—Se lo he dicho, todo sucedió tan rápido que apenas pude hablar con él —se lamentó.
—Vamos a hacer una cosa. Es una especie de terapia.
Sonrió con entusiasmo. Hacía mucho que no realizaba una de estas dinámicas y la verdad es que creía que podría servir de ayuda. Sin embargo, por el ceño fruncido de su anfitriona, iba a costarle convencerla.
Durante la siguiente hora, Juliette le hizo repetir una a una todas las acciones de esa noche por toda de la casa, desde poner el despertador, hasta tumbarse en la cama, la llamada a la policía y cada paso que dio. La experiencia terminó en el despacho, donde la hizo sentarse y cerrar los ojos.
—Quiero que recuerde esos momentos del reencuentro, que vuelva a reproducir en su mente la conversación y que esté atenta a lo que le rodeaba. No tanto a él, déjelo que sea una voz de fondo.
La mujer asintió obediente.
La vio susurrar en silencio y cómo sus gestos iban cambiando de la sorpresa a la felicidad, y luego de la preocupación a la melancolía. Decidió hacer un boceto rápido de ella. Prefería su cámara, pero le bastaría con las lecciones de dibujo de su abuelo. Entretanto, no perdía detalle a lo que la señora Carter murmuraba.
—Pensé que estabas muerto, Bob… Que me habías abandonado —la tristeza impregnaba su voz. Juliette se sintió culpable al presenciar un momento tan íntimo.
Ajena a las emociones, Leonor asentía y sonreía mientras estrechaba sus propias manos como si fuesen las de su esposo. Entonces, gritó:
—¡Norma!
—¿Disculpe? —cuestionó Juliette aún sin recuperarse del susto.
—Me llamó Norma. —La mujer parecía orgullosa ante tal revelación y la joven sintió que algo escapaba a su entendimiento.
—No comprendo…
—Es la unión de mis dos nombres: Leonor Mary Eden. Era como él me llamaba en privado.
—¿Está segura de que nadie más lo sabía? ¿Amigos? ¿Familiares?
—No, en absoluto. Era también nuestro código. Cuando comenzaron los problemas con la ley, me hizo prometer que no se lo contaría a nadie para así tener la certeza de que si nos escribíamos o telefoneábamos éramos nosotros de verdad. Aunque nunca llegáramos a hacerlo.
—Vale, esto sí que es algo importante. Probablemente quieran interrogarla de nuevo, pero creo que es un gran comienzo —sonrió al llamar a la comisaría.
Se dirigieron a la cocina, para hacer café y esperar a la policía. En el trayecto, Juliette reflexionó sobre lo parecida que había sido su historia y la de Leonor.
—Robert se transformaba al cruzar esa puerta. —Señaló su anfitriona hacia la entrada—. Aquí era el hombre más noble y cariñoso del mundo. Un buen marido y aún mejor padre. Lo que ocurría fuera de nuestro hogar era fácil de ignorar para mi corazón. Como dice la canción, si hay alguien dispuesto a rogar, a robar por ti… ¿cómo no iba a quererlo? Amaba a ese idiota soñador. No espero que lo comprendas, muchacha.
—La comprendo mejor de lo que cree.
La entendía mejor de lo que cualquier otra persona podría hacerlo. Juliette había experimentado en su propia piel ese tipo de amor culpable. Y aún era incapaz de pensar en aquellos días sin sentir una agonía desgarradora. Leonor pareció ver en sus ojos el dolor de la pérdida. Le dirigió una mirada cariñosa y le agarró la mano con suavidad.
—¿Fue hace mucho tiempo?
—Dos… Casi dos años —respondió Juliette.
—Si algo duele tanto es que mereció la pena —opinó la mujer.
Juliette contuvo una lágrima furtiva. Era la única vez que se había permitido mencionarlo en mucho tiempo.
—No dejes que nadie te diga que algo que te hizo sentir tan bien es malo. Esta vida es demasiado corta para negarnos la felicidad. Créeme.
Por la mirada que lanzó a la casa de Teddy a través de la ventana de la cocina, supo que el consejo también se lo estaba dando a sí misma. Juliette decidió recomponerse, y dejar sus sentimientos al lado. No era la primera vez que lo hacía y, aunque acababa de decidir aceptarlos de nuevo, prefería dejarlos escapar en la intimidad de su cuarto. Necesitaba ser más objetiva que nunca en este caso, y pensaba hacer bien su trabajo.
—Vamos a resolver todo esto, Leonor. Te lo prometo.
La sonrisa asomó en el rostro de la mujer al mismo tiempo que un coche patrulla estacionaba frente a la casa. Fueron dos agentes quienes tomaron declaración de nuevo a la señora Carter.
La entrevista no se demoró demasiado.
El viaje de regreso fue más silencioso que el de ida. Había pensado volver caminando hasta la verja, pero Teddy insistió en acercarla. Juliette sospechaba que había sido una excusa para visitar a su anfitriona. Shake It Out de Florence and The Machine sonaba en los altavoces del coche en la emisora de radio local. Era una de sus canciones favoritas, y le pareció perfecta para aquel instante.
Fuera del vecindario la esperaba Eriol, lo que la hizo sentirse como un paquete que iba pasando de mano en mano con una etiqueta grande en la que rezaba «frágil».
—Juliette, sé que estás molesta —dijo ya a bordo del vehículo—, pero tienes que entenderme.
—Lo estoy, y sabes por qué. —Negarlo no habría servido de nada—. Pero no te preocupes, no voy a romperme.
Ambos sabían que no era el momento de lanzarse los errores que uno y otro habían cometido.
—Necesitas esto tanto como yo tu pericia —aclaró él—. Nos vendrá bien a ambos volver a trabajar juntos.
—En eso tienes razón —respondió Juliette.
Después de compartir una mirada cómplice, consiguieron encontrar un tema de conversación. Se pusieron al día sobre sus vidas y sin quererlo abordaron el caso de aquella mañana. Al parecer, sí que había huellas del sospechoso, aunque habían sido descartadas al creer que podrían ser de cuando vivía con su esposa. Un error que admitía una fácil corrección. Tras cotejar las pruebas no había dudas de que el fugitivo Robert Eden había estado, en compañía de dos sospechosos sin identificar, tanto en su vieja casa como en la de sus vecinos, lo que sacó una sonrisa a Juliette, pues ayudó a demostrar que Leonor no se había vuelto loca.
La charla llegó a su fin frente al edificio donde vivía la joven. El viejo bloque continuaba con el ascensor estropeado desde que se hizo con un apartamento en el quinto piso. Por entonces no le importó, solo quería disfrutar de su independencia. Pero en noches como aquella maldecía tener que subir cinco plantas de escaleras. Sus pensamientos divagaron mientras jugaba con las llaves en la puerta. En el momento que fue a encender las luces vislumbró un movimiento entre las sombras y sacó su pistola del bolso. Cuando todo se iluminó, se encontró apuntando a sus padres y a medio Cuerpo de Policía de Elveside. Algunos sonreían. Otros se alertaron al ver que les encañonaban con un arma.
—¿Podemos gritar «sorpresa» ya? —preguntó su padre con las manos en alto.
Juliette estaba al borde de un infarto.
—¡Julie! —gritó una voz a su espalda—. No te di eso para que boicotearas tu propia fiesta de reincorporación.
—Eriol Johnson, ¿por qué no me has avisado? —gritó enfadada.
—Ha sido idea de Will. Ya sabes cómo es para estas cosas.
Juliette sonrió con ternura ante la mención del joven, quien se acercaba con un par de cervezas.
—No todos los días la hija pródiga vuelve a casa. —Le ofreció una de las cervezas y ella se la llevó a los labios de inmediato.
—Gracias. Muchas gracias —y lo decía de verdad. Después de todo, no esperaba que tantos compañeros se preocupasen de ella.
«Aunque falta alguien…».
Juliette espantó aquel pensamiento de su cabeza tan pronto como apareció. Él no habría podido estar entre tanto policía.
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