BRUMAS DEL PASADO
MARGARITA HANS
BRUMAS DEL PASADO
EXLIBRIC
ANTEQUERA 2018
BRUMAS DEL PASADO
© Margarita Hans
Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric
Iª edición
© ExLibric, 2018.
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ISBN: 978-84-17334-54-3
Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.
MARGARITA HANS
BRUMAS DEL PASADO
Crees saber quién eres.
Pero… ¿estás en lo cierto?
Para Encarni y Francisco…
La vida no es una alfombra de suave terciopelo de pétalos de rosa. La vida es un camino donde igual posas tus pies y tus ilusiones en suaves pliegues benévolos, que percibes el cruel ataque de alguna de sus espinas.
Pero cada espina que hiere tu piel te muestra una lección de vida. Ser feliz no significa eludirlas, sino tener la suficiente fuerza interior para sacarlas de tu piel.
OS QUIERO.
Me gustaría dar mi más profundo agradecimiento a cuantas personas han hecho posible esta historia.
Comenzando por mis hijos, siempre por ellos, porque son los que están ahí, apoyando y animando a su madre para que viva su sueño de escribir.
Continuando por el resto de mi familia, que me han incitado a continuar y me han soportado en mis bajones.
A mis amigos, lectores sufridores de todas las versiones que han ido surgiendo.
Y por supuesto, a las otras tres partes del cuarteto maravilloso y mágico que formamos mis inseparables y yo. Esas tres mujeres excepcionales que me han servido de inspiración y que en ningún momento me han dejado caer.
Gracias de nuevo a Exlibric y a ti, Inmaculada Pavía, por creer en mí.
Y evidentemente, a ti, querido lector, que has estado en todo momento presente en el desarrollo de estas páginas. Precisamente por ti he querido mezclar un poco de sentido del humor, aderezarlo con misterio, salpimentarlo con ligeros toques de realidad escondidos… y endulzarlo con esencia de magia.
Espero haber logrado la dosis justa de todo ello. Gracias por estar aquí, junto a mí, leyendo esta historia y sintiendo conmigo, escuchando, anhelando aquello que alguna vez ocultaron las
Brumas del Pasado
Un suave mar azul refresca en las noches de verano tus sentidos. Una brisa que acaricia con suavidad tu alma dormida y te transporta a otras épocas, días de antaño que marcaron tu existencia.
De boca en boca se cantan las hazañas de los antiguos guerreros, para muchos, dioses míticos forjadores de milagros y segadores de daños.
Antaño se llamaban leyendas, historias. Hoy, mitología. Y si bien la palabra mito significa “relato”, “cuento”, se puede ampliar este concepto como aquella historia contada para ensalzar hazañas ocurridas y explicar lo quizás inexplicable.
¿Forzosamente un mito ha de ser falso? ¿Una exageración? ¿Una historia irreal para crédulos?
No.
También un mito puede ser un pilar fundamental de apoyo a una cultura hermosa y prolífera. Una cultura que al fin y al cabo, se extiende a través de susurros, una cultura que gusta de danzar provocativa entre las brumas del pasado.
Su grito se escuchó por todo el valle.
––¿Cómo he podido ser tan estúpido? ¿Cómo he podido caer en la trampa?
Con el corazón desgarrado, hincó las rodillas sobre la tierra sin tan siquiera sentir la herida de las rocas en ellas. No le importó el dolor, ni tampoco mirar cara a cara a la rabia. Solo sabía que la había perdido… ¡La había perdido!
Con los ojos abnegados en lágrimas y la furia ardiendo por dentro, se giró una vez más y gritó al averno…
––¡Me mentiste!
Solo una sonrisa cruel se escuchó venida desde el mismo interior de la tierra, mientras una suave brisa soplaba y aquellas hojas, antaño azules, volvían a recobrar el tono verdoso de lo cotidiano y su soledad.
Se dejó caer abatido. Nada le importó salvo aquél dolor que le desgarraba las entrañas. Tan solo un momento antes la había tenido cerca, tan cerca…, pero ahora…
El recuerdo trágico de su sonrisa inerte, del velo que cubría atronador y cruel la que antes fue su mirada, el corazón detenido en el tiempo y el tiempo detenido sin ella. ¿Puede la muerte llegar y sustraer corazones sin más? ¿Acaso tiene permiso para ello? Crueldad desgarradora que se había llevado la vida de su joven esposa amada. Arañó el suelo con sus manos hasta hacer sangrar sus uñas empapando la tierra con su dolor…
La propia muerte sintió compasión y un pañuelo de fina seda transparente en color azul cielo salió de aquel negro agujero que se la había llevado. Las esperanzas volvieron a brotar en su pecho y se irguió tan enorme en su lucha como en su milagro esperado…, para comprobar horrorizado que tan solo era un pañuelo que olía a ella… Un pañuelo impregnado con sus lágrimas, con las lágrimas de ambos.
El rugido que emitió se escuchó por doquier asustando a todos los habitantes del lugar y haciendo que aquel instrumento, que había sido su salvación y su aliado, se convirtiese para él en un objeto de horror y desapego.
Lloró. Lloró hasta que de sus lágrimas brotaron hojas. Hojas de color verde… y hasta que fue tanta la pena y el abatimiento, que la única solución posible para él era seguir el camino de ella. Morir.
Fue entonces cuando la vio. Pequeña e indefensa, una pequeña florecilla azul permanecía oculta bajo los vestigios de su llanto. Con suavidad la tocó y sintió su tacto aterciopelado y empezó a sentir dentro de sí de nuevo una extraña sensación, algo así como…
La fragancia de ella llegó hasta él a través de aquel pequeño milagro. De pronto, sabía lo que había de hacer.
No todo estaba perdido.
–Esperaré. Te esperaré, mi amor. Te esperaré, y cuando ello ocurra, destruiré el mismísimo averno si es necesario, para que esta vez nada ni nadie se interponga.
–¿Estás seguro de que todo saldrá bien? Podemos matarla en un descuido –dijo ella.
– No soy estúpido, ni es la primera vez que hago esto –gruñó él.
–Es tan pequeña…
–Ya lo hemos hablado. Ella será nuestro billete a la riqueza. Sédala más, no debe despertar antes de tiempo. No soporto más sus llantos.
La chiquilla se movió inquieta. Estaba volviendo en sí y Alejandra temió que volviese a llorar de nuevo.
–¿Y si nos equivocamos?
Marcelo fue consciente de las dudas de ella. Dudas que no podía permitir. Recordó el incidente de tan solo unas horas antes. Ni siquiera sabía si había matado al viejo. Y la mocosa les había visto la cara, no podía correr riesgos. O la sacaban del país o tendría que deshacerse de ella.
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