El misterio se resolvió mucho tiempo después. Yo iba en la prepa. Ya tenía cuatro años de haber vuelto al df y un día Mireya, mi maestra de historia, empezó a hablar de «la microhistoria», y del genio que la había inventado: Luis González y González, cuya obra maestra se llama Pueblo en vilo , un libro en el que cuenta la historia de un pueblito llamado San José de Gracia, con la minuciosidad de alguien que estuviera contando la fundación de París.
Lo interesante es que contando la historia de un pueblito, se sabe mucho del país que lo contiene. Tal vez más que contando la historia del país entero.
Luego supe que don Luis González estaba casado con Armida de la Vara, cuyo nombre amé desde la primera vez que lo leí. Y algunos de sus relatos y poemas que venían en los libros de texto aún los recuerdo de memoria.
Don Luis y doña Armida resultaron ser los abuelos del Goli . Y eran ellos con quienes El Güero platicaba fascinado, junto con otros desconocidos que seguramente eran Enrique Krauze, Jean Meyer, Héctor Aguilar Camín y otros grandes intelectuales, junto a quienes seguramente pasé varias veces, sintiéndome La Única Persona Inteligente de Ese Pinche Pueblo y gritando que el examen semestral me la había pelado.
La última vez que fui al pueblo era porque mi abuelo estaba muy enfermo. Al llegar lo vi muy mal. Murió al día siguiente y yo lloré mucho, pero mi llanto no era feo ni doloroso. Sabía que me estaba limpiando por dentro. En ese mismo viaje supe que José Juan también había muerto. Iba en las redilas de una camioneta que se volteó en la carretera. No volví jamás a San José de Gracia. ¿A qué?
Pero el otro día mi mamá fue para allá a ver a mi abuela, que sigue vivita y coleando. Antes de irse le encargué que tratara de conseguirme el libro Canto rodado de Armida de la Vara (título genial que podría traducirse, dylanianamente, como Rolling Stone ). Le recordé que Luis González era venerado por los grandes pensadores de México. Ella me dijo que había visto a Krauze en San José varias veces. «Pues es que hasta el nuevo Premio Nobel de Literatura es fan de don Luis», le dije. «¿De veras? ¿Y cómo se llama?».
«Se llama Jean-Marie Gustave Le Clézio. Seguro lo viste en las noticias. Uno güero… francés». Entonces me cayó de sopetón el recuerdo. Con razón el Nobel se me hacía tan conocido. ¡Era el Güero!
Quisiera que José Juan estuviera vivo para decirle que aquel bato, que estaba rostro, además es un gran escritor. Quisiera decirle que ya leí su libro La conquista divina de Michoacán , en la que narra la historia de la civilización purépecha, basándose en otro libro llamado Relación de Michoacán . Según Le Clézio, la Relación de Michoacán es del nivel de la epopeya de Gilgamesh o la Ilíada .
Pero sobre todo, quisiera contarle a José Juan un pasaje en el que una tribu de purépechas furiosos, nómadas y cazadores, se encuentran a un pescador a orillas de un lago y le hacen preguntas respecto a la zona. El pescador les contesta en su mismo idioma y resulta que tienen el mismo origen y adoran a los mismos dioses.
«¡Somos hermanos!», exclaman los nómadas, que hasta ese momento se habían sentido solos en el mundo. Entonces, los pescadores y agricultores se unen a los cazadores errantes y forman una alianza muy poderosa.
Tú y yo, querido José Juan, también fuimos hermanos. Yo era el nómada que se sentía solo y tú hablabas mi mismo idioma, y oíamos a Kiss y defendías al Güero .
A las puertas de los ángeles caídos
Bob Dylan redeems all and everywhere
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