Camila Foresi - Margarita

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Julieta descubre que todo en su vida es una mentira y decide ir en busca de su destino haciendo un viaje que le demostrará que el amor aún existe.
En un lugar remoto, conoce a quienes se convertirán en su familia y a Juan, el amor de su vida, quién la rescatará de todas las maneras posibles.
El amor de ambos es puesto a prueba entre engaños, mentiras y tragedias, pero el tiempo les demuestra que ellos están destinados el uno para el otro.

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¿Estás bien? ¿Necesitas algo? - al correr el cabello de su rostro y ponerlo detrás de su oreja descubrió que estaba llorando - ¿Qué te ocurre? – habló bajo y con dulzura.

¿Es verdad que casi muero?

Si – susurró. Sostuvo el rostro de ella con las manos y la miró a los ojos llenos de lágrimas - Pero no ocurrió.

Soy una estúpida – dijo llorando con pena y algo de vergüenza.

No lo eres – besó las lágrimas de sus mejillas y volvió a mirarla a los ojos – Yo te cuidaré.

La besó en los labios suavemente. Un beso tierno que le había sido correspondido y que le había hecho latir muy fuerte el corazón. Estaba enamorado.

Al salir del hospital, Julieta se sorprendió al ver su auto allí estacionado. Se detuvo frente a él y preguntó.

¿Por qué mi auto está aquí?

Lo siento, debí usarlo anoche. Mi camioneta se averió y lo tomé para ir a buscarte ¿Quieres conducir? – Juan le ofreció las llaves del 206.

No – dijo y negó con la cabeza – Conduce tú. No creo poder.

Era una mañana hermosa, templada y con el sol en lo alto, ideal para un viaje en ruta. Pero necesitaban lo indispensable para eso, así que, antes de partir, hicieron varias paradas. Cargaron combustible y Julieta compró un termo y un mate (según ella eran muy necesarios para la ocasión) Mientras la esperaba en el auto mientras hacía las compras, Juan llamó a Marité a quien no le había hablado desde la noche anterior.

¡Juan! Estaba preocupada ¿Cómo está Julieta? – dijo con un poco de reproche.

Perdón, es que me quedé dormido.

Bueno, tu voz me hace pensar que todo está bien… ¿O no?

Si – suspiró Juan – Román ya le dio de alta, en un ratito salimos para Margarita.

¡Ay qué alivio! ¿Cómo estás?

Bien, algo cansado. Pero bien.

¿Y ella?

Está comprando un juego de mate – la miró a través del vidrio del negocio. Le pareció preciosa en cualquier momento y lugar.

¿Entonces está bien?

Perfecta – respondió dándole varios sentidos a esa palabra.

Los espero para almorzar.

Sí, llegamos al mediodía.

Colgó la llamada y Julieta se acercó a la ventanilla del conductor. Se agachó, le dio el nuevo juego de mate color rosa pastel y le preguntó.

Voy por unas facturas allá en frente ¿De cuáles te gustan?

De membrillo – respondió él que moría de hambre.

¡Igual que a mí! – sonrieron – Ahora vuelvo – miró a ambos lados y cruzó la calle ante su mirada atenta.

Ambos estaban sonrientes, la mañana estaba hermosa, las facturas riquísimas y el mate muy bueno. El viaje de vuelta a Margarita distaba mucho del que Juan había tenido que hacer durante la madrugada, con Julieta inconsciente. En ese momento, ella iba cantando, bailando y moviendo los brazos al son de la música. Cebó mate y comieron facturas, rieron y conversaron. Ese iba a ser un viaje perfecto para ambos.

El teléfono de Julieta sonó y Juan la notó particularmente muy contenta con quien fuese que iba a hablar. Quizás, hasta sintió algo de celos.

¡Hola papá! – entonces Juan se relajó - ¿Cómo estás?

¡Hola hija mía! Hace días que no sé nada de ti ni de tu viaje…

Es que no estoy viajando. Estoy parando en Margarita, Santa Fé.

¿Pero por qué? ¿No ibas al norte?

Sí pero este lugar me gustó mucho – y miró a Juan al decir eso – Y quisiera conocer un poco más por aquí.

Ya veo… ¿Y qué has conocido mi niña?

Bueno… - pensó - Vine a conocer la ciudad de Reconquista – Juan la miró extrañado - Es muy linda.

¿Dónde te quedaste?

En un hotel muy grande, pasé una noche increíble. La atención fue de lo mejor y la comida excelente. Casi como ir al paraíso - Juan cerró los ojos un instante y negó con la cabeza, no podía creer que le dijera a su padre que su estadía en el hospital había sido como el mejor hotel.

¿Estás conduciendo mientras hablamos? ¡No seas imprudente!

¡No, no! Un amigo me acompaña.

¿Amigo?

Sí, un muchacho que conocí en el pueblo – no le había gustado mucho que se refiriera a él de esa forma. Como un “amigo”. Pero comprendió que Julieta no podía decirle a su padre que él era más que eso. Juan deseaba ser mucho más que un amigo para ella.

Bueno mi niña, espero te cuides mucho ¿Vas a seguir pronto con tu viaje?

Pensaba quedarme un tiempo más aquí. En serio – dijo mirando a Juan y haciendo énfasis en la frase - En serio papá, me gusta mucho – se miraron y Juan tragó saliva. En ese instante supo todo lo que necesitaba saber.

Entonces quédate el tiempo que quieras. Debo colgar, tu madre está rondando.

Claro. Besos – colgó la llamada y volvieron a mirarse. Entonces Juan buscó un lugar y momento seguros para detenerse debajo de unos árboles alejados de la banquina. Detuvo el motor, se quitó el cinturón de seguridad y se volvió hacia la mujer sentada a su lado, expectante.

¿Vas a quedarte?

Sí.

¿Por cuánto tiempo? – él no quería involucrarse más de lo que ya estaba sabiendo que ella estaba de paso.

El que tú me dejes…

¿Qué quieres decir?

Juan me gustas. Mucho. Pero no quiero ser otra más de tu lista.

¿Fue por eso que quisiste darme celos?

¿Otra vez con eso?

Contéstame – aguardó un instante y ante su silencio insistió – Dímelo.

¡Sí! – confesó - ¡Estoy loca por ti! Pero tú no me hablabas y no sabía si jugabas conmigo. Dijiste que era tuya, pero luego me ignoraste. Me diste el beso más hermoso de mi vida y luego te apartaste ¡No sé qué quieres de mí! por días esperé a que me dijeras algo y no tuve respuesta alguna. Estoy confundida y pensé que así llamaría tu atención. Pero no quiero volver a sufrir. Si tú no sientes lo mismo seguiré con mi viaje y no veré hacia atrás… - Julieta había abierto su corazón esperando ser correspondida. Tuvo miedo a que su respuesta fuese “no”, pero ahí estaba, lo había dicho todo. Ante el silencio de Juan ella le rogó - ¡Por Dios dime algo!

¿Quieres saber si estaba celoso?

¿Lo estabas? ¿Quieres que me quede? – entonces Juan la miró, sintió cómo el corazón quiso salírsele del pecho. Lo que iba a decir no era fácil para él.

¡Sí, lo estaba! Estaba furioso y celoso de que te hubieras ido con ese infeliz. Sueño contigo cada noche desde que te vi llegar y muero por verte cada día. Quiero tenerte entre mis brazos y te deseo como a ninguna mujer desee en toda mi existencia ¿Qué si quiero que te quedes? Sí, no quiero estar otro día sin ti.

Ambos se miraron en silencio, oyeron sus respiraciones agitadas. No supieron qué más hacer. Habían tirado todas las cartas sobre la mesa. Juan desabrochó el cinturón de Julieta que seguía en el soporte y la sentó en su regazo. Con dulzura, acarició su mejilla y sin dejar de verla le confesó.

Estoy loco por ti cariño. Te quiero para mí Julieta Navarro… - ella sonrió y sonrojada le dijo.

No sé tú apellido – él sonrió también.

Castañeda. Me llamo Juan Castañeda…

Te quiero para mí Juan Castañeda…

Sonrieron y sellaron aquella conversación con un beso. Un beso largo e intenso, pero a la vez dulce y tierno. Volvieron a probar sus sabores, a sentir sus perfumes. Aquél beso se convertiría en el primero de muchos, en el principio de todo.

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