado solo, compadre.

—Deseo volver a mi país. Los últimos meses de la enfermedad de Teresita me destruyeron. Lo importante es que ella se fue en paz. Ahora necesito volver a encontrarme conmigo mismo.

—Conocer a otros es inteligencia, pero ir en busca de tu propia esencia y hallar el camino, eso es sabiduría. Te admiro y de corazón te deseo lo mejor.

—Lo sé amigo, en todos estos años siempre sentí tu apoyo y tu comprensión, hasta en los momentos más terribles, cuando me fui enterando de la verdad.

—Te he respetado siempre. A pesar del daño que Teresita te hizo pudiste perdonarla. Eso habla de tu grandeza. Es cierto, ahora es el momento de emprender el viaje. ¿Cuándo piensas marcharte a Buenos Aires? Te voy a echar de menos.

—Tengo pensado renunciar a la Cátedra y quedarme solamente con el trabajo de investigación y con las publicaciones. No quiero sentirme atado. Necesito manejar mis tiempos, recuperar mi vida, si es que puedo, aunque no tengo la menor idea de con qué voy a encontrarme. No le guardo rencor a Teresita.

—No es necesario que la sigas justificando. La Universidad Nacional Mayor de San Marcos te recibió con los brazos abiertos y apuesto a que volverá a hacerlo y mientras vivas en Lima mi casa es tu casa…Voy a sacar ventaja de tu estadía en Buenos Aires porque es posible que logre tener más noticias de mi hijo Agustín a través tuyo… este muchacho es reacio para comunicarse…Aquí tienes su dirección. Es todo un profesional.

—Te agradezco Rafael, ha pasado tanto tiempo que voy a resultar extranjero en mi propio país. Juro que me contactaré con mi ahijado apenas llegue.

—Me alegra mucho que hayas decidido hacer este viaje. La vida, no importa lo compleja que sea, está hecha de un solo momento y me atrevo a decir que ese momento es cuando uno está realmente dispuesto a enfrentarse con la verdad. Este viaje te va a permitir re encontrarte.

******

Lima – Perú– 28 de octubre 2010

Todo está dispuesto. Mariano espera al auto que lo va a llevar hasta el aeropuerto Internacional Jorge Chávez. Echa un último vistazo a su departamento, a sus cosas, a tantos años compartidos. Lleva lo indispensable: su laptop, una valija con ropa y otra con algunos libros. Siente que tiene que ir, pero camina por la incertidumbre, se le mezclan cientos de imágenes en su cabeza desde aquel doce de junio. Se siente aturdido.

El chofer del taxi quiere entrar en conversación, los esperan doce kilómetros, hace referencia al clima, al fútbol, a las mujeres. Mariano apenas responde con monosílabos. El chofer no se da por vencido. El tráfico se atasca.

—Ruego que tenga tiempo señor porque esto puede demorar, ¿sabe usted que el aeropuerto de Lima es el más importante centro de conexión de Sudamérica? Por aquí circulan más de veinte millones de pasajeros al año ¿Eso es mucho, verdad? Pero, se me ocurre que usted no es de aquí señor. ¿De dónde nos visita?

—Soy argentino, de un pueblo del interior.

—¿Es argentino? —pregunta mientras trata de mirarlo por el espejo retrovisor— ¡No, no puede ser! ¡Si los argentinos son de hablar mucho y darse muchos aires! Disculpe usted. Aquí yo me la paso escuchando sus chácharas. Pensé que era… no lo sé, uruguayo tal vez. Llevamos casi diez kilómetros y no le he escuchado ni una queja, ni una historia, nada de nada...

—Llevo muchos años viviendo en Perú.

—¿Ha visto? Si ya lo decía yo. ¿Va a visitar familia? ¿Va de paseo? ¿Alguna desgracia?

—No lo sé, tal vez todas esas cosas juntas, no tengo idea.

—De corazón le voy a pedir a Nuestra Santísima Señora de la Nube que lo proteja, que lo ayude.

Mariano se sorprende por la repentina veta mística del conductor quien lo mira por el espejo y ya no sonríe. Ahora está serio. Hace silencio.

Baja del auto. El chofer saca las valijas del maletero y lo saluda con una inclinación de cabeza. Mariano queda solo, parado en medio de una multitud que va y viene. Despacha el equipaje. Compra un diario, se sienta cerca de la puerta en la que va a abordar su vuelo. Camina como un autómata. Casi sin darse cuenta se está abrochando el cinturón de seguridad. En cuatro horas y media estará en su patria, en aquel lugar del que salió a escondidas.

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