A José, mi compañero
Portadilla
Dedicatoria A José, mi compañero
Baisteadh
Duelo
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Ataque
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Nómade
León
Samhain
Imprevisto
Maldición
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Imbolc
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Plan
Rito
Yule
Propuesta
Candado
Reencuentro
Revelación
Identidad
Blyth
Fuego
Epílogo
Créditos
Se cuentan historias tenebrosas, relatos oscuros que nacieron en la tierra, corrieron con el viento, se perdieron en el mar. En ellas se dice que el fuego devoró a sus hijas y arrastró sus cenizas a las tinieblas. Y hubo lágrimas, sangre y dolor. Hubo pérdidas, almas malditas que vagan errantes hasta el día de hoy.
Se cuenta, se canta, se llora por ella, la traidora. La mujer de fuego que se dejó consumir por él. La mujer de fuego que usurpó los poderes de sus hermanas. La mujer de fuego que le quitó el fuego a su descendencia, que legó oscuridad. Solo oscuridad.
Hay otra historia, no obstante; una que no se cuenta, no se dice ni se nombra. Esa historia oculta tiene su origen en el suroeste de Irlanda Celta, luego de las invasiones cambro-normandas. Y esa historia, comienza aquí.
Baile na nGall,
An Mhumhain
Bahee vio a sus cuatro niñas, por primera vez, una noche de luna nueva. El invierno había transcurrido sin visiones ni sueños premonitorios y se preguntaba si los dioses le habrían quitado su don como consecuencia de algún acto que los hubiera decepcionado. Nieve, hielo y niebla se fundieron frente a ella, cegándola durante meses. Era la única druida de su clan, el oráculo en el cual todos confiaban. ¿Qué harían si ella fallaba? ¿Cómo podrían prever los ruines ataques de los hombres o las advertencias de los dioses? Kene le había asegurado que no era necesario preocuparse. “La naturaleza tiene un destino para nosotros, tú lo sabes”, le dijo un día. “Tu ceguera es parte de ese plan divino: si los dioses no quieren que lo veas, escúchalos”. Kene siempre encontraba las palabras precisas. Era el druida que su clan veneraba, quería y respetaba. Se había instruido desde pequeño, en secreto, al igual que todos los de su clase. Para ese entonces, era uno de los pocos que aún conservaba la tradición. Las invasiones no solo habían azotado tierra, mujeres y costumbres, sino también las creencias. Pero Kene provenía de un linaje moldeado por la mano de los Tuatha Dé Danann y jamás dejaría de creer. Ni él, ni ella, ni su descendencia. Eso pensaban ellos.
Así pasó el invierno Bahee: sin ver ni prever. Kene se valió de su magia y hechizos para continuar con el oráculo, aunque nada se asemejaba a las visiones de ella. Solo quedaba esperar para entender por qué su don la había abandonado. Cuando llegó la primera luna nueva de la primavera de 1292, comprendió el silencio de los dioses. Esa noche, se acostó más temprano de lo habitual. Se había sentido inusualmente mareada a lo largo del día y la fatiga le exigió irse a la cama. El fogón ardía en el centro de la casa y el humo escapaba por el agujero del techo, aun así, dejó la puerta abierta para que el aire recorriera la estructura circular. Quizás así sus náuseas menguarían. Se quitó el cinturón de cobre y la bolsa de cuero donde llevaba las hierbas para sus pociones; luego, se sacó la capa, el vestido de lino blanco y los dejó sobre un caballete de madera. Se recostó y cerró los ojos. Y entonces, la clarividencia volvió a ella. Se vio unida al Crann Bethadh. Sus piernas formaban una urdimbre perfecta con las raíces del árbol de la vida, que se hundían en lo más profundo de la tierra; su torso se fundía con el tronco, que mediaba entre el mundo subterráneo y el celestial; sus manos se multiplicaban y convertían en ramas que alcanzaban el cielo. Pies-raíces, cabeza-copa, corazón de árbol. Sintió que la tierra la impulsaba hacia la superficie, haciendo que se desligara del Crann Bethadh hasta quedar frente a él. Observó su magnificencia, sintió los espíritus dentro de un solo espíritu. De él emergieron cuatro esferas: verde, cristalina, roja y azul, que se aunaron para formar, en su centro, un núcleo común. La Rueda del Ser avanzó y entró a su cuerpo, a la altura del vientre. Sintió crecer tierra, aire, fuego y agua dentro de ella, y justo cuando vio el rostro de cuatro niñas, el sueño acabó. Despertó bañada en sudor con Kene a su lado. Él le preguntó qué pasó, por qué gemía. “Ahora entiendo el silencio de los dioses”, le respondió. “Me estaban preparando para lo que vendrá”. Le contó que el árbol de la vida había aparecido en sus sueños y que, así, entendió el motivo de su existencia. Ella, Bahee, la vida; él, Kene, el poder. Vida y poder se unirían para traer a la tierra cuatro mujeres que serían una con la naturaleza. Sus hijas serían el legado druida encarnado. Kene tocó su vientre y los dos lo supieron: la primera llegaría dentro de cuarenta lunas. Y así fue.
La nieve cubría todo el territorio, lo que dificultaba la permanencia del calor dentro de la casa, incluso a pesar de estar formada por una armadura de postes de madera, ramas y mimbres entrelazados. Ni siquiera la espesa cubierta de entramados de paja lograba aislar por completo la helada exterior. Sin embargo, nadie temía por la vida de la pequeña, tanto ella como sus hermanas estaban destinadas. Serían las primeras en comenzar un linaje que se perpetuaría durante siglos; un legado basado en el respeto a la naturaleza y en el amor a todos los seres vivientes. El origen de la vida en el poder de la Madre Tierra.
Apenas Bahee sintió la primera punzada en su vientre, Kene tomó su vara de serpiente enroscada y se dirigió al fogón común para cantar plegarias que bendijeran a su familia. El resto del clan lo acompañaría hasta que naciera la niña, a excepción de las parteras, que no se despegaron del lado de Bahee. La túnica blanca de Kene se mimetizaba con el color pálido de la nieve y sus pies descalzos llamaron la atención de varios presentes, en especial los más jóvenes, quienes aún no comprendían a cabalidad la esencia de un druida tan especial como él. En cambio, los mayores admiraban su temple y liderazgo, incluso en un parto tan complejo y esperado como el de Bahee. El fuego ardía en el centro. Solo se escuchaban los gritos de la mujer hasta que Kene cerró los ojos y comenzó a cantar la invocación:
Boanna, Brigit, Belenus
dheonú, déithe, a chosaint
grá, sláinte agus síochaná
do Bahee, máthair a chruthú.
Boanna, Brigit, Belenus
dheonú, déithe, a chosaint
grá, sláinte agus síochaná
chun an cailín a seog ag teacht an iníon de chruthú.
Boanna, Brigit, Belenus
dheonú, déithe, a síochaná
grá, sláinte agus machnamh
do oidhreacht a rugadh sa lá atá inniu. 1
Las plegarias de Kene alcanzaron el interior de la casa donde Bahee se preparaba para dar a luz. Tres veces repitió las invocaciones, aunque la mezcla de sopor con éxtasis hizo que las escuchara rondar durante mucho tiempo más. El sudor corría por cada parte de su cuerpo junto con el dolor que, sobre todo hacia el final, se hacía insoportable. Sentía en su vientre el calor, la luna y el sol; la niña era hija de la tierra. Advirtió que una de las parteras tomaba en sus manos las cuatro cruces de Brigit, confeccionadas el día anterior sabiendo que pronto llegaría el momento del nacimiento.
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